miércoles, 31 de octubre de 2012

Páginas 207-216

A medida que se acerca el final de la primera sección de A la sombra de las muchachas en flor vamos entendiendo que, así como Un amor de Swann trazó la órbita de la obsesión de Swann por Odette, aquí estamos leyendo la variante de esa historia incorporada a la vida del narrador. Así, estas últimas páginas nos cuentan la muerte del amor por Gilberte.
...Seguía diciéndome que Gilberte no me amaba, que yo lo sabía desde hacía mucho, que podía volver a verla, si quería y, si no quería, olvidarla a la larga. Pero aquellas ideas (...) carecían del menor poder eficaz contra aquellas dos líneas paralelas, que volví yo a ver de vez en cuando, de Gilberte y del joven internándose a pasos cortos por la avenida de los Campos Elíseos. Era un mal nuevo que también acabaría debilitándose, era una imagen que un día se presentaría a mi mente por completo decantada de todo lo nocivo que contenía, como esos venenos mortales que se manejan sin peligro, como un poco de dinamita con la que podemos encender el cigarillo sin miedo a una explosión. Entretanto, había en mí otra fuerza que luchaba con toda su potencia contra aquella fuerza dañina que me representaba sin cambio el paseo de Gilberte en el crepúsculo: para domeñar los asaltos renovados de mi memoria, mi imaginación laboraba útilmente en sentido inverso. La primera de esas dos fuerzas seguía -cierto es- mostrándome a aquellos dos paseantes de la avenida de los Campos Elíseos y me ofrecía otras imágenes desagradables, procedentes del pasado: por ejemplo, Gilberte encogiendo los hombros cuando su madre le pedía que se quedara conmigo. Pero la segunda fuerza, que laboraba en el cañamazo de mis esperanzas, dibujaba un futuro desarrollado con mucha más complacencia que aquel triste pretérito, en resumidas cuentas, tan limitado. Por un minuto en el que volvía a ver a Gilberte desabrida, cuántos no había en los que imaginaba gestiones que ella encargaría en pro de nuestra reconciliación, ¡de nuestro noviazgo incluso! Cierto es que aquella fuerza que la imaginación dirigía hacia el futuro la obtenía, pese a todo, del pasado. A medida que se borrara mi enojo ante la indiferencia de Gilberte, disminuiría también el recuerdo de su encanto y, por tanto, el deseo de que volviera hacia mí. (p.208)
De pasada se vuelve a mencionar a Albertine, en un momento metanarrativo especialmente brillante:
Me irritaba el deseo que muchas personas manifestaron en aquella época de recibirme y a cuyas casas me negaba a acudir. En casa hubo una escena, porque no acompañé a mi padre a una cena oficial a la que iban a asistir los Bontemps con su sobrina Albertine, jovencita que era casi una niña aún. Los diferentes períodos de nuestra vida se superponen, así, uno sobre otro. Nos negamos con desdén -en pro de lo que amamos y que un día nos será tan indiferente- a ver lo que nos resulta indiferente hoy, que amaremos mañana, que -si hubieramos consentido ver antes- tal vez habríamos podido amar antes y habría, así, abreviado nuestros sufrimientos actuales para substituirlos -cierto es- por otros. (p.209)
Los "diferentes períodos de nuestra vida" valen por los diferentes episodios de En busca del tiempo perdido; "lo que amamos y que un día nos será tan indiferente" vale por Gilberte, y "lo que nos resulta indiferente hoy, que amaremos mañana" equivale a Albertine, que ocupará el centro de la novela. La historia de Albertine, la narración del amor del narrador por Albertine, irrumpe, se difunde en la historia del amor por Gilberte.
El intermitente discurso sobre el amor regresa aquí:
Pero al final el alejamiento puede ser eficaz. El deseo, las ganas, de volver a vernos acaban renaciendo en el corazón que actualmente no nos aprecia. Sólo, que para ello hace falt atiempo. Ahora bien, nuestras exigencias en cuanto al tiempo no son menos exorbitantes que las reclamadas por el corazón para cambiar. En primer lugar, el tiempo es precisamente lo que menos concedemos con facilidad, pues nuestro sufrimiento es cruel y tenemos prisa por verlo acabar. Además, ese tiempo que el otro corazón necesitará para cambiar el nuestro lo utilizará para cambiar también, de modo que, cuando el fin que nos proponíamos llegue a ser asequible, habrá dejado de ser un fin para nosotros. (p.211)
Estos nuevos sentimientos del narrador lo llevan a revisitar el pasado y a encontrar pequeños horrores:
...recordé toda la escena tras el macizo de laureles [páginas 67-76]. En cuanto somos desdichados, nos volvemos morales. La antipatía actual de Gilberte para conmigo me pareció como un castigo infligido por la vida por mi comportamiento de aquel día. Creemos eludir los castigos, porque prestamos atención a los coches al cruzar la calzada y evitamos los peligros, pero los hay internos. El accidente procede de donde no lo imaginábamos: de dentro, del corazón. Las palabras de Gilberte: "Si quieres, seguimos luchando", me horrorizaron. La imaginé igual, tal vez en su casa, en la lavandería, con el joven a quien había yo visto acompañándola por la avenida de los Campos Elíseos... (p.213)
Cabe pensar que al narrador horroriza la idea de que Gilberte haya comprendido de qué se trataba el "juego", la "lucha", y, además, que se haya prestado tan resuelta a seguir "jugando", a de alguna manera satisfacerlo, complacerlo como -cabe imaginar- sabía el narrador que complacía Odette a sus clientes. Y, evidentemente, que pueda hacerlo con otros.




martes, 30 de octubre de 2012

Páginas 197-206

El narrador nos cuenta de algunos cambios en la fisonomía de Odette desde los años en que Swann la conoció en la casa de los Verdurin:
Swann tenía en su alcoba (...) un pequeño daguerrotipo antiguo muy sencillo, anterior... [al nuevo rostro de Odette] y del que la juventud y la belleza de Odette, aún no descubiertas por ella, parecían ausentes. Pero seguramente Swann (...) apreciaba en la joven delgada de ojos pensativos, facciones cansadas y actitud sorprendida entre la marcha y la inmovilidad una gracia más botticelliana. En efecto, aún le gustaba ver en su mujer a un Botticcelli. Odette (...) no quería ni oír hablar de ese pintor. Swann tenía un maravilloso chal oriental, azul y rosa, que había comprado porque era exactamente igual al de la Virgen del Magnificat, pero la Sra. Swann no quería ponérselo. Sólo una vez dejó que su marido le encargara un vestido (...) inspirado en el de la Primavera. (pp.199-200)
La tendencia de Swann a comparar a las personas que conoce con obras de arte encuentra aquí un momento especialmente brillante; podemos imaginarlo comprando la ropa que convertirá a Odette en una figura de Botticelli, podemos pensarlo construyendo con su esposa esos cuadros.
También se nos cuenta más del plan del narrador para olvidar a Gilberte.
Cuando Gilberte, quien solía ofrecer sus meriendas los días en que su madre recibía, iba a estar, en cambio, ausente y, gracias a ello, podía yo ir a la reunión de la Sra. Swann, la encontraba ataviada con algún vestido hermoso (...) En el barullo del salón, al volver de acompañar a una visita o tomar una fuente de pasteles para ofrecérselos a otra, la Sra. Swann, cuando pasaba junto a mí, me llevaba un segundo aparte: "Gilberte me ha encargado especialmente que te invite a almorzar pasado mañana..." (...) Yo seguía resistiendo. Y aquella resistencia me costaba cada vez menos, porque, por mucho que nos guste el veneno que nos hace daño, cuando llevamos ya cierto tiempo privados de él por una necesidad, no podemos por menos de apreciar en parte el descanso que ya no conocíamos, la ausencia de emociones y sufrimientos. Si bien no somos del todo sinceros al decirnos que no queremos volver a ver jamás a la que amamos, tampoco lo seríamos diciendo que queremos volver a verla. Pues seguramente sólo podemos soportar su ausencia prometiéndola breve, pensando en el día en que volveremos a verla, pero, por otra parte, sentimos hasta qué punto son esos sueños cotidianos de una próxima reunión y sin cesar aplazada menos dolorosos que una entrevista a la que podrían seguir los celos (...) Lo que ahora diferimos día tras día no es ya el fin de la intolerable ansiedad causada por la separación, es el temido retorno de emociones sin salida (...) Por lo demás, la posible dureza de semejante cura de alejamiento físico y aislamiento se va mitigando poco a poco por otra razón: la de que debilita -en espera de curarla- la idea fija que es un amor. (pp.202-204)
Un día el narrador decide que por cada día que no vea a Gilberte le enviará un ramo de flores. Vende un jarrón que había heredado -como el mueble que regaló a la "regenta" de un prostíbulo (pp.157-166)- en una "tienda de artículos chinos" y hace la primera compra de flores, que decide llevar a casa de los Swann personalmente. Pero una sorpresa lo aguarda en el camino:
Cuando volví a montar en el coche, tras salir de la tienda, el cochero, en lugar de seguir el camino habitual, descendió, como es natural -pues los Swann vivían cerca del Bois-, por la avenida de los Campos Elíseos. Ya habíamos pasado la esquina de la Rue de Berri, cuando a la luz del crepúsculo me pareció reconocer -muy cerca de la casa de los Swann, pero en dirección inversa y alejándose de ella- a Gilberte, quien caminaba despacio, aunque con paso deliberado, junto a un joven con quien iba hablando y cuyo rostro no pude distinguir (...) Volví a casa sujetando, desesperado, los diez mil francos que debían haberme permitido hacer tantos regalitos a aquella Gilberte a quien ahora estaba decidido a no volver a ver. Seguramente aquel alto en la tienda de artículos chinos me había alegrado al hacerme concebir la esperanza de que no volvería a ver jamás a mi amiga sino contenta conmigo y agradecida. Pero, si no hubiera hecho aquel alto, si el coche no se hubiese internado por la avenida de los Campos Elíseos, no habría visto a Gilberte y a aquel joven. Así, un mismo hecho entrama ramales opuestos y la desgracia que engendra anula la felicidad qu ehabía causado. (pp.205-206)

lunes, 29 de octubre de 2012

Páginas 187-196

Una vez más se nos aporta una fecha, y se trata de nuevo del primero de enero. Pasado un año del reencuentro del narrador y Gilberte, el pensamiento del "aniversario" resulta
...particularmente doloroso, como todo lo que señala una fecha y un aniversario, cuando nos sentimos desdichados. Pero, si es, por ejemplo, por haber perdido a un ser querido, el sufrimiento consiste sólo en una comparación más intensa con el pasado. En mi caso se sumaba a la esperanza no formulada de que Gilberte (...) hubiera esperado sólo al pretexto del 1ero de enero para escribirme: "Pero, bueno, ¿qué ocurre? Estoy loca por ti: ven para que nos expliquemos francamente, que no puedo vivir sin verte". A partir de los últimos días del año, esa carta me pareció probable. Tal vez no lo fuera, pero, para así considerarla, bastaba el deseo, la necesidad que de ella tenía. (p.190)
El intermitente discurso sobre el amor que atraviesa En busca del tiempo perdido encuentra aquí uno de sus grandes momentos:
Cuando amamos, el amor es demasiado grande para poder contenerse enteramente en nosotros; irradia hacia la persona amada, encuentra en ella una superficie que lo detiene, lo obliga a volver hacia su punto de partida, y ese choque de retorno de nuestra propia ternura es lo que llamamos los sentimients del otro y nos encanta más que a la ida, porque no reconocemos que procede de nosotros. (p.191)
La deseada carta no llega, y el narrador enfrenta una nueva crisis de su enfermedad, asi que se le disminuye la dosis de cafeína que ha estado tomando como medicamento:
En vista de la violencia de los latidos de mi corazón, me racionaron la cafeína y aquéllos cesaron. Entonces me pregunté si no se habría debido un poco a ésta la angustia que había experimantado cuando había reñido más o menos con Gilberte y que había atribuído -siempre que se renovaba- al sufrimiento de no ver más a mi amiga o correr el riesgo de no verla sino presa del mismo mal humor. Pero, si ese medicamento había sido la causa de los sufrimientos que mi imaginación hubiera interpretado entonces erróneamente -lo que nada tendría de extraordinario, pues con frecuencia las más crueles penas morales se deben en los amantes a la costumbre física de la mujer con quien viven-, había sido al modo del filtro que, mucho tiempo después de ser absorbido, sigue manteniendo unidos a Tristán e Iseo. Pues la mejoría física que la disminución de la cafeína propició casi inmediatamente en mí no detuvo la evolución de la pena que la absorción del tóxico tal vez hubiera -ya que no creado- al menos agudizado. (p.192)
El plan para olvidar a Gilberte, sin embargo, encuentra un escollo inesperado:
Por desgracia, ciertas personas bien o mal intencionadas le hablaron de mí de un modo que debió de hacerle pensar que yo se lo había pedido. Siempre que me enteré, así, de que Cottard, mi propia madre e incluso el Sr. de Norpois habían inutilizado -con palabras torpes- todo el sacrificio que acababa de hacer, habían arruinado todo el resultado de mi reserva al presentarme falsamente con la apariencia de haber salido de ella, yo sufría un doble contratiempo. En primer lugar, ya no podía hacer remontarse sino a aquel día mi dura y fructífera abstención que aquellos pesados habían interrumpiso, sin que yo lo supiera, y, por consiguiente, habían anulado. Pero, además, habría sentido menos placer al ver a Gilberte, que ahora me creía -no ya dignamente resignado, sino- maniobrando en la sombra para obtener una entrevista que no se había dignado conceder. Yo maldecía esa vana palabrería de gente que muchas veces -sin la intención siquiera de perjudicar o hacer un favor, para nada, por hablar, a veces porque no hemos podido por menos de hacerlo delante de ellos y son indiscretos, como nosotros- nos hacen, en el momento oportuno, tanto daño. (p.195)

Páginas 177-186

Mientras el narrador frecuenta la casa de los Swann y también el "salón" de Odette su plan para olvidar a Gilberte se tambalea.
"¿Y no vamos a ver a su deliciosa hija?", preguntaba [la Sra. Cottard]. "No, mi deliciosa hija cena en casa de una amiga", respondía la Sra. Swann y, tras dirigirse a mí así: "Creo que te ha escrito para que vengas a verla mañana" (...) yo respiraba profundamente. Aquellas palabras de la Sra. Swann me demostraban que podría ver a Gilberte cuando quisiera y me hacían precisamente el bien que había ido a buscar y por el que me resultaban tan necesarias en aquella época las visitas a la Sra. Swann. "No, le escribiré una nota esta noche. Por lo demás, Gilberte y yo ya no podemos vernos", añadía, como atribuyendo a nustra separación una causa misteriosa, lo que me infundía aún una ilusión de amor, alimentada también por la ternura con la que hablaba yo de Gilberte y ella de mí. "Ya sabes que te quiere infinitamente", me decía la Sra. Swann. "¿De verdad no quieres venir mañana?" De pronto una alegría me animaba, acababa de decirme: "Pero, al fin y al cabo, ¿por qué no, ya que es su propia madre la que me lo propone?". Pero no tardaba en sumirme de nuevo en la tristeza. Temía que, al verme, Gilberte pensara que mi indiferencia de aquellos últimos tiempos hubiera sido simulada y prefería prolongar la separación. (p.179)
También nos enteramos de que la señora Verdurin visita a Odette, y que el nivel de sarcasmo y doble sentido mal intencionado no ha bajado en su conversación:
..."cuanto que en casa de la Sra. de Crécy no está usted cerca precisamente de su casa [dijo la Sra. Verdurin] ¡Huy, Dios mío! Nunca voy a conseguir decir Sra. Swann". Era una broma en el pequeño clan -en el caso de personas que no tenían demasiado ingenio- aparentar no poder acostumbrarse a decir "Sra. Swann": "Estaba tan habituada a decir Sra. de Crécy, que ya he estado otra vez a punto de equivocarme". Ahora bien, cuando la Sra. Verdurin hablaba a Odette, no sólo estaba a punto de equivocarse, sino que lo hacía a propósito. "¿No le da miedo, Odette, vivir en este barrio perdido? Me parece que yo no estaría del todo tranquila para volver a casa por la noche. Y, además, es tan húmedo. No debe ser muy bueno para el eczcema de su marido. ¿Al menos no tendrá ratas?" "¡No, mujer! ¡Qué horror!" "Me alegro, es lo que me habían dicho. Me complace mucho saber que no es verdad, porque les tengo un miedo cerval y no volvería a esta casa" (p.184)

Páginas 167-176

El narrador decide interrumpir sus visitas a Gilberte para hacerle creer que no la necesita; el plan es que, una vez pasado el tiempo durante el cual se propone mantenerse alejado de la chica, el amor desaparecerá por completo y no volverá a sufrir, algo similar, en cierto modo, a lo que sucedió con Swann, que debió pasar más de un año alejado de Odette debido al crucero de los Verdurin:
Cuando -mejor que con palabras- mediante acciones indefinidamente repetidas le hubiera demostrado que no sentía deseos de varla, tal vez volviese a sentirlos ella por mí. Sería -¡ay!- en vano: intentar no volviendo a verla reavivar en ella el deseo de verme era perderla para siempre; en primer lugar, porque, cuando empezara a renacar, si quería yo que durara, no debería ceder a él en seguida; por lo demás, las horas más crueles habrían pasado; en aquel momento era cuando me resultaba indispensable y me habría gustado poder avisarle de que pronto no calmaría, al volver a verme, sino un dolor tan disminuido, que ya no sería (...) un motivo de capitulación, para reconociliarlos y volver a vernos. Y más adelante, cuando -tras haber renacido con fuerza su deseo de vemre- pudiera por fin confesar sin peligro a Gilberte el mío de verla a ella, éste no habría podido resistir tan larga ausencia y habría dejado de existir: Gilberte habría pasado a serme indiferente. (pp.171-172)
A la vez, el narrador no deja de frecuentar la casa de los Swann, en estas ocasiones para visitar a Odette.
Hacía mucho -mucho atnes de mi riña con su hija- que la Sra. Swann me había dicho: "Está muy buen que vengas a ver a Gilberte, pero también me gustaría que vinieras alguna vez por , no a mi salón, en el que te aburriríras, porque asiste demasiada gente, sino los otros días en que siempre me encontrarás a una hora un poco avanzada". Así, pues, al ir a verla, parecía yo obedecer -mucho después- a un deseo antiguamente expresado por ella. Y -a hora muy avanzada, ya de noche, casi en el momento en que mis padres se sentaban a la mesa- salía para ir a hacer una visita a la Sra. Swann durante la cual sabía que no vería a Gilberte y en la que, sin embargo, sólo pensaría en ella. (pp.173-174)
En la página 176 un detalle de la escritura llama un poco la atención: el tono más coloquial que irrumpe con una apelación a la segunda persona: "Cuando entrabas a hacer una visita a la Sra. Swann, te sentías violento, al advertir que..."; el contraste con el tono general de la prosa es bastante marcado, así que me fijé en la traducción de Pedro Salinas: "...se sentía uno sorprendido cuando se visitaba a la señora de Swann al advertir que..." (A la sombra de las muchachas en flor, Alianza Editorial, 1966, p.192). No tengo a mano el original en francés para verificar este punto, pero creo que la opción de Salinas no altera el tono narrativo imperante, mientras que la de Manzano sí. Una vez más, prefiero al primero.

viernes, 26 de octubre de 2012

Páginas 157-166

Se nos cuenta en estas páginas que Bloch inició al narrador en el mundo de las "casas de citas", y que, además
...conmovió mi concepción del mundo, me brindó posibilidades nuevas de felicidad -que más adelante iban a convertirse, por lo demás, en posibilidades de sufrimiento-, al asegurarme que, al contrario de lo que yo creía en la época de mis paseos por la parte de Méséglise, las mujeres estaban siempre deseosas de entregarse al amor. (p.157)
El narrador, entonces, pasa a frecuentar una casa de citas (se menciona una prostituta llamada "Rachel", otro nombre que reaparecerá en la novela) e, incluso, a hacer "donaciones" de mobiliario a la madama. Pero algo sale mal...
Por lo demás, dejé de ir a aquella casa, porque -deseoso de manifestar mis buenos sentimientos a su regenta, necesitada de muebles- le regalé algunos -en particular, un gran canapé- que había heredado de mi tía Léonie. No los veía nunca, porque la falta de espacio había impedido a mis padres instalarlos en nuestra casa y estaban amontonados en un cobertizo. Pero, en cuanto volví a verlos en la casa en que aquellas mujeres los utilizaban, se me aparecieron todas las virtudes que se respiraban en la habitación de mi tía en Combray, ¡atormentadas por el cruel contacto al que las había yo entregado sin defensa! Si hubiera hecho violer a una muerta, yo no habría sufrido más. No volví nunca a casa de la alcahueta, pues me parecía que vivían y me supliaban, como esos objetos en apariencia inánimes de un cuento persa en los que están encerradas almas que sufren un martirio e imploran su liberación. (p.159)
La idea del objeto "de un cuento persa" ya aparece en Por el camino de Swann, precisamente en uno de sus centros, el pasaje de la magdalena, aunque ahí en lugar de invocar el mundo persa se habla de una
...creencia celta de que las almas de aquellos a los que hemos perdido están cautivas en un ser inferior -en un animal, un vegetal, una cosa inanimada-, perdidas, en efecto, para nosotros hasta el día -que para muchos nunca llega- en que pasamos por casualidad cerca del árbol y nos adueñamos del objeto que es su prisión... (Por el camino de Swann, p.52)
En cuanto al mueble regalado, resulta ser especialmente importante en la vida del narrador (y, evidentemente, para la estructura de la novela) en tanto
...como nuestra memoria no nos presenta habitualmente los recuerdos en su sucesión cronológica, sino como un reflejo en el que el orden de las partes está invertido, hasta mucho después no recordé que sobre aquel mismo canapé había sido, muchos años antes, sobre el que había conocido yo por primera vez los placeres del amor con una de mis primitas con quien no sabía dónde meterme y que me había dado el consejo, bastante peligroso, de aprovechar una hora en que mi tía Léonie estaba levantada. (A la sombra de las muchachas en flor, p.159)
Ni ese episodio ni la "primita" son mencionados anteriormente, de modo que el no presentar "los recuerdos en su sucesión cronológica" de la memoria es reproducido en la novela; la primera experiencia sexual relatada, de hecho, es con Gilberte, en los Campos Elíseos (página 72).
Más adelante el narrador se apresta a "trabajar", posiblemente en una obra literaria (ya que ha rechazado la carrera de diplomático), pero no encuentra la voluntad para hacerlo.
Si hubiera estado menos decidido a dedicarme definitivamente al trabajo, tal vez habría hecho un esfuerzo para comenzar en seguida. Pero, como mi resolución era irrevocable y antes de veinticuatro horas, se realizarían fácilmente mis buenas disposiciones en los marcos vacíos del día de mañana, en el que tan bien se situaba todo, porque aún no me encontraba en él, más valía no elegir una noche en que me contraba dispuesto para un comienzo al que los días siguientes no iban -¡ay!- a mostrarse más propicios. Pero yo era razonable. Por parte de quien había esperado años habría sido pueril no soportar un retraso de tres días. Seguro de que pasado mañana ya habría escrito algunas páginas... (p.161)
Por esos días el narrador visita a Gilberte, quien tenía planes para salir. Odette la obliga a quedarse, y así da comienzo el alejamiento entre los dos:
Al final, al no ver producirse en Gilberte el cambio afortunado que llevaba varias horas esperando, le dije que era una antipática: "Tú sí que lo eres", me respondió. "¡Ya lo creo que sí!" Me pregunté qué había hecho yo y, como no lo descubrí, se lo pregunté a ella. "Naturalmente, ¡te crees simpático!", me dijo, al tiempo que se reía largo rato. Entonces sentí el dolor que entrañaba para mí no poder alcanzar aquel otro plano, más inasible, de su pensamiento, descrito por su sonrisa. Aquella risa parecía significar: "No, no, yo no me dejo engañar por todo lo que me dices, sé que estás loco por mí, pero eso ni me va ni me viene, pues me tienes sin cuidado".Pero yo me decía que la risa no es, al fin y al cabo, un lenguaje lo bastante determinado para que pudiera estar seguro de comprender bien la suya. (pp.165-166)


jueves, 25 de octubre de 2012

Páginas 147-156

La charla del narrador con Bergotte parece impresionar a los Swann:
"Dios mío, pero, ¡cómo eleva tu presencia el nivel de la conversación!", me dijo -como para excusarse ante Bergotte- Swann, quien había adquirido en el círculo de Guermantes la costumbre de recibir a los grandes artistas como a buenos amigos a quienes sólo se quiere brindar la posibilidad de comer los platos que les gustan, jugar a los juegos o -en el campo- entregarse a los deportes que les divierten. "Me parece  que hablamos en verdad de arte", añadió. "Esta muy bien, me gusta mucho", dijo la Sra. Swann, al tiempo que me lanzaba una mirada agradecida, por bondad y también porque conservaba sus antiguas aspiraciones a una conversación más intelectual. (p.148)
Bergotte y el narrador se van juntos de la casa de los Swann y conversan en el viaje hasta que surge el tema de la enfermedad:
...en el coche me habló de mi salud: "Nuestros amigos me han dicho que está usted enfermo. Lo compadezco mucho. Pero, aún así, no demasiado, porque comprendo perfectamente que debe de gozar de los placeres de la inteligencia y probablemente sea lo que sobre todo cuenta para usted, como para todos cuantos los conocen".
¡Cómo sentía yo, ay, que lo que él iba diciendo era poco aplicable a mí, a quien todo razonamiento, por elevado que fuese, dejaba frío, que sólo era feliz en momentos de simple vagabundeo, cuando experimentaba bienestar! ¡Cómo sentía que lo que deseaba en la vida era puramente material y con qué facilidad habría prescindido de la inteligencia! (...) "No, señor, los placeres de la inteligencia son muy poca cosa para mí, no son los que busco, ni siquiera sé si los he gozado jamás"
"¿De verdad?", me respondió. "Pues mire, sí, de todos modos, debe de ser eso lo que usted prefiere, me lo figuro, eso creo (...) ¿Recibe usted un tratamiento adecuado?" (...) Le dije que me había visitado y seguramente volvería a hacerlo Cottard. "Pero ¡si no es lo que necesita!", me respondió. "Como médico no lo conozco, pero lo he visto en casa de la Sra.Swann y es un imbécil. Suponiendo que eso no impida ser buen médico, cosa que me cuesta creer, impide ser un buen médico para artistas, para personas inteligentes (...) Las tres cuartas partes de la enfermedad de las personas inteligentes proceden de su inteligencia. Necesitan al menos un médico que conozca esa enfermedad.... (pp.151-152)
De inmediato, como si se muriese de ganas de hacerlo, Bergotte cambia el tema de la conversación y aborda la vida de Swann:
"Alguien que necesitaría un buen médico es nustro amigo Swann (...) Es que es un hombre que se ha casado con una mujerzuela y se trata cincuenta sapos al día de mujeres que no quieren recibir a la suya o de hombres que se han acostado con ella" (...) La malevolencia con la que Bergotte hablaba así, a un extraño, de amigos que lo recibían en su casa desde hacía tanto tiempo era algo tan nuevo para mí como el tono casi cariñoso que en todo momento adoptaba con los Swann en su casa (...) "Todo esto, que quede entre nosotros", me dijo Bergotte, al despedirse de mí ante la puerta. Unos años después, yo le habría respondido: "Nunca repito nada". Es la frase ritual de la gente de la buena sociedad con la que se tranquiliza falsamente al maledicente. Ésa es la que debería yo haber dirigido ya aquel día a Bergotte (...) pero aún no la conocía. Por otra parte, la de mi tía abuela en una ocasión semejante habría sido: "Si no quiere que se repita, ¿por qué lo dice?". Ésa es la respuesta de las personas insociables, las que ponen "mala cara". Yo no lo era: me incliné en silencio. (pp.152-153)
Los padres del narrador no están del todo conformes con la costumbre de su hijo de frecuentar a los Swann, y ahora que se ha añadido Bergotte a la lista conocidos de su hijo, su reacción (y su cambio posterior) es todavía más contundente:
"¿Que Swann te ha presentado a Bergotte? ¡Excelente conocimiento, encantadora relación!", exclamó, irónico, mi padre. "¡Ya sólo faltaba eso!" Y, cuando añadí que el Sr. de Norpois no era santo de su devoción, prosiguió -¡ay!- así:
"¡Naturalmente! Eso demuestra que es un hombre falso y malintencionado. Pobre hijo mío, con el poco sentido común que ya tenías, me desagrada profundamente verte caer en un ambiente que va a acabar de transtornarte"
(...) Sin embargo, al sentir -en el momento en que las palabras salían de mi boca- lo mucho que iba a horrorizarles pensar que me hubiese apreciado alguien que consideraba idiotas a los hombres inteligentes y era objeto del desprecio de las personas de bien y cuyo elogio, al parecerme envidiable, me incitaría al mal, en voz baja y con expresión un poco avergonzada fue como, al concluir mi relato, lancé el ramillete: "Ha dicho a los Swann que le he parecido extraordinariamente inteligente". Como un perro envenenado que en un campo se arroja, sin saberlo, sobre la hierba que constituye precisamente el antídoto de la toxina que ha absorbido, acababa yo de decir, sin sospecharlo, la única palabra del mundo apta para vencer en mis padres el prejuicio para con Bergotte (...) En aquel momento la situación cambió de cariz:
"¡Ah!... ¿Ha dicho que le parecías inteligente?", dijo mi madre. "Me complace, porque es un hombre de talento."
"¡Cómo! ¿Eso ha dicho?", prosiguió mi padre... "No niego lo más mínimo su valo rliterario, ante el cual se inclina todo el mundo; sólo, que resulta molesto que lleve esa vida poco honorable a la que se ha referido, con medias palabras, Norpois", añadió sin advertir que, ante la virtud soberana de las palabras mágicas que acababa yo de pronunciar, la depravación de las costumbres de Bergotte podía luchar tan poco tiempo como la falsedad de su juicio" (pp.154-155).

miércoles, 24 de octubre de 2012

Páginas 137-146

Sigue el retrato de Bergotte:
En cuanto a los otros vicios a los que había aludido el Sr. de Norpois [páginas 47-56], aquel amor a medias incestuoso, complicado incluso, según decían, con indelicadeza en materia de dinero, si bien contradecía de forma chocante la tendencia de sus últimas novelas, colmadas de un interés tan escrupuloso, tan doloroso, por el bien, que las menores alegrías de sus protagonistas resultaban emponzoñadas por él y para el propio lector se desprendía de ellas una sensación de angustia por la que la existencia más suave parecía difícil de soportar, no por ello probaban -suponiendo que se los imputara precisamente a Bergotte- que su literatura fuera mentirosa y tanta sensibilidad fuese comedia. Así como en patología ciertos estados de apariencia semejante son debidos unos a un exceso, otros a una insuficiencia de tensión, de secreción, etc, así también puede haber vicio por hipernensibiilidad, igual que hay vicio por falta de sensibilidad. Tal vez sólo en vidas realmente viciosas pueda plantearse el problema moral con toda su fuerza de ansiedad. Y a ese problema el artista no da una solución en el plano de su vida individual, sino en el de lo que es para él su vida de verdad, una solución general, literaria (...) Lo que unos u otros pudieron decirme no fue lo que me informó en gran medida de la bondad o la maldad de Bergotte. Uno de sus allegados ofrecía pruebas de su dureza, un desconocido citaba un rasgo (...) de su profunda sensibilidad. Había sido cruel con su mujer. Pero en un hostal de aldea al que había ido a pasar la noche se había quedado a velar a una mendiga que había intentado arrojarse al agua... (pp.138-139)
El narrador le pregunta por la Berma y su reciente versión de Fedra. Bergotte, de inmediato, compara algunas actitudes de la actriz con esculturas clásicas, entre ellas las cariátides del Erecteión.
Como Bergotte había dirigido en uno de sus libros una invocación célebre a esas estatuas arcaicas, las palabras que pronunciaba en aquel momento eran muy claras para mí y me brindaban una nueva razón para interesarme en la interpretaci´no de la Berma. Intentaba volver a verla en mi recuerdo, tal como había estado en aquella escena en la que había elevado -recordaba yo- el brazo a la altura del hombro. Y yo me decía "Es la Hespérides de Olimpia, la hermana de una de aquellas admirables orantes de la Acrópolis: eso es un arte noble". Pero para que aquellas palabras pudieran embellecerme el gesto de la Berma, habría sido necesario que Bergotte me las hbiera brindado antes de la representación. (p.141)
Más adelante los Swann, Bergotte y el narrador hablan del Señor de Norpois, que había manifestado sus objeciones al arte de Bergotte.
Como Bergotte no desechaba mis opiniones, le confesé que habían sido despreciadas por el Sr. de Norpois. "Pero si es que es un viejo tonto", respondió; "le dio picotazos a usted, porque siempre cree tener ante sí una torta o una jibia". "¡Cómo! ¿Conoces a Norpois?", me dijo Swann. "¡Oh! Es tan aburrido como la lluvia", interrumpió su mujer, quien tenía gran confianza en el juicio de Bergotte y seguramente temía que el Sr. de Norpois nos hubiera hablado mal de ella (p.143)..
La atención del narrador, sin embargo, se fija en Gilberte, que está presente en la conversación pero que no participa. El parecido de la chica con sus padres es motivo de una reflexión cuasigenética:
...Aquella tez pelirroja era la de su padre, hasta el punto de que la naturaleza parecía haber tenido que resolver -cuando Gilberte había sido creada- el problema de rehacer poco a poco a la Sra. Swann disponiendo sólo -como materia- de la piel del Sr. Swann. Y la naturaleza la había utilizado perfectamente, como un ebanista que hubiese querido dejar a la vista el grano y los nudos de la madera. En el rostro de Gilberte, en la comisura de la nariz de Odette perfectamente reproducida, la piel se elevaba para conservar intactos los dos lunares del Sr. Swann. Era una nueva variedad de Sra. Swann obtenida ahí, a su lado, como una lila blanca junto a otra violeta (...) Desde luego, sabemos que un hijo tiene rasgos de su padre y de su madre. Ahora bien, la distribución de las cualidades y los defectos que hereda resulta tan extraña, que de dos cualidades que parecían inseparables en uno de los padres ya sólo se encuentra una en el hijo y aliada con el defecto del otro padre que parecía inconciliable con ella. Incluso la encarnación de una calidad moral en un defecto físico incompatible es con frecuencia una de las leyes del parecido filial. De dos hermanas, una tendrá, junto con la altiva estatura de su padre, el espíritu mezquino de su madre; la otra, totalmetne colmada de la inteligencia paterna, la presentará al mundo con el aspecto de su madre. (pp.145-146)
Las imágenes de tono botánico, por decirlo de alguna manera, vuelven especialmente interesante este pasaje. Se habla de "una nueva variedad de Sra. Swann", se compara el proceso con el que deriva colores diferentes en las flores. La mirada del narrador, quizá, busca clasificar el mundo, ordenarlo de acuerdo a pautas de descendencia, cientifizarlo (en una ciencia laxa, por supuesto, casi toda ella excepciones), acercar la variedad del mundo a las pautas más o menos regulares de lo que el narrador entiende como más simple, como domesticado por la razón.



martes, 23 de octubre de 2012

Páginas 127-136

El narrador conoce a Bergotte en una cena ofrecida por los Swann. Como cabía esperar, el encuentro es decepcionante:
...había dieciseis personaes, entre las cuales se encontraba -cosa que yo ignoraba- Bergotte. La Sra. Swann, quien acababa de nombrarme, como ella decía, ante varias de ellas, pronunió de repente, tras mi nombre (...) el nombre del dulce cantor de pelo blanco. Aquel nombre de Bergotte me hizo estremecer como el sonido de un revólver disparado contra mí, pero instintivamente, para mostrar aplomo, saludé; ante mí, me devolvió el saludo (...) un hombre joven, rudo, bajo, robusto y miope, con nariz roja en forma de concha de caracol y perilla negra. Me sentí mortalmente triste, pues lo que acababa de quedar pulverizado no era sólo el lánguido anciano del que nada quedaba ya, sino también la belleza de una obra inmensa que yo había podido alojar en el organismo desfalleciente y sagrado que había construido, como un templo, a propósito para ella, pero que ningún lugar tenía reservado en el cuerpo rechoncho, lleno de vasos sanguíneos, huesos, ganglios, del hombrecillo de nariz chata y perilla negra que tenía ante mí. Todo el Bergotte que yo mismo había elaborado lenta y delicadamente, gota a gota, como una estalactita, con la transparente belleza de sus libros resultaba de pronto no poder ya ser útil, pues había que conservar la nariz de caracol y utilizar la barbilla negra (...) La nariz y la perilla eran elementos tan ineluctables y tanto más molestos cuanto que, al obligarme a reedificar enteramente el personaje de Bergotte, parecían aún entrañar, producir, segregar sin fin, cierta clase de mentalidad activa y satisfecha de sí misma, consa inaudita, pues nada tenía que ver con la clase de inteligencia vertida en sus libros (...) Partiendo de ellos, nunca habría llegado a aquella nariz de caracol... (pp.127-128)
Estas páginas conforman una suerte de ensayo sobre el estilo de Bergotte, ofrecido en contraposición a su manera de hablar:
Sin embargo, no se encontraba en el lenguaje de Bergotte cierta luminosidad que en sus libros, como en los de algunos otros autores, modifica a menudo en la frase escrita la apariencia de las palabras (...) A ese respecto, había más entonaciones, más acento, en sus libros que en sus palabras: acento indepentiente de la belleza del estilo, que el propio autor no ha percibido seguramente, pues resulta inseparable de su personalidad más íntima. Este acento era el que en los momentos en que Bergotte era en sus libros enteramente natural ritmaba las palabras, muchas veces muy insignificantes, que escribía. Ese acento no va notado en el texto, nada lo indica en él y, sin embargo, se añade por sí solo a las frases, no se puede pronunciarlas de otro modo, es lo más efímero y, sin embargo, lo más profundo que había en el escritor y es lo que dará testimonio de su naturaleza, lo que dirá si, pese a las durezas que expresó, era dulce y, pese a las sensualidades, sentimental. (pp.133-134)

lunes, 22 de octubre de 2012

Páginas 117-126

Las veladas con Gilberte le permiten al narrador conocer mejor a Swann. Es cierto que, en algún momento de su vida (futura en relación al momento narrado), algo de la información contenida en "Un amor de Swann" podrá volverse accesible al narrador, pero, en rigor, qué sabía "realmente" de esas historias en estos años de su adolescencia, no hay manera de decirlo. De hecho, está claro que gran parte de esa novela-dentro-de-la-novela que es "Un amor de Swann" está hecho de lo que podríamos llamar "ficción novelística", es decir llena de datos que el narrador jamás podría saber con precisión y que, por lo tanto, deberá "inventar" a la hora de escribir sobre Swann -diálogos, pensamientos, impresiones, conexiones con otros hechos, etc. Hay, entonces, al menos dos planos en el relato sobre Swann: el de los hechos que el narrador pudo "descubrir" investigando (contados por otros, evidentemente) y los que debió "inventar". La ficción que es "Un amor de Swann", en cualquier caso, podría estar basada parcialmente en "hechos reales": tratándose de una novela, por supuesto, esto genera dos planos de ficción, dos niveles: uno básico, donde aceptamos que existe alguien llamado Charles Swann, y otro por encima de este, donde aceptamos lo que nos cuenta un narrador todavía sin nombre sobre esa persona. Esos dos planos, en algunos pasajes, son puestos en relación. Por ejemplo:
Y Swann debía de haber visto producirse (...) algo análogo: pues se podía considerar aquel piso en el que me recibía el lugar en el que habían ido a confundirse (...) no sólo el piso ideal que mi imaginación había engendrado, sino también otro: el que el celoso amor de Swann, tan inventivo como mis sueños, le había descrito con tanta frecuencia, aquel piso común de Odette y de él que tan innacesible le había parecido una noche en que Odette lo había llevado junto con Forcheville a tomar naranjada en su casa, y lo que había ido a fundirse, para él, en el plano del comedor en el que almorzábamos era aquel paraíso inesperado en el que en otro tiempo no podía él imaginarse -sin turbación- diciendo a su mayordomo aquellas mismas palabras -"¿está lista la señora?"- que le oía yo pronunciar ahora con ligera impaciencia, mezclada con cierta satisfacción del amor propio. (p.118)
La narración del presente (los 15-16 años del protagonista) se funde, a través de la evocación a un lugar en el espacio, con el relato de "Un amor de Swann"; el narrador se incluye en un lugar que dialoga con el pasado de Swann, contaminado de ficción. Esa segunda ficción se funde con la primera -la del presente, la de la narración en primera persona- y vuelve a resaltar la artificialidad, la cualidad novelística del texto. No podemos confiar en nada, en otras palabras: se nos recuerda que el narrador también está reconstruyendo su pasado como reconstruyó el de Swann, apelando a todo tipo de trucos novelísticos, libre de inventar.
Más adelante reaparece Bloch, un amigo del narrador que habíamos encontrado en "Combray":
En aquel momento, nos saludó a la Sra. Swann y a mí, un joven que le dio los buenos días sin detenerse y a quien no sabía yo que conociera: Bloch. A mi pregunta al respecto, la Sra. Swann me respondió que se lo había presentado la Sra. Bontemps y que era agregado al gabinete del Ministro, cosa que yo ignoraba. Por lo demás, no debía de haberlo visto con frecuencia -o bien no había querido citar el nombre, que tal vez considerara poco "distinguido", de Bloch-, pues dijo que se llamaba "Sr. Moreul. Yo le aseguré que se confundía, que se llamaba Bloch. (p.123)
La reticencia de Odette a nombrar adecuadamente a Bloch -si es que sabe su verdadero nombre, claro- puede deberse al origen judío del amigo del narrador. En cualquier caso, lo de "agregado al gabinete del Ministro" sea probablemente mentira -Bloch, para empezar, no es mayor que el narrador-, por lo que cabe pensar que también mintió con su nombre.
Otra sección de esta primera parte de A la sombra... termina en la página 126, tras el relato de una discusión acalorada entre Gilberte y su padre.

Páginas 107-116

Sigue el relato de las visitas del narrador a la casa de los Swann. Un día, Odette toca al piano la sonata de Vinteuil.
...Pero con frecuencia -si se trata de una música un poco compilcada que escuchamos por primera vez- no oímos nada. Y, sin embargo, cuando más adelante me tocaron dos o tres veces dicha sonata, resultó que la conocía perfectamente. Por eso, no deja de ser apropiado que digamos "oir por primera vez". Si de verdad no hubiésemos distinguido nada -como creíamos- en la primera audición, la segunda y la tercera serían en la misma medida primeras y no habría razón para que comprendiésemos algo más en la décima. Probablemente lo que falta la pimera vez no es la comprensión, sino la memoria. (p.109)
Más adelante el narrador reflexiona sobre la relación entre ciertas obras especialmente complejas o difíciles y el público:
La causa de que una obra genial difícilmente sea admirada en seguida es la de que quien la ha escrito es singular y pocos se le parecen. Su obra misma, al fecundar las pocas mentes capaces de comprenderla, es la que los hará crecer y multiplicarse. Fueron los cuartetos de Beethoven -XII, XIII, XIV y XV- los que tardaron cincuenta años engendran, en engrosar, su público, con lo que lograron, como todas las obras maestras, un progreso -ya que no en el valor de los artistas- al menos en la sociedad espiritual, hoy compuesta en gran medida de lo que resultaba inencontrable cuando aparecio la obra, es decir, personas capaces de apreciarla. (p.111)
Evidentemente aquí operan muchos procesos lógicos o conceptuales. Por un lado, se propone a la sonata de Vinteuil al mismo nivel de dificultad que una obra que el lector -idealmente, claro- conoce y a la que atribuye el atributo de dificil y compleja. Y desafiante, y quizá "adelantada a su tiempo". Además, en otro plano de significado, se propone la idea de que las obras "crean" a su público. Del mismo modo, entonces, asumimos que Vinteuil ha creado -y "engrosado"- al público capaz de disfrutar su sonata, al que se suman Swann y, con el tiempo, el narrador.
Después nos enteramos de cómo opera la sensibilidad de Swann en relación a la sonata.
"¿Verdad que es hermosa esta sonata de Vinteuil?", me dijo Swann. "El momento en que está obscuro bajo los árboles, en que los arpegios del violín hacen caer el fresco. hay que reconocer que es muy bonito; encarna todo el estatismo de la luz de la luna, que es lo esencial (...) Eso es lo que está tan bien representado en esa frasecita: el Bois de Boulogne presa de la catalepsia. Al borde del mar resulta aún más impresionante, porque se oyen muy bien las débiles respuestas de las olas: naturalmente, puesto que todo lo demás permanece inmóvil (...) Pero la frasecita de Vinteuil -y, por lo demás, en toda la sonata- no es así: ocurre en el Bois..." (p.113)
Parecería que Swann no distingue la música (en abstracto, digamos) de las impresiones que provoca en su sensibilidad, en su imaginación, y establece que la sonata es esa serie de impresiones, hasta el punto que hace un juicio relativo al artesanado de Vinteuil: "eso es lo que está tan bien representado", dice. Hay, entonces, una apelación a una escala de logro, de buena o mala factura, y lo que se mide es la calidad de la representación. Hay -según Swann- una realidad externa a la sonata y ésta la representa. Una realidad, evidentemente, sólo presente en la mente de Swann, quien cuesta creer que sea tan ingenuo como para creer que pueda existir en otra parte y que Vinteuil la haya efectivamente representado en su música. Está claro que en esa referencia al Bois de Boulogne Swann, quizá sin darse cuenta, está volcando sus vivencias, sus experiencias, que establecen el puente entre la sonata y Odette, entre la sonata y aquellos días de su vida.
El narrador repara en esta manera de sentir de Swann, y dice:
Pero por otras afirmaciones de Swann comprendí que los follajes nocturnos eran simplemente aquellos bajo cuya espesura había oído muchas veces (...) la frasecita. En lugar del sentido profundo que en tantas ocasiones le había pedido, lo que evocaba Swann eran aquellos follajes ordenados, enroscados, pintados en torno a ella. (p.113)
Parecería operar aquí otra desilusión: la sensibilidad de Swann no era tan exquisita como el narrador había pensado.

sábado, 20 de octubre de 2012

Páginas 97-106

Siguen las reflexiones del narrador sobre los movimientos en la sociedad y el antisemitismo. Se nos cuenta brevemente algún detalle de la familia de Swann, cuya tía -Lady Israels- es presentada como una de las judías "más poderosas" de París.
Por su parte, Lady Rufus Israels sabía a las mil maravillas quiénes eran esas personas que prodigaban a Swann una amistad que ella envidiaba. La familia de su marido -la equivalente, más o menos, de los Rothschild- llevaba varias generaciones administrando los negocios de los príncipes de Orléans. Lady Israels, excesivamente rica, tenía una gran influencia y la había ejercido para que ninguno de sus conocidos recibiera a Odette. (p.97)
Esta preocupación del narrador por consignar el mapa social de París es también de Swann:
Por lo demás, Swann no se contentaba con buscar en la sociedad (...) un simple goce de letrado y artista, se entregaba también a una diversión bastante vulgar: la de hacer como ramilletes sociales agrupando elementos heterogéneos, reuniendo a personas procedentes de aquí y de allá. Estas experiencias de sociología divertida -o que así parecía a Swann- no tenían en todas las amigas de su mujer (...) una repercusión idéntica. "Tengo intención de invitar al mismo tiempo a Cottard y a la duquesa de Vendôme", decía riendo a la Sra. Bontemps, con la golosa expresión de un gastrónomo que se propone hacer el experimento de substituir en una salsa los clavos de olor por pimienta de Cayena. (p.100)
Si bien Swann ha superado su obsesión, de vez en cuando se propone que continuar con sus viejas indagaciones sobre los amantes de Odette.
Aunque ya no sentía celos (...), la tarde en que había llamado en vano a la puerta del hotelito de la Rue La Pérouse habí seguido inspirándolos. Era como si los celos -en cierto modo semejantes en eso a esas enfermedades que parecen tener su sede, su fuente de contagio, más que ciertas personas en ciertos lugares, en ciertas casas- no hubieran tenido por objeto tanto la propia Odette cuanto aquel día, aquella hora del pasado perdido, en el que Swann había llamado a todas las entradas del hotelito de Odette. Eran como si aquel día y aquella hora hubiesen sido los únicos en fijar algunas últimas parcelas de la personalidad amorosa que Swann había tenido en otro tiempo y ya sólo las recuperara allí. Hacía mucho que no le preocupaba que Odette lo hubiera engañado y lo engañase aún. Y, sin embargo, tanto había persistido en él la dolorosa curioisdad de saber si aquel día, tan lejano, estaba Odette acostada, a las seis de la tarde, con Forcheville, que durante unos años había seguido buscando a antiguos sirvientes de Odette. Después aquella curiosidad misma había desaparecido sin que por ello cesaran sus investigaciones. Seguía intentando enterarse de lo que ya no le interesaba, porque su yo antiguo, alcanzada su extrema decrepitud, seguía actuando maquinalmente... (p.103)
En la época narrada en estas páginas Swann tiene una nueva amante, un nuevo "amor de Swann" del que nos enteramos muy poco, excepto que repite -también- el viejo molde:
Pero esclarecer un día los hechos de la vida de Odette (...) no había sido el único deseo de Swann; había dejado en reserva tambien el de vengarse (...); ahora bien, se había presentado la ocasión precisamente de realizar ese deseo, pues Swann amaba a otra mujer, quien no le daba motivos de celos, pero, aun así, él los sentía, porque ya no era capaz de renovar su forma de amar y aquella que había aplicado a Odette le servía también para otra (...) Y él, que, cuando sufría por Odette, había deseado tanto hacerle ver un día que estaba prendado de otra, ahora que habría podido hacerlo tomaba mil precauciones para que su mujer no sospechara aquel nuevo amor (p.105)

viernes, 19 de octubre de 2012

páginas 87-96

El narrador, que ya frecuenta la casa de los Swann, observa a Odette en su proyecto de "salón":
Cuando la Sra.Swann ha´bia vuelto con sus visitas, seguíamos oyéndola hablar y reir, pues, aun estando ante dos personas y como si hubiera tenido que dirigirse a todos los "compañeros", elevaba la voz, lanzaba las palabras, como tantas veces había oído hacer -en el pequeño clan- a la "Señora", en los momentos en que ésta "dirigía la conversación". Como las expresiones que acabamos  de tomar prestadas de los demás son las que -al menos por un tiempo- más nos gusta emplear, la Sra.Swann elegía ora las que había tomado de personas distinguidas que su marido no había podido por menos de presentrle... (p.89)
"Un amor de Swann" sigue proyectándose sobre la novela, y los acontecimientos del momento narrado parecen reproducir, calcar ese modelo. El amor de Swann por Odette, el amor del narrador por Gilberte.
De paso, en la página 91 aparece la primera mención a Albertine -y, por el hecho de que Gilberte la conociera, un punto de partida a muchas paranoias futuras:
"Es el tío de una niña que iba a mi colegio [dice Gilberte], en un curso muy inferior al mío: la famosa "Albertine". Seguro que llegará a ser muy fast, pero de momento tiene una pinta muy rara,"
"Mi hija es asombrosa: conoce a todo el mundo"
Es maravilloso que la primera aparición del personaje sea bajo la mirada de Gilberta, su antecedente en la historia de los amores del narrador: la "famosa" Albertine, señala, dejando a la imaginación del lector a qué podrá deberse esa fama. Más adelante en la novela el narrador especula con uno de los temas que lo obesionan: el lesbianismo. Recordemos las dudas de Swann al respecto de Odette con otras mujeres (páginas 380-389) y, tambíen, la escena de la hija de Vinteuil con su novia (páginas 170-179).
Estas páginas incluyen también la primera mención al caso Dreyfus:
Esas nuevas disposiciones del caleidoscopio son producidas por lo que un filósofo llamaría un cambio de criterio. El caso Dreyfus ocasionó otro, en una época un poco posterior a aquella en la que yo empezaba a ir a casa de la Sra.Swann, y el caleidoscopio invirtió una vez más sus pequeños rombos de colores. Todo lo judío pasó abajo, incluida la señora elegante, y obscuros nacionalistas subieron a ocupar su lugar. El salón más brillante de París fue el de un príncipe austríaco y ultracatólico. En cuanto al lugar del caso Dreyfus, si hubiera sobrevenido una guerra con Alemania, la vuelta del caleidoscopio se habría producido en otro sentido. Como los judíos habían demostrado -para aosmbro general- ser patriotas, habrían conservado su situación y nadie habría querido ya ir -ni confesar haber ido jamás- a casa del príncipe austríaco. Ello no impide que, siempre que la sociedad está momentáneamente inmóvil, quienes viven en ella se imaginen que no habrá otro cambio, del mimo modo que, por haber visto la aparición del teléfono, no quieren creer en el aeroplano (p.96).
Lo de "una época un poco posterior" confirma que los sucesos narrados en la primera parte de A la sombra de las muchachas en flor deben suceder en la primera mitad de la última década del siglo XIX.

jueves, 18 de octubre de 2012

Páginas 77-86

La familia ha decidido no seguir las recomendaciones de Cottad; sin embargo, cuando el narrador desmejora notablemente, la dieta de leche y agua se impone, con buenos resultados:
Después, como mi estado se agravó, se decidieron a hacerme seguir al pie de la letra las prescripciones de Cottard; al cabo de tres días, me habían desaparecido los estertores y la tos y respiraba bien. Entonces comprendimos que Cottard, además de verte -como dijo más adelante- bastante asmático y sobre todo "chiflado", había discernido que lo que predominaba en mí en aquel momento era la intoxicación y que vaciándome el hígado y lavándome los riñones desongestionaría mis bronquios, me devolvería el aliento, el sueño, las fuerzas. Y comprendimos que aquel imbécil era un gran clínico. Por fin pude levantarme. (p.77)
El detalle de "chiflado", dicho al pasar, viene a confirmar las sugerencias del posible origen nervioso de los padecimientos del narrador.
En esos días de convalescencia llega una carta de Gilberte:
"Querido amigo", decía la carta, "he sabido que estás muy enfermo y que ya no vas a los Campos Elíseos. Yo tampoco voy apenas, porque hay muchos enfermos. Pero mis amigas vienen a merendar todos los lunes y viernes a casa. Mamá me ha encargado decirte que nos encantaría que vinieras tú también, en cuanto te repongas, y podríamos reanudar en casa nuestras interesantes charlas de los Campos Elíseos. Adiós, querido amigo, espero que tus padres te permitan venir con frecuencia a merendar. Con toda mi amistad, Gilberte." (pp.78-79)
Las visitas no se hacen esperar, y el narrador se vuelve un asiduo de las "meriendas" de Gilberte, que por momentos parecen reproducir, a escala, las veladas de la Sra.Verdurin.
Conque conocí aquel piso del que emanaba hasta la escalera el perfume utilizado por la Sra. Swann, pero que embalsamaba mucho más aún el aprticular y doloroso encanto que desprendía la vida de Gilberte (...) Cuando, en la temporada de buen tiempo, pasaba toda una tarde con Gilberte en su cuarto, tenía ocasión de abrir yo mismo las ventanas que desde fuera interponían entre mi persona y los tesoros que no me estaban destinados una mirada luminosa, distante y superficial, la mirada misma -me parecía- de los Swann, para dejar entrar un poco de aire e incluso asomarme junto a ella -si era el día en que su madre recibía- para ver las visitas que con frecuencia (...) me saludaban con la mano, al confundirme con algún sobrino de la señora de la casa. (pp.81-82)
La enfermedad, sin embargo, no ha cedido del todo:
...como si la turbación que me dominaba hubiese dejado persistir la sensación de inapetencia o de hambre, el concepto de cena o la imagen de la familia en mi memoria vacía y mi estómago paralizado. Por desgracia, aquella parálisis era sólo momentánea. Llegaría un momento en que habría de digerir los pasteles que tomaba sin darme cuenta, pero aún quedaba lejos. Entretanto, Gilberte me hacía "mi té". Lo bebía indefinidamente, pese a que una sola taza me impedía dormir durante veinticuatro horas. Por eso, mi madre solía decir "Hay que ver: siempre que este chico va a la casa de los Swann vuelve enfermo". (p.85)
Los padecimientos que parecen exagerados ("estomago paralizado", "me impedía dormir durante veinticuatro horas") recuerdan a la tía Léonie, que tampoco podía digerir fácilmente siquiera un vaso de agua mineral.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Páginas 67-76

Pronto Gilberte regresa a los Campos Elíseos a "jugar" con el narrador. La idea de estos juegos -que por momentos parecen la Escondida o la Mancha- parecía incompatible con la edad que, sabemos, tiene la hija de Swann (14 o 15 años); sin embargo, en este retorno de Gilberte esos juegos se revelan como una fuente de experiencias eróticas:
...Pues, al acercarme a Gilberte, quien, echada hacia atrás en la sila, me decía que cogiera la carta, pero no me la alargaba, me sentí tan atraído por su cuerpo, que le dije:
"Venga, impídeme cogerla, vamos a ver quién puede más".
Se la colocó a la espalda, yo pasé las manos tras su cuello, al tiempo que levantaba las trenzas que llevaba -ya fuera porque fuesen propias de su edad o porque su madre quisiera hacerla parecer niña más tiempo para rejuvenecerse, a su vez- y luchamos arqueándonos. Yo intentaba atraerla hacia mí y ella se resistía (...); yo la tenía apretada entre mis piernas como un arbusto al que hubiese querido trepar y, en plena gimnasia, sin que aumentara apenas el jadeo que me provocaba el ejercicio muscular y la pasión del juego, derramé -como unas gotas de sudor arrancadas por el esfuerzo- mi goce, en el que no pude entretenerme ni siquiera el tiemop de experimentar el gusto; al instante cogí la carta. Entonces Gilberte me dijo, bondadosa:
"Mira, si quieres, podemos seguir luchando un poco más".
Tal vez hubiera sentido obscuramente que mi juego tenía un objeto distinto del confesado, pero no había podido comprobar si yo lo había alcanzado. Y yo, temiendo que lo hubiese notado -y cierto movimiento retráctil y contenido de pudor ofendido que hizo un instante después me movió a pensar que no me había equivocado al temerlo-, acepté seguir luchando, por miedo a que creyera que no me había propuesto otro objetivo que aquel tras el cual ya no deseaba sino permanecer tranquilo junto a ella. (p.72)
Podriamos pensarlo como la primera experiencia literalmente erótica -por decirlo de alguna manera- de la novela; el narrador, en las páginas de Por el camino de Swann, no había hecho referencias directas a la masturbación, ni tampoco en las 71 primeras páginas de A la sombra de las muchachas en flor; en ese sentido, esta experiencia es lo más parecido a un momento fundacional del relato de la vida sexual del narrador. A la vez, es interesante la referencia a los arbustos, que nos hacen pensar en los espinos que "amaba" el narrador en tanto -en Combray, páginas 150-159- lo vinculaban a, precisamente, Gilberte.
También aparece en estas páginas un acercamiento a la enfermedad del narrador:
...en el momento de tragar el primer bocado de una apetitosa chuleta, una náusea, un mareo, me detuvieron, respuesta febril del comienzo de una enfermedad cuyos síntomas había ocultado, retrasado, el hielo de mi indeferencia, pero que rechazaba con obstinación el alimento que yo no estaba en condiciones de absorber. Entonces, en el mismo segundo, la idea de que, si advertían que estaba enfermo, me impedirían salir, me infundió (...) la fuerza para arrastrarme hasta mi cuarto, donde vi que tenía 40º de fiebre y a continuación prepararme para ir a los Campos Elíseos (...)
Al regreso, Françoise declaró que me había sentido "indispuesto", que debía de haberme "enfriado" y que el doctor, a quien llamaron al instante, declaró "preferir" la "severidad", la "virulencia" del acceso febril que acompañaba mi congestión pulmonar e iba a ser "siempre fuego de paja", a formas más "insidiosas" y "larvadas". Llevaba ya un tiempo padeciendo ahogos y nuestro mécido -pese a la desaprobación de mi abuela, que ya me veía muriendo de alcoholismo- me había aconsejado -además de la cafeína que me prescribían para que me ayudara a respirar- tomar cerveza, champán o coñac, cuando notara la llegada de un ataque. Estos abortarían -decía- con la "euforia" causada por el alcohol.
Al no registrarse ninguna mejoría, los padres del narrador llaman al doctor Cottard, a quien ya conocemos por su participación en "Un amor de Swann":
Ahora bien, los espasmos nerviosos requerían un trato desdeñoso: la tuberculosis, grandes atenciones y un tipo de sobrealimentación que habría sido contraproducente para una afección artrítica como el asma y habría podido resultar peligroso en caso de disnea toxialimentaria, que exige un régimen nefasto, en cambio, para un tuberculoso. Pero las vacilaciones de Cottard fueron breves y sus prescripciones imperiosas: "Purgantes fuertes y drásticos, leche durante varios días y sólo leche. Nada de carne ni de alcohol". (p.76)
El narrador, aquí, se complace en emplear términos técnicos o cuasitécnicos ("afección atrtítica", "disnea toxialimentaria") y nos hace imaginarlo documentándose, leyendo tratados de medicina, como buen hipocondríaco.

martes, 16 de octubre de 2012

Páginas 57-66

Después de enterarse de que Norpois frecuenta a los Swann, el narrador le pide con gran afectación un favor:
"¡Oh! Señor embajador", dije al Sr. de Norpois, cuando me anunció que comunicaría a Gilberte y a su madre la admiración que sentía yo por ellas, "si hiciera eso, si hablara de mi a la Sra. Swann, no me bastaría toda mi vida para atestiguarle mi gratitud, ¡y esa vida le pertenecería! Pero debo informarlo de que no conozco a la Sra. Swann y nunca nos han presentado" (p.56)
Norpois, evidentemente, decide que jamás transmitirá mensaje alguno, y el narrador lo sabe. A la vez, especula con la idea de que conocer a Norpois le granjearía "mucho más prestigio ante la señora de la casa" (p.57).
Después que Norpois se marcha el padre del narrador le pasa una página del diario vespertino en la que se reseña la actuación de la Berma en términos especialmente elogiosos.
En cuanto mi entendimiento concibió aquella idea nueva de "la más alta y pura manifestación artística", ésta se unió al imperfecto placer por mí experimentado en el teatro, le insufló un poco de lo que le faltaba y su reunión formó algo tan exaltante que exclamé: "¡Qué gran artista!". Seguramente se puede considerar que yo no era absolutamente sincero. Pero piénsese más bien en tantos escritores descontentos del pasaje que acaban de escribir, que, si leen un elogio del genio de Chateaubriand o evocan a determinado gran artista hasta cuya altura han deseado elevarse, tarareando, por ejemplo, para sus adentros determinada frase de Beethoven cuya tristeza comparan con la que deseaban infundir a su prosa, se hinchen hasta tal punto de esa idea de genio, que la añaden a sus propias producciones al volver a pensar en ellas, dejan de verlas como se les habían presentado en un principio y, aventurándose a un acto de fe en el valor de su obra, se dicen: "¡Al fin y al cabo!", sin darse cuenta de que en el total que determina su satisfacción final introducen el recuerdo de páginas maravillosas de Chateaubriand que asimilan a las suyas, pero que, a fin de cuentas, no han escrito. (p.59)
Es interesante comprar esto con el pasaje de "y así como mi inteligencia (...) se había dilatado antes para abarcar las inmensas capacidades del genio, así también había quedado ahora (...) enteramente reducida a la estrecha mediocridad en que el Sr. de Norpois la había recluido y confinado de pronto" (p.53), en el que esa idea de "hincharse" es asimilada al narrador.
Después de varias páginas sobre el arte culinario de Françoise encontramos un par de líneas en blanco y pasamos a la narración de un día de Año Nuevo. Una vez más no sabemos la fecha exacta, pero si pensamos que el affaire Dreyfus (1894-1906, por usar sus fechas límite) marca de algun modo un centro posible para la cronología (como la 1a Guerra Mundial se acerca más bien al final del libro), y que recién será objeto de alguna forma de comentario en el tercer y cuarto tomo, podríamos pensar que este año nuevo sería datable entre 1893 y 1898 (cuando el affaire se complicó especialmente y la novela se encarga de referirlo).




lunes, 15 de octubre de 2012

Páginas 47-56

Sigue la cena con Norpois. El narrador, aprovechando la mención a una cena reciente en casa de Swann, le pregunta por su escritor favorito:
"¿Estaba en esa cena un escritor llamado Bergotte, señor embajador?", pregunté yo timidamente (...)
"Sí, allí estaba Bergotte", respondió el Sr. de Norpois, al tiempo que inclinaba la cabeza hacia mí con cortesía (...) "¿Lo conoce usted?", añadió (...)
"Mi hijo no lo conoce, pero lo admira muchísimo", dijo mi madre.
"¡Huy, Dios mio!", dijo el Sr. de Norpois (...) "Yo no comparto ese modo de ver. Bergotte es lo que yo llamo un flautista; por lo demás, toca su instrumento admirablemente -hay que reconocerlo-, aunque con much omanierismo, afectación. Pero, a fin de cuentas, tan sólo es eso, lo que no es gran cosa. Nunca encontraremos en sus obras sin garra lo que podríamos llamar el armazón. Carecen de acción -o es muy poca-, pero sobre todo de fuerza. Sus libros fallan por la base o, mejor dicho, carecen de la menor base. En una época como la nuestra en la que la complejidad cada vez mayor de la vida apenas deja tiempo para leer, en la que el mapa de Europa ha sufrido modificaciones profundas y está en vísperas de sufrir otras aún mayores tal vez (...) convendrán ustedes conmigo en que tenemos derecho a pedir a un escritor que no sea simplemente un hombre culto capaz de hacernos olvidar con consideraciones ociosas y bizantinas sobre méritos puramente formales la posibilidad de vernos invadidos de un instante a otro por una doble ola de bárbaros: los de afuera y los de adentro". (p.51)
El narrador no es capaz de responder. Entendemos perfectamente dónde está parado Norpois en relación a sus gustos literarios, y cabe pensar que el narrador está en las antípodas, pero, a la vez, no se atreve a discutir o carece de argumentos.
Pero Norpois hace algo más que criticar a Bergotte:
"...Ahora comprendo mejor, remitiéndome a su totalmente exagerada admiración de Bergotte, las líneas que me ha enseñado usted antes y que sería muy impropio por mi parte no pasar por alto, puesto que, según ha dicho usted mismo con toda sencillez, eran simples garabateos de niño" (lo había dicho, en efecto, pero no creía ni palabra). "Todo pecado es digno de misericordia, y sobre todo los de juventud (...) Pero en lo que me ha enseñado se ve la mala influencia de Bergotte. Evidentemente, no le extrañaría si le digo que todas sus cualidades estaban ausentes de ese texto, puesto que él ha adquirido maestría en el arte -del todo superficial, por lo demás- de cierto estilo del que a su edad no puede usted contar siquiera con un rudimento... (p.51)
El narrador queda "aterrado" (p.52) y recuerda todos sus reparos y miedos a la hora de pensarse como un escritor:
Me sentía consternado, disminuido, y así como mi inteligencia (...) se había dilatado antes para abarcar las inmensas capacidades del genio, así también había quedado ahora (...) enteramente reducida a la estrecha mediocridad en que el Sr. de Norpois la había recluido y confinado de pronto. (p.53)
Pero Norpois sigue hablando de Bergotte, como si no reparara en la impresión que ha causado en el chico. El narrador, entonces, intenta desviar el tema:
"¿Y estaba en aquella cena la hija de la Sra. Swann?", pregunté yo al Sr. de Norpois, aprovechando un momento en que, al pasar al salón, podía disimular mi emoción con mayor facilidad que en la mesa, inmóvil y bañada de luz.
El Sr. de Norpois pareció buscar un instante en el recuerdo:
"Sí, ¿una joven de catorce o quince años? En efecto, recuerdo que me la presentaron antes de la cena como la hija de nuestro anfitrión (...)"
"Juego con la Srta. Swann en los Campos Elíseos: es deliciosa". (p.54)
Nos enteramos, finalmente, de la edad de Gilberte y, cabe pensar, del narrador. Si pensamos que es probable que Odette hubiese seguido desempeñándose de cortesana ya nacida Gilberte -en tanto aún no se había casado con Swann-, la cronología puede acomodársenos en un 1885-1890, en tanto el episodio de la "dimisión de MacMahon" (páginas 430-439 de Por el camino de Swann) acontecía en 1879, y es posible que para ese entonces, con Odette soltera, Gilberte tuviese, digamos, 4 o 5 años.

Páginas 37-46

Tras una charla sobre política, Norpois pregunta a la madre del narrador qué harán en las vacaciones. La respuesta es que probablemente viajen a Balbec, ante todo para ver "algunas de las iglesias de esa región". El narrador, entonces, aprovecha para preguntarle a Norpois por la iglesia de Balbec:
"...es espléndida, ¿verdad, señor de Norpois?", pregunté yo, mientras procuraba vencer la tristeza de haber sabido que uno de los atractivos de Balbec radicaba en sus lindos hotelitos.
"No, no está mal, pero, en fin, no se puede comparar con esas auténticas joyas cinceladas que son las catedrales de Reims, Chartres y, para mi gusto, la perla de todas: la Sainte Chapelle de París."
"Pero la iglesia de Balbec, ¿no es en parte románica?"
"En efecto, es de estilo románico, que es ya de suyo extraordinariamente frío y en nada presagia la elegancia, la fantasía, de los arquitectos góticos, quienes tallan la piedra como si fuera encaje. La iglesia de Balbec merece una visita de quien se encuentre en esa región, es bastante curiosa; si un día de lluvia no sabe usted qué hacer, puede entrar en ella..." (pp.41-42)
Poco a poco vamos encontrando más delineado el perfil de Norpois como intelectual, el mapa de su sensibilidad, digamos. Está claro el contraste con las opiniones de Legrandin (páginas 140-149) y su entusiasmo por el paisaje de Balbec y su iglesia.
La conversación vuelve a virar, y ahora leemos qué opina Norpois de Swann. De paso, nos enteramos de que Gilberte nació antes que sus padres se casaran, que de hecho (cuenta Norpois)
hubo (...) maniobras bastante viles de chantaje por parte de su mujer; privaba a Swann de su hija, siempre que éste le denegaba algo. El pobre Swann, tan ingenuo como refinado, creía siempre que la privación de su hija era una coincidencia y se negaba a ver la realidad. Por lo demás, ella le hacía escenas tan constantes, que, el día en que lograra su propósito y se casase con él, ya nada la detendría (...) y la vida de esa pareja sería un infierno. (p.44)

Páginas 27-36

Terminada la actuación de la Berma el narrador concluye que:
...no dejé de sentirme, al caer el telón, decepcionado de que aquel placer tan deseado no hubiera sido mayor y al mismo tiempo la necesidad de prolongarlo, de no abandoanr nunca, al salir de la sala, aquella vida del teatro que durante unas horas había sido la mía y de la que me habría separado como en una partida para el exilio... (p.27)
Más tarde ese mismo día la familia cena con el señor de Norpois, y el narrador, animado por su padre, le pasa un poema en prosa para que examine, como se había planeado.
Mi padre sentía por una clase de inteligencia como la mía un desprecio suficientemente corregido por el cariño como para que, en resumidas cuentas, su sentimiento sobre todo lo que yo hacía fuera una indulgencia ciega. Por eso, no vaciló en enviarme a buscar un poemilla en prosa por mí compuesto en Combray al regreso de un paseo. Lo había escrito con una exaltación que comunicaba -me parecía- a quienes lo leyeran. Pero no debió de convencer al Sr. de Norpois, pues me lo devolvió sin decir palabra. (p.32)
La conversación con Norpois eventualmente toma como tema a la función teatral.
"Bueno, ¿qué? ¿Te ha gustado la sesión teatral?", me preguntó mi padre, mientras pasábamos a la mesa para que me luciera y pensando que mi entusiasmo me haría quedar bien ante el Sr. de Norpois (...)
"Debe de haberle encantado, sobre todo si era la primera vez que la veía. Su señor padre temía las consecuencias que esa escapadita podía tener en su salud, pues, según creo, está usted un poco delicado, un poco débil, pero yo lo tnraquilicé. Hoy los teatros no son lo que eran hace tan sólo veinte años. Hay butacas más o menos cómodas, una atmósfera renovada, aunque aún nos falte mucho para llegar al nivel de Alemania e Inglaterra (...) Yo no he visto a la Berma en Fedra, pero he oído decir que estaba admirable. Conque, ¿le habrá encantado, naturalmente?"
El Sr. de Norpois era mil veces más inteligente que yo, debía de conocer esa verdad que yo no había sabido extraer del arte de la Berma e iba a descubrírmela: al responder a su pregunta, iba a rogarle que me dijera en qué consistía esa verdad y así justificaría el deseo por mí sentido de ver a aquella actriz. Sólo disponía de un momento, debía aprovechar y orientar mi interrogatorio hacia los aspectos esenciales. Pero, ¿cuáles eran? (...) al final, para intentar incitarlo a declarar lo que de admirable tenía la Berma, le confesé que me había decepcionado.
"Pero, ¡cómo!", exclamó mi padre, contrariado por la lamentable impresión que el reconocimiento de mi incomprensión podía causar al Sr. de Norpois... (p.33)
Norpois le comenta a la madre del narrador sus impresiones: la Berma posee un gran talento para elegir papeles, una bellísima voz, y jamás se viste en escena con "colores demasiado chillones" ni profiere "gritos exagerados". El narrador asiente y se "alegra" de encontrar
 ...una causa razonable en esos elogios sobre la sencillez, el buen gusto, de la artista (...). "Es cierto", me decía yo: "¡Qué hermosa voz! ¡Qué ausencia de gritos! ¡Qué trajes tan sencillos! ¡Qué inteligencia al haber ido a elegir Fedra! No, no me ha defraudado. (p.34)

viernes, 12 de octubre de 2012

Páginas 17-26

En estas páginas reaparece el tema de la enfermedad del narrador. El médico le recomienda a sus padres que no le permitan ir al teatro a ver a la Berma, y cabe pensar, una vez más, que el trastorno que aqueja a nuestro protagonista es de índole nerviosa. De todas formas, él insiste, y sus padres, al ver lo importante que le resulta el teatro, lo dejan a su elección:
...cuando aquel día de teatro, hasta entonces prohibido, ya sólo dependió de mí, me pregunté por primera vez -al no tener que ocuparme de que dejara de ser imposible- si era deseable, si no deberían haberme hecho renunciar a ella otras razones distintas de la prohibicion de mis padres. Primero, tras haber detestado su crueldad, su consentimiento me los volvía tan queridos, que la idea de causarles pena me la causaba a mí mismo, con lo que ya no me parecía objetivo de la vida la verdad, sino el cariño... (p.20)
 Eventualmente el narrador decide ir, y lo acompaña su abuela. Sin embargo, la función de inmediato lo desconcierta.
...El personaje de Fedra no aparece en ese comienzo del segundo acto y, sin embargo, desde que se alzó el telón y se retiró otro de terciopelo rojo, que desdoblaba la profundidad del escenario en todas las obras en las que actuaba la estrella, entró por el fondo una actriz de rostro y voz como los de la Berma, según me los habían descrito. Debían de haber cambiado el reparto, toda la atención que yo había puesto para estudiar el papel de la mujer de Teseo resultaba inútil. Pero otra actriz dio réplica a la primera. Debía de haberme equivocado al considerarla la Berma, pues la segunda se le parecía aún más y tenía -más que la otra- su dicción. Por lo demás, las dos añadían a su papel gestos nobles (...) y también entonaciones ingeniosas (...) que me hacían comprender el significado de un verso leído en casa sin prestar demasiada atención a lo que quería decir. Pero de repente, al apartarse el telón rojo dle santuario, como en un bastidor, apareció una mujer y al instante (...) comprendí que las dos actrices a las que admiraba desde hacía unos minutos no presentaban semejanza alguna con aquella a quien había ido a ver. Pero, al mismo tiempo, todo mi placer había cesado; ya podía clavar mis ojos en la Berma, aguzar los ojos, los oídos, la mente, para que no se me escapara nada, que no conseguía recoger ni una migaja de las razones que me daría para admirarla. Ni siquiera podía distinguir en su dicción y en su arte (...) entonaciones ingeligentes, gestos hermosos. La escuchaba como si estuviera leyendo Fedra o como si la propia Fedra hubiese dicho en aquel momento las cosas que yo oía, sin que el talento de la Berma pareciera haberles añadido nada (pp.24-25)
Toda esta secuencia puede leerse como parte de la gran línea -que atraviesa la novela- de desilusiones entre lo que el narrador había imaginado y lo que encuentra eventualmente en la realidad. Ese tema, de hecho, es explorado en En busca del tiempo perdido casi en todas partes, bajo la forma de variaciones y ciclos de variaciones. 

jueves, 11 de octubre de 2012

Páginas 7-16

El cambio de tono en las primeras páginas de A la sombra de las muchachas en flor, en relación a el volumen que las precede, es muy notorio. El narrador ahora se complace en hablar de política, en nombrar ministros, embajadores, diplomáticos. Queda claro, de paso, que su padre trabaja en el gobierno, en un gabinete ministerial.
Estas 10 páginas, además, retoman dos personajes del libro anterior y los examinan bajo una nueva luz, a la vez que presentan a uno nuevo, el señor de Norpois.
Primero se habla de Swann.
...el antiguo amigo de mis padres habia sumado -a la de "Swann hijo" y también a la del Swann del Jockey- una personalidad nueva -y que no iba a ser la última-: la de marido de Odette. Adaptando a las humildes ambiciones de esa mujer el instinto, el deseo, la industria que siempre había tenido, se las había ingeniado para construirse -muy por debajo de la antigua- una posición nueva y apropiada a la compañera que la ocuparía junto con él. Ahora bien, en ella se mostraba como otro hombre. (p.7)
La legendaria reticencia de Swann de hablar de sus amistedes entre la aristocracia parece haberse invertido, y ahora se ha convertido, a primera vista, en todo lo contrario: una suerte de presumido deseoso de traer a todo momento a colación sus amigos "importantes". El narrador, sin embargo, ve más allá.
El Swann solícito con aquellas nuevas relaciones, que citaba orgulloso, era como esos grandes artistas modestos o generosos que, si al final de su vida se dedican a la cocina o a la jardineria, ostentan una satisfacción ingenua por los elogios dedicados a sus platos o a sus arriates, en relación con los cuales no admiten la crítica que aceptan gustosos para sus obras maestras o que, si bien son capaces de regalar una de sus telas, no pueden perder cuatro cuartos al dominó sin malhumorarse. (p.8)
Pero no sólo Swann ha cambiado. Nos enteramos también de una importante mutación en el carácter de Cottard:
...la segunda parte de nuestra vida no siempre es -aunque lo sea con frecuencia- nuestro primer carácter desarrollado o debilitado, amplificado o atenuado; a veces es un caracter inverso, un auténtico traje vuelto del revés. Salvo en casa de los Verdurin, que se habían encaprichado con él, la expresión vacilante de Cottard, su timidez y amabilidad excesivas lo habían hecho, en su juventud, objeto de perpetua chacota. ¿Qué amigo caritativo le habría aconsejado adoptar una expresión glacial? La importancia de su situación se lo facilitó. Por doquier, salvo en casa de los Verdurín, donde volvía instintivamente él mismo, se volvió frío, silencioso, perentorio -cuando no le quedaba más remedio que hablar- y no olvidaba decir cosas desagradables (...) Sobre todo se esforzaba por adoptar una actitud impasible e incluso en su servicio del hospital, cuando soltaba algunos de sus retruécanos -que hacían reír a todo el mundo, desde el director de la clínica al externo más reciente-, lo hacía siempre sin que se moviera un sólo músculo de su rostro, irreconocible, por lo demás, desde que se había afeitado la barba y el bigote. (p.10)
Sigue la presentación del marqués de Norpois, "que había sido ministro plenipotenciario antes de la guerra y embajador cuando los acontecimientos del 16 de mayo" (p.10). ¿A qué guerra se refiere el narrador? Para empezar, los "acontecimientos del 16 de mayo" refieren a la crisis institucional que afectó a Francia en 1877, cuando el entonces presidente MacMahon (ya mencionado en la novela, en la página 439) disolvió el parlamento, que se había negado a apoyar la investidura de un nuevo ministro. En las elecciones subsiguientes perdió el partido de MacMahon, por lo que muchos han interpretado esta crisis como la victoria del parlamentarismo sobre el presidencialismo. La "guerra", entonces, debe ser la franco-prusiana, que se prolongó entre 1870 y 1871 y, entre otras cosas, entregó a Alemania los territorios de Alsacia y Lorena.
Pero hay más en la aparición de Norpois que pistas para la cronología del libro:
...el Sr. de Norpois había cambiado en un sentido mucho más importante las intenciones de mi padre. Éste había deseado siempre que yo fuera diplomático y yo no podía soportar la idea de que, aunque estuviese algún tiempo destinado en el ministerio, corriera el riesgo de ser enviado algún día como embajador a capitales en las que Gilberte no viviría. Habría preferido volver a los proyectos literarios que en otro tiempo había concebido y abandonado en mis paseos por la parte de Guermantes. Pero mi padre se había opuesto constantemente a que optara por la carrera de las letras -muy inferior, a su juicio, a la diplomacia e indigna incluso del título de carrera- hasta el día en que el Sr. de Norpois, quien no apreciaba precisamente a los agentes diplomáticos de las nuevas hornadas, le había asegurado que con la literatura podía granjearme tanta consideración, ejercer tanta influencia y conservar más independencia que en las embajadas.
"¡Pues vaya! Nunca lo habría creído: Norpois no se opone en lo más mínimo a que te dediques a la literatura", me dijo mi padre. Y, como él mismo era bastante influyente, creía que nada había que no se arreglara, no encontrase solución apropiada, en la conversación de las personas importantes, añadió: "Voy a traerlo a cenar una noche de estas, al salir de la Comisión. Hablarás un poco con él para que pueda evaluerte. Escribe algo muy bueno para que puedas enseñárselo; es muy amigo del director de La Revue des Deux Mondes y con lo astuto que es conseguirá que te admitan, eso por descontado; y, fíjate, parece opinar que la diplomacia hoy..."
La felicidad que me daría no verme separado de Gilberte me infundía el deseo -pero no la capacidad- de escribir algo hermoso que pudiera enseñar al Sr. de Norpois. Tras algunas páginas preliminares, del aburrimiento se me caía la pluma de las manos, lloraba de rabia al pensar que nunca tendría talento... (pp.15-16)









miércoles, 10 de octubre de 2012

Páginas 440-446

Llegamos al fin de "Nombres de países: el nombre" y del primer tomo de En busca del tiempo perdido, Por la parte de Swann (confieso que me cuesta desprenderme de la traducción de Salinas y su Por el camino de Swann). Después de seguir un poco más con la anécdota de los paseantes que hablan de Odette -"sin haber oído esos comentarios", dice el narrador, jugando con las capas y capas de artificio que aplica a su novela- aparece un par de líneas en blanco y un retorno a la temporalidad más inmediata al narrador:
Este año -cuando una de las primeras mañanas de este mes de noviembre (...) infunden una nostalgia, una auténtica fiebre, de las hojas muertas hasta el punto de llegar a impedirnos dormir incluso- crucé el Bois de Boulogne para ir a Trianon, volví a apreciar esa complejidad que hace de él un lugar facticio y, en el sentido zoológico o mitológico de la palabra, un jardín. (p.441)
Por el camino de Swann termina, entonces, lo más cercano posible al presente de la narración: después incluso del "durante mucho tiempo me acosté temprano" que inaugura la novela: se trata del mismo mes en que se está escribiendo. Y también se habla del sueño, de la imposibilidad de dormir.
El narrador recorre el Bois de Boulogne y experimenta el peso de todos los cambios que han operado sobre él:
¡Ay! Ya sólo había automóviles conducidos por mecánicos bigotudos, acompañados de altos lacayos (...) En lugar de los bellos vestidos en los que la Sra. Swann parecía una reina, túnicas grecosajonas alzaban, con pliegues de Tanagra y a veces en el estilo del Directorio, telas liberty sembradas de flores como un papel pintado (...) ¡Qué horror!, me decía. ¿Se pueden considerar elegantes los automóviles, como eran los antiguos coches de caballos? Seguramente soy ya demasiado viejo... pero no estoy hecho para un mundo en el que las mujeres van enfundadas en vestidos que ni siquiera son de tela. (p.444)
A lo que añade:
La realidad que yo había conocido había dejado de existir. Bastaba con que no llegara, idéntica, la Sra- Swann en el mismo momento para que la Avenida fuera otra. Los lugares que hemos conocido no pertenecen sólo al mundo del espacio en el que los situamos para mayor comodidad. No eran sino una fina capa en medio de impresiones contiguas que formaban nuestra vida de entonces; el recuerdo de cierta imagen es una simple añoranza de cierto instante y las casas, las carreteras, las avenidas son, ¡ay!, fugitivas como los años. (p.446)
Hay algo de heracliteano a ultranza en esta idea. Las avenidas parecen ser las mismas, pero en rigor, en tanto existen como tales en la mente, las avenidas no son únicamente la materialidad, el lugar geográfico, sino que son esa "fina capa en medio de impresiones contiguas", unidas a los recuerdos, a las personas, a las modas, las circunstancias históricas, etc. Y, en ese sentido, irrepetibles, efímeras. Tanto como los años de nuestras vidas. A esa sensación de pérdida irreparable que da el final del libro, ¿cabe pensar que Proust opone los episodios epifánicos de memoria involuntaria? De ser así, cabría leer En busca del tiempo perdido (con sus revelaciones finales que catapultan al narrador a la escritura) como una suerte de fábula gnóstica de retorno al hogar, un poco como el célebre mito de la perla.

martes, 9 de octubre de 2012

Páginas 430-439

Sigue la fascinación del narrador por Odette y sus padres:
Yo siempre tenía al alcance de la mano un plano de París, que -como se podía distinguir en él la calle en que vivían los Sres. Swann- contenía, para mí, un tesoro. Y por placer, por una como fidelidad caballeresca también, pronunciaba, a propósito de cualquier cosa, el nombre de aquella casa, por lo que mi padre -por no estar, a diferencia de mi madre y de mi abuela, al corriente de mi amor- me preguntaba:
"Pero ¿por qué hablas todo el tiempo de esa calle, que nada tiene de extraordinario? (pp.431-432)
Además,
En cuanto a Swann, para intentar parecerme a él, me pasaba todo el tiempo en la mesa tirándome de la nariz y frotándome los ojos. Mi padre decía "Este niño es idiota, se va a volver un monstruo". Sobre todo me habría gustado estar tan calvo como Swann. (p.433)
De pasada se alude a la muerte del abuelo del narrador, una razón más para que la familia ya no frecuente a Swann (que era especialmente amigo del finado). Los días de Combray parecen alejarse en el tiempo, que comienza a ser percibido por el narrador (o construido en su narración) de una manera diferente a la eternidad idílica de las 2 secciones de "Combray", lo que también vimos en la alusión a cuando el narrador evoca la mutación en su imagen de Swann; esta es, además, la segunda muerte que registra la novela: la primera (páginas 160-169) corresponde a la tía Léonie.
Gran parte de estas páginas describe los caminos que toma el narrador a través de los Campos Elíseos para encontrarse con Gilberte, que pasea a veces con su institutriz y a veces con su madre; la chica, entonces, se nos aparece un poco distante, indiferente: es la encontrada, no la que busca.
También leemos:
Incluso quienes no la conocían [a Odette] advertían en ella algo singular y excesivo (...) y pensaban que debía de ser una persona conocida. Se preguntaban: ¿Quién será?, interrogaban a veces a un transeúnte o se prometían recordar su atuendo, como un punto de referencia, para que amigos más instruidos los informaran al respecto. Otros paseantes, sin acabar de detenerse, decían:
"¿Sabe usted quién es? ¡La Sra. Swann! ¿No le dice nada? ¿Odette de Crécy?"
"¿Odette de Crécy? Ya decía yo, esos ojos tristes... Pero ¡ya debe estar entradita en años, eh! Recuerdo que me acosté con ella el día de la dimisión de Mac-Mahon."
"Más vale -creo yo- que no se lo recuerde. Ahora es la Sra. Swann, la esposa de un señor del Jockey, amigo del príncipe de Gales. Por lo demás, es espléndida" (p.439).
Tenemos ahí, de paso (por debajo de la evidente apelación al devenir de Odette en la sociedad parisina) otra especie de pista cronológica. Patrice de Mac-Mahon, Duque de Magenta (1808-1893) fue el segundo presidente de la Tercera República Francesa (1870/75-1940), desde 1973 hasta su dimisión en 1879. Si damos al narrador la fecha de nacimiento de Marcel Proust (1871), Odette seguía siendo una cortesana mientras nuestro protagonista cumplía 8 años. Parece una fecha un poco tardía, dado que en la sección "Combray" -que podríamos pensar abarca los primeros 10 años del narrador, dejando la sección "Nombres de países: el nombre" para la preadolescencia- se alude a que Swann ya está casado (es inverosimil que Odette siguiera ejerciendo la prostitución casada con Swann). Quizá, entonces, habría que proponer una fecha un poco más tardía (1880 y pico, digamos) para el nacimiento del narrador (asumiendo 1881, para hacerlo 10 años más joven que Proust, tendríamos que los encuentros entre el narrador y Gilberte sucederían hacia 1892-93, cabe suponer). En cualquier caso, sí podemos pensar con certeza que los sucesos de "Un amor de Swann" -que nos son presentados marcadamente como algo que sucedió antes del nacimiento del narrador ("lo que, muchos años después de haber abandonado aquel pueblo, había sabido sobre un amor de Swann antes de que yo naciera" p.189)- pueden rondar ese final de la década de 1870 (y por tanto que deben haber pasado entre 10 y 15 años desde entonces, para que tenga sentido la afirmación de que Odette "ya debe estar entradita en años).


lunes, 8 de octubre de 2012

Páginas 420-429

El narrador sigue encontrándose con Gilberte en los Campos Elíseos. Un día, la chica le regala una bolita, que el narrador atesorará. Más adelante, tras una conversación sobre Bergotte, Gilberte le envía por correo un ejemplar de un libro de este autor. Tanto el libro como la bolita se convierten en tesoros. Sin embargo,
Si bien me daba a veces aquellas muestras de amsitad, tambíen me hacía sufrir, cuando parecía no sentir placer al verme, cosa que ocurría con frecuencia en los días mismos con los que más había contado yo para que mis esperanzas se realizaran. Estaba seguro de que Gilberte acudiría a los Campos Elíseos y sentía un alborozo que me parecía sólo la vaga anticipación de una gran felicidad... (p.423)
El mundo de Gilberte -sus amigos y amigas, su familia- obsesiona al narrador, que pasa a resignificar a la figura de Swann:
Pero de aquella vida nadie me daba tan cumplida impresión como el Sr. Swann, quien llegaba un poco después a recoger a su hija. Es que la Sr.a Swann y él (...) encerraban para mí (...) un mundo desconocido e inaccesible, un encanto doloroso. Todo lo que se refería a ellos era objeto por mi parte de una preocupación tan constante, que los días, como aquellos, en que el Sr. Swann -a quien en otro tiempo, cuando tenía amistad con mis padres, había yo visto tan a menudo sin que despertara mi curiosidad- venía a buscar a Gilberte a los Campos Elíseos (...) Desde que había vuelto a ver a Gilberte, Swann era, para mí, sobre todo su padre y ya no el Swann de Combray; como las ideas con las que relacionaba yo ahora su nombre eran diferentes de aquellas en cuya red estaba comprendido en otro tiempo y que yo ya no utilizaba cuando había de pensar en él, había pasado a ser un pesonaje nuevo; no obstante, yo lo unía con una línea espuria, secundaria y transversal a nuestro invitado de otro tiempo y (...) repasé -con sensación de verguenza y lamentando no poder borrarlos- los años en que -ante el mismo Swann que en aquel momento se encontraba delante de mí en los Campos Elíseos y a quien Gilberte tal vez no hubiera dicho, por fortuna, mi nombnre- había hecho yo tantas veces el ridículo al pedir, por mediación de terceros, a mamá que subiese a mi cuarto a darme las buenas noches, mientras tomaba el café con mi padre, mis abuelos y él en la mesa del jardín. (pp.425-426)
La secuencia es especialmente interesante en tanto parece convocar la evocación de una evocación; el narrador, en su edad madura, recuerda que en algún momento de su adolescencia o preadolescencia recordó un momento de su infancia, motivado por necesidades del momento. El efecto es delicado, casi tenue, pero de alguna manera toda la reconstrucción del personaje de Swann según lo ve el narrador gira en torno a esa evocación.


domingo, 7 de octubre de 2012

Páginas 410-419

Justo antes de partir hacia Venecia y Florencia el narrador cae enfermo. No queda muy claro de qué enfermedad sufre, pero sí que por al menos un año no debe exponerse a "cualquier causa de agitación" (p.412). Esto hace pensar, por supuesto, que su dolencia tiene un origen nervioso. Es curioso como se oculta este padecimiento del narrador; más adelante en la novela se internará, de hecho, en una casa de reposo para enfermos psiquiátricos, sin que se nos cuente gran cosa al respecto (y este es uno de los "vacíos" más grandes de En busca del tiempo perdido); hay, entonces, cierto rechazo a nombrar la enfermedad, a narrarla.
Las vacaciones siguen, entonces, y el narrador, aparentemente recuperado, da largos paseos por los Campos Eliseos, acompañado por Françoise.
Un día en que me aburría en nuestro lugar acostumbrado junto al tiovivo, Françoise me llevó de excursión (...) a aquellas zonas vecinas, pero ajenas, en las que los rostros eran desconocidos y por las que pasaba el carro tirado por cabras (...) mientras esperaba, pisaba yo el gran césped ralo y raso, amarillecido por el sol, en cuyo extremo el estanque estaba dominado por una estatua, cuando una muchacha que estaba poniéndose el abrigo y guardando su chaqueta gritó con voz imperiosa -dirigiéndose a otra, pelirroja, que jugaba al volante delante del pilón- desde la alameda: "Adiós, Gilberte, me marcho: no olvides que esta noche iremos a tu casa después de cenar". Aquel nombre de Gilberte pasó junto a mí, evocando tanto más la existencia de aquella a quien designaba cuanto que no sólo la nombraba como una ausente de la que se habla, por decirlo así, con una potencia que intensificaba la curva de su trayectoria y la proximidad de su objetivo, transportando consigo -lo sentí- el conocimiento, las nociones que la amiga que la llamaba -no yo- tenía de auqella a quien iba dirigido -todo lo que, mientras lo pronunciaba, volvía a ver, o al menos guardaba en su memoria, de su intimidad cotidiana: de las visitas que se hacían una en la casa de la otra, de todo aquel mundo desconocido, aún más inaccesible y doloroso para ´mi por ser, al contrario, tan familiar y cómodo para aquella muchacha feliz... (pp.412-413)
El narrador siente la familiaridad de la chica con Gilberte y sufre por no compartirla. A la hija de Swann y Odette ya la había conocido en sus paseos por el lado de Méséglise (páginas 150-159); las ensoñaciones marcadamente eróticas que aparecen en ese momento de la narración hacían pensar que el protagonista era un adolescente; sin embargo, en estas páginas la insistencia en el relato de los juegos con los que se entretienen Gilberte y sus amigas y amigos evoca más bien la infancia. A la vez, el enamoramiento que comienza a describirse (los celos del narrador a las amigas, los pensamientos recurrentes, la obsesión a la Swann) vuelve a evocar la adolescencia. Se trata de otro ejemplo evidente de la indeterminación que construye Proust en relación a la edad de su personaje.