jueves, 25 de octubre de 2012

Páginas 147-156

La charla del narrador con Bergotte parece impresionar a los Swann:
"Dios mío, pero, ¡cómo eleva tu presencia el nivel de la conversación!", me dijo -como para excusarse ante Bergotte- Swann, quien había adquirido en el círculo de Guermantes la costumbre de recibir a los grandes artistas como a buenos amigos a quienes sólo se quiere brindar la posibilidad de comer los platos que les gustan, jugar a los juegos o -en el campo- entregarse a los deportes que les divierten. "Me parece  que hablamos en verdad de arte", añadió. "Esta muy bien, me gusta mucho", dijo la Sra. Swann, al tiempo que me lanzaba una mirada agradecida, por bondad y también porque conservaba sus antiguas aspiraciones a una conversación más intelectual. (p.148)
Bergotte y el narrador se van juntos de la casa de los Swann y conversan en el viaje hasta que surge el tema de la enfermedad:
...en el coche me habló de mi salud: "Nuestros amigos me han dicho que está usted enfermo. Lo compadezco mucho. Pero, aún así, no demasiado, porque comprendo perfectamente que debe de gozar de los placeres de la inteligencia y probablemente sea lo que sobre todo cuenta para usted, como para todos cuantos los conocen".
¡Cómo sentía yo, ay, que lo que él iba diciendo era poco aplicable a mí, a quien todo razonamiento, por elevado que fuese, dejaba frío, que sólo era feliz en momentos de simple vagabundeo, cuando experimentaba bienestar! ¡Cómo sentía que lo que deseaba en la vida era puramente material y con qué facilidad habría prescindido de la inteligencia! (...) "No, señor, los placeres de la inteligencia son muy poca cosa para mí, no son los que busco, ni siquiera sé si los he gozado jamás"
"¿De verdad?", me respondió. "Pues mire, sí, de todos modos, debe de ser eso lo que usted prefiere, me lo figuro, eso creo (...) ¿Recibe usted un tratamiento adecuado?" (...) Le dije que me había visitado y seguramente volvería a hacerlo Cottard. "Pero ¡si no es lo que necesita!", me respondió. "Como médico no lo conozco, pero lo he visto en casa de la Sra.Swann y es un imbécil. Suponiendo que eso no impida ser buen médico, cosa que me cuesta creer, impide ser un buen médico para artistas, para personas inteligentes (...) Las tres cuartas partes de la enfermedad de las personas inteligentes proceden de su inteligencia. Necesitan al menos un médico que conozca esa enfermedad.... (pp.151-152)
De inmediato, como si se muriese de ganas de hacerlo, Bergotte cambia el tema de la conversación y aborda la vida de Swann:
"Alguien que necesitaría un buen médico es nustro amigo Swann (...) Es que es un hombre que se ha casado con una mujerzuela y se trata cincuenta sapos al día de mujeres que no quieren recibir a la suya o de hombres que se han acostado con ella" (...) La malevolencia con la que Bergotte hablaba así, a un extraño, de amigos que lo recibían en su casa desde hacía tanto tiempo era algo tan nuevo para mí como el tono casi cariñoso que en todo momento adoptaba con los Swann en su casa (...) "Todo esto, que quede entre nosotros", me dijo Bergotte, al despedirse de mí ante la puerta. Unos años después, yo le habría respondido: "Nunca repito nada". Es la frase ritual de la gente de la buena sociedad con la que se tranquiliza falsamente al maledicente. Ésa es la que debería yo haber dirigido ya aquel día a Bergotte (...) pero aún no la conocía. Por otra parte, la de mi tía abuela en una ocasión semejante habría sido: "Si no quiere que se repita, ¿por qué lo dice?". Ésa es la respuesta de las personas insociables, las que ponen "mala cara". Yo no lo era: me incliné en silencio. (pp.152-153)
Los padres del narrador no están del todo conformes con la costumbre de su hijo de frecuentar a los Swann, y ahora que se ha añadido Bergotte a la lista conocidos de su hijo, su reacción (y su cambio posterior) es todavía más contundente:
"¿Que Swann te ha presentado a Bergotte? ¡Excelente conocimiento, encantadora relación!", exclamó, irónico, mi padre. "¡Ya sólo faltaba eso!" Y, cuando añadí que el Sr. de Norpois no era santo de su devoción, prosiguió -¡ay!- así:
"¡Naturalmente! Eso demuestra que es un hombre falso y malintencionado. Pobre hijo mío, con el poco sentido común que ya tenías, me desagrada profundamente verte caer en un ambiente que va a acabar de transtornarte"
(...) Sin embargo, al sentir -en el momento en que las palabras salían de mi boca- lo mucho que iba a horrorizarles pensar que me hubiese apreciado alguien que consideraba idiotas a los hombres inteligentes y era objeto del desprecio de las personas de bien y cuyo elogio, al parecerme envidiable, me incitaría al mal, en voz baja y con expresión un poco avergonzada fue como, al concluir mi relato, lancé el ramillete: "Ha dicho a los Swann que le he parecido extraordinariamente inteligente". Como un perro envenenado que en un campo se arroja, sin saberlo, sobre la hierba que constituye precisamente el antídoto de la toxina que ha absorbido, acababa yo de decir, sin sospecharlo, la única palabra del mundo apta para vencer en mis padres el prejuicio para con Bergotte (...) En aquel momento la situación cambió de cariz:
"¡Ah!... ¿Ha dicho que le parecías inteligente?", dijo mi madre. "Me complace, porque es un hombre de talento."
"¡Cómo! ¿Eso ha dicho?", prosiguió mi padre... "No niego lo más mínimo su valo rliterario, ante el cual se inclina todo el mundo; sólo, que resulta molesto que lleve esa vida poco honorable a la que se ha referido, con medias palabras, Norpois", añadió sin advertir que, ante la virtud soberana de las palabras mágicas que acababa yo de pronunciar, la depravación de las costumbres de Bergotte podía luchar tan poco tiempo como la falsedad de su juicio" (pp.154-155).

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