jueves, 11 de octubre de 2012

Páginas 7-16

El cambio de tono en las primeras páginas de A la sombra de las muchachas en flor, en relación a el volumen que las precede, es muy notorio. El narrador ahora se complace en hablar de política, en nombrar ministros, embajadores, diplomáticos. Queda claro, de paso, que su padre trabaja en el gobierno, en un gabinete ministerial.
Estas 10 páginas, además, retoman dos personajes del libro anterior y los examinan bajo una nueva luz, a la vez que presentan a uno nuevo, el señor de Norpois.
Primero se habla de Swann.
...el antiguo amigo de mis padres habia sumado -a la de "Swann hijo" y también a la del Swann del Jockey- una personalidad nueva -y que no iba a ser la última-: la de marido de Odette. Adaptando a las humildes ambiciones de esa mujer el instinto, el deseo, la industria que siempre había tenido, se las había ingeniado para construirse -muy por debajo de la antigua- una posición nueva y apropiada a la compañera que la ocuparía junto con él. Ahora bien, en ella se mostraba como otro hombre. (p.7)
La legendaria reticencia de Swann de hablar de sus amistedes entre la aristocracia parece haberse invertido, y ahora se ha convertido, a primera vista, en todo lo contrario: una suerte de presumido deseoso de traer a todo momento a colación sus amigos "importantes". El narrador, sin embargo, ve más allá.
El Swann solícito con aquellas nuevas relaciones, que citaba orgulloso, era como esos grandes artistas modestos o generosos que, si al final de su vida se dedican a la cocina o a la jardineria, ostentan una satisfacción ingenua por los elogios dedicados a sus platos o a sus arriates, en relación con los cuales no admiten la crítica que aceptan gustosos para sus obras maestras o que, si bien son capaces de regalar una de sus telas, no pueden perder cuatro cuartos al dominó sin malhumorarse. (p.8)
Pero no sólo Swann ha cambiado. Nos enteramos también de una importante mutación en el carácter de Cottard:
...la segunda parte de nuestra vida no siempre es -aunque lo sea con frecuencia- nuestro primer carácter desarrollado o debilitado, amplificado o atenuado; a veces es un caracter inverso, un auténtico traje vuelto del revés. Salvo en casa de los Verdurin, que se habían encaprichado con él, la expresión vacilante de Cottard, su timidez y amabilidad excesivas lo habían hecho, en su juventud, objeto de perpetua chacota. ¿Qué amigo caritativo le habría aconsejado adoptar una expresión glacial? La importancia de su situación se lo facilitó. Por doquier, salvo en casa de los Verdurín, donde volvía instintivamente él mismo, se volvió frío, silencioso, perentorio -cuando no le quedaba más remedio que hablar- y no olvidaba decir cosas desagradables (...) Sobre todo se esforzaba por adoptar una actitud impasible e incluso en su servicio del hospital, cuando soltaba algunos de sus retruécanos -que hacían reír a todo el mundo, desde el director de la clínica al externo más reciente-, lo hacía siempre sin que se moviera un sólo músculo de su rostro, irreconocible, por lo demás, desde que se había afeitado la barba y el bigote. (p.10)
Sigue la presentación del marqués de Norpois, "que había sido ministro plenipotenciario antes de la guerra y embajador cuando los acontecimientos del 16 de mayo" (p.10). ¿A qué guerra se refiere el narrador? Para empezar, los "acontecimientos del 16 de mayo" refieren a la crisis institucional que afectó a Francia en 1877, cuando el entonces presidente MacMahon (ya mencionado en la novela, en la página 439) disolvió el parlamento, que se había negado a apoyar la investidura de un nuevo ministro. En las elecciones subsiguientes perdió el partido de MacMahon, por lo que muchos han interpretado esta crisis como la victoria del parlamentarismo sobre el presidencialismo. La "guerra", entonces, debe ser la franco-prusiana, que se prolongó entre 1870 y 1871 y, entre otras cosas, entregó a Alemania los territorios de Alsacia y Lorena.
Pero hay más en la aparición de Norpois que pistas para la cronología del libro:
...el Sr. de Norpois había cambiado en un sentido mucho más importante las intenciones de mi padre. Éste había deseado siempre que yo fuera diplomático y yo no podía soportar la idea de que, aunque estuviese algún tiempo destinado en el ministerio, corriera el riesgo de ser enviado algún día como embajador a capitales en las que Gilberte no viviría. Habría preferido volver a los proyectos literarios que en otro tiempo había concebido y abandonado en mis paseos por la parte de Guermantes. Pero mi padre se había opuesto constantemente a que optara por la carrera de las letras -muy inferior, a su juicio, a la diplomacia e indigna incluso del título de carrera- hasta el día en que el Sr. de Norpois, quien no apreciaba precisamente a los agentes diplomáticos de las nuevas hornadas, le había asegurado que con la literatura podía granjearme tanta consideración, ejercer tanta influencia y conservar más independencia que en las embajadas.
"¡Pues vaya! Nunca lo habría creído: Norpois no se opone en lo más mínimo a que te dediques a la literatura", me dijo mi padre. Y, como él mismo era bastante influyente, creía que nada había que no se arreglara, no encontrase solución apropiada, en la conversación de las personas importantes, añadió: "Voy a traerlo a cenar una noche de estas, al salir de la Comisión. Hablarás un poco con él para que pueda evaluerte. Escribe algo muy bueno para que puedas enseñárselo; es muy amigo del director de La Revue des Deux Mondes y con lo astuto que es conseguirá que te admitan, eso por descontado; y, fíjate, parece opinar que la diplomacia hoy..."
La felicidad que me daría no verme separado de Gilberte me infundía el deseo -pero no la capacidad- de escribir algo hermoso que pudiera enseñar al Sr. de Norpois. Tras algunas páginas preliminares, del aburrimiento se me caía la pluma de las manos, lloraba de rabia al pensar que nunca tendría talento... (pp.15-16)









No hay comentarios:

Publicar un comentario