lunes, 8 de abril de 2013

Páginas 459-468

Seguimos leyendo las impresiones del narrador sobre los Guermantes, que por momentos le sirven de punto de partida a reflexiones más interesantes:
No es que los Guermantes no hicieran mucho más caso -incluso en la práctica- a la inteligencia de los Courvoisier. De forma positiva, esa diferencia entre los Guermantes y los Courvoisier daba ya frutos bastante hermosos. Así, la duquesa de Guermantes -envuelta, por lo demás, en un misterio ante el cual soñaban de lejos tantos poetas- había dado aquella fiesta de la que ya hemos hablado, en la que el rey de Inglaterra lo había pasado mejor que en ningún otro sitio, pues había tenido la idea -tan inusitada- y la audacia (...) de invitar, además de las personalidades que hemos citado, al músico Gaston Lemaire y al autor dramático Grandmougin, pero la intelectualidad se dejaba sentir sobre todo desde el punto de vista negativo. Si bien el coeficiente necesario de inteligencia y encanto iba bajando a medida que se elevaba el rango del aspirante a invitado en casa de la duquesa de Guermantes, hasta acercarse a cero cuando se trataba de las principales cabezas coronadas, cuanto más se bajaba por debajo de ese nivel real, más se elevaba, en cambio, el coeficiente. Por ejemplo, en casa de la princesa de Parma había una cantidad de personas a las que Su Alteza recibía porque las había conocido en la infancia o porque estaban emparentadas con determinada duquesa o vinculadas con la persona de determinado soberano, ya fueran, por lo demás, feas, aburridas o tontas; ahora bien, para un Courvoisier razones como "apreciado por la Princesa de parma", "hermana por parte de madre de la duquesa de Arpajon", "pasa todos los años tres meses en casa de la Reina de España", habrían bastado para que invitaran a semejantes personas, pero la Sra. de Guermantes, quien recibía, con toda educación, su saludo desde hacía diez años en casa de la princesa de Parma, no les ha´bia dejado nunca cruzar su umbral, por considerar que con un salón, en el sentido social de la palabra, ocurre lo mismo que en el sentido material: que bastan en él muebles que no se consideran bonitos, pero que se dejan como relleno y prueba de riqueza, para volverlo horrible. Semejante salón se parece a una obra cuyo autor no sabe abstenerse de frases que demuestran saber, brillo, facilidad. La calidad de un "salón" -pensaba con razón la Sra. de Guermantes- tiene -como un libro, como una casa- por piedra angular el sacrificio. (p.464)

miércoles, 3 de abril de 2013

Páginas 449-458

Seguimos en la cena de los Guermantes, y el narrador retoma sus reflexiones sobre la antigua estirpe:
Los Guermantes -al menos los que eran dignos de ese nombre- no eran sólo de una calidad de piel y pelo y transparente mirada exquisita, sino que, además, tenían una forma de comportarse, caminar, saludar, mirar antes de estrechar la mano, que los hacía tan diferentes en todo ello de un hombre de mundo cualquiera como este de un campesino con su blusa y, pese a su amabilidad, se decía: ¿acaso no tienen en verdad derecho, aunque lo disimulen -cuando nos ven caminar, saludar, salir, cosas todas ellas que, realizadas por ellos, resultaban tan elegantes como el vuelo de la golondrina o la inclinación de la rosa- a pensar: "Son de una raza distinta de la nuestra y nosotros somos, por nuestra parte, los príncipes de la Tierra"? Más adelante, comprendí que los Guermantes me consideraban, en efecto, de otra raza, pero que les inspiraba envidia, porque yo tenía méritos que ignoraba y que para ellos eran -y así lo profesaban- los únicos importantes. Más adelante aún, sentí que esa profesión de fe era sólo a medias sincera y que en ellos el desdén o el asombro coexistían con la admiración y la envidia. (p.450)
Y más adelante:
Por lo demás, el genio de la familia tenía otras ocupaciones: por ejemplo, hacer hablar de moral. Cierto es que había Guermantes más particularmente inteligentes y Guermantes más particularmente morales y no solían ser los mismos, pero los primeros -incluso un Guermantes que había cometido falsificaciones y hacía trampas en el juego: el más delicioso de todos, abierto a las ideas nuevas y justas- trataban aún mejor de la moral que los segundos -y del mismo modo que la Sra. de Villeparisis- en los momentos en que el genio de la familia se expresaba por la boca de la anciana. En momentos idétnicos se veía de repente a los Guermantes adoptar un tono casi tan anticuado, tan bonachón, y, gracias a su encanto mayor, más enternecedor que el de la marquesa, para decir de una sirviente: "Se nota que tiene un buen fondo, es una chica poco común, debe de ser hija de gente estupenda, siempre se mantenido, desde luego, en la buena senda". En esos momentos el genio de la familia se volvía entonación, pero a veces era también forma de ser, expresión facial, la misma en la duquesa que en su abuelo el mariscal, como una imperceptible convulsión -semejante a la de la Serpiente, genio cartaginés de la familia Barca- y que en varias ocasiones me había infundido palpitaciones en mis paseos matinales, cuando, antes de ser reconocido por la Sra. de Guermantes, me sentía mirado por ella desde el fondo de una pequeña lechería. (p.453)

martes, 2 de abril de 2013

Páginas 439-448

Poco antes de que se sirva la cena el duque de Guermantes presenta al narrador a sus otros invitados, entre ellos la princesa de Parma:
Su amabilidad [la de la princesa] se debía a dos causas. Una, general, era la educación que aquella hija de soberanos había recibido. Su madre - no sólo emparentada con todas las familias reales de Europa, sino también, en contraste con la casa ducal de Parma, más rica que ninguna princesa reinante- le había inculcado, desde su más tierna edad, los preceptos orgullosamente humildes de un esnobismo envangélico y ahora cada una de las facciones del rostro de la hija, la curva de sus hombros, los movimientos de sus brazos, parecían repetir: "Recuerda que, si Dios te hizo nacer en los peldaños de un trono, no debes aprovecharlo para despreciar a aquellos a quienes la divina Providencia quiso -¡alabado sea Dios!- que fueras superior en cuna y riquezas. Al contrario, se buena con los pequeños. Tus antepasados fueron príncipes de Clèves y de Juliers desde 647; Dios, con su bondad, quiso que poseyeras casi todas las acciones del canal de Suez y tres veces más Royal Dutch que Edmond de Rothschild; tu filiación en línea directa se remonta, según los genealogistas, al año 63 de la era cristiana; tienes por cuñadas a dos emperatrices, conque, al hablar, no aparentes nunca recordar tan grandes privilegios: que no es que sean pretarios -pues nada se puede cambiar en la antigüedad de la raza y siempre hará falta petróleo-, pero es inútil demostrar que eres de cuna más ilustre que cualquiera y que tus inversiones son de primer orden, pues todo el mundo lo sabe. (p.439)
Otro de los presentes que llama la atención del narrador es el duque de Châtellerault:
Era extraordinariamente Guermantes por el rubio del pelo, el perfil aguileño, los puntos en los que la piel de la mejilla se altera, todo lo que se ve ya en los retratos de esa familia que nos han dejado los siglos XVI y XVII, pero, como yo ya no amaba a la duquesa, su reencarnación en un joven carecía de atractivo para mí. Leía el gancho que formaba la nariz del duque de Châtellerault como la firma de un pintor al que hubiera estudiado por mucho tiempo, pero que ya no me interesaba nada. (p.443)

lunes, 1 de abril de 2013

Páginas 429-438

El narrador, invitado a cenar con los Guermantes, se entretiene apreciando la galería de arte de la familia, que incluye una buena cantidad de cuadros de su pintor favorito:
...una vez a solas con los Elstir, olvidé por completo la hora de la cinea; de nuevo, como en Balbec, tenía ante mí los fragmentos de ese mundo de colores desconocidos que no era sino la proyección de la forma de ver particular de aquel gran pintor y que en modo alguno se traslucía en sus palabras. Las partes de la pared cubiertas de cuadros suyos, todos homogéneos unos respecto de los otros, eran como las imágenes luminosas de una linterna mágica que hubiera sido, en el caso presente, la cabeza del artista y cuya extrañeza no se habría podido sospechar, si sólo se hubiese conocido al hombre, es decir, mientras sólo se hubiera visto la linterna cubriendo la lámpara, antes de colcoarle cristal alguno. (pp.430-431)
La referencia a la "linterna mágica" es especialmente interesante porque remite a un episodio de "Combray" en el que el narrador proyecta una historia sobre las paredes de su habitación.
Pero seguimos con los cuadros de Elstir:
De entre aquellos cuadros, algunnos de los que parecían más ridículos a las personas de la alta sociedad me interesaban más que los otros, en el sentido de que recreaban esas ilusiones ópticas gracias a las cuales sabemos que, si no hiciéramos intervenir el razonamiento, no identificaríamos los objetos (...) Las superficies y los volúmenes son, en realidad, independientes de los nombres de objetos que nuestra memoria les impone cuando los hemos reconocido. Elstir intentaba arrancar de lo que acababa de sentir lo que sabía; su esfuerzo había consistido con frecuencia en disolver ese conglomerado de razonamientos que llamamos "visión". (p.431)
La última frase funciona como concentración de todo lo dicho por el narrador a propósito de Elstir: las descripciones de las marinas, por ejemplo, en las que se "confunde" el paisaje del mar con el de un pueblo.
El narrador se demora demasiado entre los cuadros y llega tarde a la reunión de los Guermantes:
Mientras yo contemplaba las pinturas de Elstir, los campanillazos de los invitados que llegaban habían tintineado, ininterrumpidos, y me habían acunado suavemente, pero el silencio que los sucedió y que duraba ya mucho acabó despertándome (...) de mi ensueño (..) Temí que me hubieran olvidado, que estuviesen ya a la mesa y me dirigí aprisa al salón (...) Más tarde supe, en efecto, que me habían esperado casi tres cuartos de hora. (p.434)