lunes, 29 de octubre de 2012

Páginas 187-196

Una vez más se nos aporta una fecha, y se trata de nuevo del primero de enero. Pasado un año del reencuentro del narrador y Gilberte, el pensamiento del "aniversario" resulta
...particularmente doloroso, como todo lo que señala una fecha y un aniversario, cuando nos sentimos desdichados. Pero, si es, por ejemplo, por haber perdido a un ser querido, el sufrimiento consiste sólo en una comparación más intensa con el pasado. En mi caso se sumaba a la esperanza no formulada de que Gilberte (...) hubiera esperado sólo al pretexto del 1ero de enero para escribirme: "Pero, bueno, ¿qué ocurre? Estoy loca por ti: ven para que nos expliquemos francamente, que no puedo vivir sin verte". A partir de los últimos días del año, esa carta me pareció probable. Tal vez no lo fuera, pero, para así considerarla, bastaba el deseo, la necesidad que de ella tenía. (p.190)
El intermitente discurso sobre el amor que atraviesa En busca del tiempo perdido encuentra aquí uno de sus grandes momentos:
Cuando amamos, el amor es demasiado grande para poder contenerse enteramente en nosotros; irradia hacia la persona amada, encuentra en ella una superficie que lo detiene, lo obliga a volver hacia su punto de partida, y ese choque de retorno de nuestra propia ternura es lo que llamamos los sentimients del otro y nos encanta más que a la ida, porque no reconocemos que procede de nosotros. (p.191)
La deseada carta no llega, y el narrador enfrenta una nueva crisis de su enfermedad, asi que se le disminuye la dosis de cafeína que ha estado tomando como medicamento:
En vista de la violencia de los latidos de mi corazón, me racionaron la cafeína y aquéllos cesaron. Entonces me pregunté si no se habría debido un poco a ésta la angustia que había experimantado cuando había reñido más o menos con Gilberte y que había atribuído -siempre que se renovaba- al sufrimiento de no ver más a mi amiga o correr el riesgo de no verla sino presa del mismo mal humor. Pero, si ese medicamento había sido la causa de los sufrimientos que mi imaginación hubiera interpretado entonces erróneamente -lo que nada tendría de extraordinario, pues con frecuencia las más crueles penas morales se deben en los amantes a la costumbre física de la mujer con quien viven-, había sido al modo del filtro que, mucho tiempo después de ser absorbido, sigue manteniendo unidos a Tristán e Iseo. Pues la mejoría física que la disminución de la cafeína propició casi inmediatamente en mí no detuvo la evolución de la pena que la absorción del tóxico tal vez hubiera -ya que no creado- al menos agudizado. (p.192)
El plan para olvidar a Gilberte, sin embargo, encuentra un escollo inesperado:
Por desgracia, ciertas personas bien o mal intencionadas le hablaron de mí de un modo que debió de hacerle pensar que yo se lo había pedido. Siempre que me enteré, así, de que Cottard, mi propia madre e incluso el Sr. de Norpois habían inutilizado -con palabras torpes- todo el sacrificio que acababa de hacer, habían arruinado todo el resultado de mi reserva al presentarme falsamente con la apariencia de haber salido de ella, yo sufría un doble contratiempo. En primer lugar, ya no podía hacer remontarse sino a aquel día mi dura y fructífera abstención que aquellos pesados habían interrumpiso, sin que yo lo supiera, y, por consiguiente, habían anulado. Pero, además, habría sentido menos placer al ver a Gilberte, que ahora me creía -no ya dignamente resignado, sino- maniobrando en la sombra para obtener una entrevista que no se había dignado conceder. Yo maldecía esa vana palabrería de gente que muchas veces -sin la intención siquiera de perjudicar o hacer un favor, para nada, por hablar, a veces porque no hemos podido por menos de hacerlo delante de ellos y son indiscretos, como nosotros- nos hacen, en el momento oportuno, tanto daño. (p.195)

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