jueves, 27 de septiembre de 2012

Páginas 310-319

No es fácil para Swann encontrarse con Odette desde que dejó de frecuentar las cenas de los Verdurin. La pareja, cuyo odio a Swann parece crecer día a día, está haciendo lo imposible por fomentar la relación entre Forcheville y Odette. La oportunidad de ir Bayreuth a escuchar música de Wagner genera un nuevo episodio.
Odette le escribió [a Swann] que los Verdurin y sus amigos habían manifestado el deseo de asistir a aquellas representaciones de Wagner [en Bayreuth] y que, si él tenía la bondad de enviarle ese dinero [el necesario para alquilar una mansión cercana a donde se celebraba el festival], podría por fin -después de haber sido recibida con tanta frecuencia en casa de ellos [los Verdurin]- tener el placer de invitarlos, a su vez. De él no decía ni palabra: se sobreentendía que la presencia de los otros lo excluía.
Entonces tuvo el placer de enviarle aquella terrible respuesta cada una de cuyas palabras había preparado la víspera sin atreverse a esperar que pudiese servir jamás. Por desgracia, sabía de sobra que, con el dinero que ella tenía, o que lograría fácilmente, podría, de todos modos alquilar algo en Bayreuth, puesto que lo deseaba: ella: que no sabía distinguir entre Bach y Clapisson (p.318).
Es interesante recorrer el tema de la música (y la música y la sociedad) a lo largo de la novela. Gran parte de las reservas de Swann hacia Odette están, de hecho, vinculadas a los gustos musicales; el costado más caricaturesco de la Sra.Verdurin, además (y uno de los elementos de su personalidad que más dice odiar Swann), es el de su reacción forzada, fingida y exagerada hacia determinadas composiciones. Dime qué escuchas (o cómo hablas de lo que escuchas) y te diré quién eres.

Páginas 300-309

Sigue la tensión entre Swann y los Verdurin, quienes abiertamente hacen planes y no lo invitan, dándolo a entender teatral y exageradamente:

El Sr. y la Sra. Verdurin hicieron montar con elos a Forcheville y el coche de Swann se situó tras el de ellos, cuya marcha esperaba para hacer montar a Odette en el suyo.
"Odette, venga con nosotros", dijo la Sr.a Verdurin, "que tenemos un sitio para usted junto al Sr. de Forcheville".
"Sí, señora", respondió Odette.
"¡Cómo! Pero creía que iba a acompañarla yo!", exclamó Swann, pronunciando sin disimulo las palabras necesarias, pues la portezuela estaba abierta, era cuestión de segundos y, en el estado en que se encontraba, no podía volver a casa sin ella.
"Pero es que la Sra. Verdurin me ha pedido..."
"Pero, hombre, bien que puede usted volver solo, que ya se la hemos dejado muchas veces", dijo la Sra.Verdurin.
"Pero es que tenía que decirle una cosa importante".
"Bueno, pues dígasela por carta..."
"Adiós", le dijo Odette, al tiempo que le tendía la mano.
Él intentó sonreír, pero tenía expresión aterrada.
"¿Has visto los modales que se permite ahora Swann con nosotros?", dijo la Sra. Verdurin a su marido, una vez en su casa. "Parecía que iba a comerme, porque traíamos a Odette en nuestro coche. ¡Hay que ver qué impertinencia! ¡Ya sólo le falta decir que regenteamos una casa de citas!" (p.301)
Swann, por supuesto, ya detesta a los Verdurin.
Ya veía al pianista dispuesto para tocar la sonata Claro de luna y que los semblantes de la Sra.Verdurin, espantada ante el dolor que la música de Beethoven iba a causar en sus nervios: "¡Idiota, mentirosa!", exclamó, "¡Y ésa se cree que ama el arte!" (p.303)
Estas últimas palabras las pronuncia Swann hablando solo y caminando por las calles de París. La escena es dolorosamente patética.
Finalmente, Cottard pregunta a los Verdurin qué pasa que Swann no asiste más a las veladas.
"Pero, ¿es que no vamos a ver al Sr.Swann esta noche? Es lo que se dice un amigo íntimo del..."
"¡Espero que no!", exclamó la Sra.Verdurin. "Dios nos libre: es un pelma, un imbécil y un mal educado".
Ante aquellas palabras, Cottard manifestó al mismo tiempo su asombro y su sumisión, como ante una verdad contraria a todo lo que había creído hasta entonces, pero de una evidencia irresistible (...) Y en casa de los Verdurin no se volvió a hablar de Swann. (p.305)
Aqui aparece el primer salto de sección en "Un amor de Swann"; dos líneas en blanco y luego la narración  detalla la manera en que Swann y Odette se encuentran ya prescindiendo de las cenas de los Verdurin.

martes, 25 de septiembre de 2012

Páginas 290-299

Swann decide que debe investigar; ¿quién está en la habitación de Odette? Para averiguarlo llama a la puerta y aguarda: nadie responde. Insiste. Un momento después aparecen dos ancianos; extrañado, cuenta las ventanas: se había equivocado. La luz encendida no era la de Odette.
Como -cuando acudía a casa de Odette muy tarde- estaba habituado a reconocer su ventana por ser la única iluminada entre todas las demás, iguales, se había confudido y había llamado a la siguiente, que pertenecía a la casa contigua. Se alejó entre excusas y volvió a su casa, contento de que la satisfacción de su curiosidad hubiera dejado su amor intacto y de que, tras haber simulado dede hacía tanto como una indiferencia para con Odette, no le hubiera ofrecido, mediante los celos, la prueba de que la amaba demasiado, que dispensa por siempre jamás de amar bastante a aquel -de dos amantes- que la recibe. (p.291).
El tema de los celos queda definitivamente instalado a partir de esta segunda vez en que encontramos a Swann recorriendo la noche parisina movido por su amor por Odette (la primera había sido cuando ella se había retirado temprano de la casa de los Verdurin y él había salido a buscarla). Pronto Swann empezará a sospechar de Forcheville; una tarde, sin anunciarse, llama a la puerta de Odette pero nadie atiende. Swann da una vuelta por el barrio y regresa para insistir. Odette, ahora sí, lo recibe, y le explica que había estado dormida y que apenas había oído el timbre. Pero Swann no deja desospechar; más tarde ese mismo día, de hecho, cuando Odette le pide que le lleve unas cartas al correo,  descubre que una de ellas es para Forcheville.
Desde la estafeta volvió a su casa, pero se había quedado aquella última carta. Encendió una vela y le acercó el sobre, que no se había atrevido a abrir. Al principio, no pudo leer nada, pero el sobre era fino y,  pegándolo a la tarjeta dura de dentro, pudo a través de su transparencia leer las últimas palabras. Era una fórmula final muy fría. Si, en lugar de haber sido él quien mirara una carta dirigida a Forcheville, hubiera sido éste último quien hubiese leído una carta dirigida a Swann, ¡habría podido ver palabras mucho más cariñosas! (...) Por lo demás, no importaba, pues había visto lo suficiente para darse cuenta de que se trataba de un pequeño acontecimiento sin importancia y que nada tenía que ver con relaciones amorosas; era algo relacionado con un tío de Odette. Swann había leído perfectamente al comienzo de la línea: "He acertado al abrir: era mi tío". ¡Al abrir! Entonces Forcheville estaba ahí antes, cuando Swann había llamado al timbre y ella lo había hecho marcharse (...). Entonces leyó toda la carta; al final, se excusaba por su desenfado para con él y le decía que había olvidado sus cigarrillos en su casa, la misma frase que había escrito a Swann una de las primeras veces que éste había estado en su casa. Pero, en el caso de Swann, había añadido: "Si hubiese usted olvidado su corazón, no le habría permitido recuperarlo". En el caso de Forcheville, nada semejante: ninguna alusión que pudiera hacer suponer una intriga entre ellos (...) además, sus celos -como si tuvieran una vida independiente, egoísta, voraz con todo lo que los limentaría, aunque fuese a espensas de él mismo- se alegraban con ello. Ahora tenían un alimento y Swann iba a poder empezar a inquietarse todos los días por las visitas que Odette habría recibido hacia las cinco de la tarde, a intentar averiguar dónde se encontraba Forcheville a esa hora. (pp.298-299).

lunes, 24 de septiembre de 2012

Páginas 280-289

Los Verdurin siguen despotricando contra Swann:
"Fíjate", dijo la señora Verdurin, "que ha considerado oportuno lanzar contra Brichot algunas insinuaciones venenosas y bastante ridículas. Naturalmente, como ha visto que en esta casa lo apreciamos, era una forma de herirnos a nosotros, de denigrar nuestra cena. Se ve en él al buen copañero que te pone verde a la salida".
"Pero si ya lo dije yo", respondió el Sr.Verdurin: "es un fracasado, un pobre hombre envidioso de todo lo que tiene un poco de grandeza" (...)
Swann ignoraba aún la desgracia qu elo amenazaba en casa de los Verdurin y, movido por su amor, seguía viendo con buenos ojos sus ridiculeces (pp.281-282).
A medida que nos adentramos en "Un amor de Swann" más evidente se vuelven los artificios novelísticos: está claro que, si el narrador "reconstruyera" la historia de su amigo a partir de lo que otros le contaron, dificilmente podría haber tenido acceso a las conversaciones privadas de los Verdurin. En ese sentido, es notorio el caracter de "novela dentro de la novela" o incluso "ficción dentro de la ficción" que acusa esta sección de Por el camino de Swann.
También nos enteramos de que Swann "ayuda" económicamente a Odette con grandes sumas de dinero para sacarla de sus apuros. Evidentemente, no deja de reflexionar sobre el caracter de "mantenida" de su amante, pero "no pudo profundizar en aquella idea, pues en aquel momento le sobrevino su congénita apatía, intermitente y providencial, para apagar toda luz en su inteligencia, tan bruscamente como más adelante, cuando instalaron por doquier la iluminaci´no eléctrica, se podía cortar la electricidad en una casa" (p.284).
Finalmente la situación se desequilibria. Una noche Swann acompaña a Odette a su casa; ella afirma sufrir una jaqueca y le pide a Swann que la deje sola temprano y que "apagara la luz antes de marcharse".
Pero, cuando hubo vuelto [Swann] a casa, se le ocurrió de pronto la idea de que Odette esperara a alguien aquella noche, hubiera simulado la fatiga y le hubiese pedido que apagara tan sólo ara que creyera que iba a dormirse, de que, en cuanto se había marchado él, hubiera vuelto a encender la luz y hubiese hecho entrar a quien había de pasar la noche junto a ella. (p.288).
Swann sale de su casa pasada la medianoche y se encamina hacia el "hotelito" donde vive Odette.
Entre la obscuridad de todas las ventanas apagadas desde hacía mucho en la calle, vio una sola de la que salía (...) la luz que llenaba la alcoba y que, en tatas otras noches (...) le alegraba y le anunciaba: "Ahí está esperándote", y que ahora lo torturaba diciéndole: "Ahí está con aquel al que esperaba". (p.288-289).

domingo, 23 de septiembre de 2012

Páginas 270-279

En estas páginas prosigue el tema de la tensión entre Swann y los Verdurin y sus invitados, ahora centrada en ejemplos concretos, como las preferencias artísticas del primero en oposición al gusto un poco más "vulgar" de, por ejemplo, la esposa del doctor Cottard:
"Por lo demás [dijo la esposa de Cottard], creo que me decepcionará. No creo que sea comparable a Serge Panine, el ídolo de la Sr.a de Crécy. Ahí al menos hay temas de fondo, que hacen pensar, pero, ¡dar una receta de ensalada en la escena del Théâtre-Français! ¡Mientras que Serge Panine! Por lo demás, es todo como lo que sale de la pluma de Georges Ohnet: está siempre tan bien escrito. No sé si conocerá usted Le Maître de Forges, que yo prefiero incluso a Serge Panine"
"Perdóneme", le dijo Swann con expresión irónica, "pero confieso sentir más o menos la misma falta de admiración por esas dos obras maestras".
"¿De verdad? ¿Y qué les reprocha usted? ¿Es un prejuicio? ¿Le parece usted tal vez que son un poco tristes? (p.272)
Ohnet (1848-1918), que en realidad se llamaba Georges Hénot, fue un novelista francés, cabe pensar que olvidado ahora, que escribió una serie de novelas extremadamente populares, aunque desestimadas por la crítica. De su obra dijo Léon Bloy que  "la prose soumise opère une succion de cent mille écus par an sur l'obscène pulpe du bourgeois contempteur de l'art" ("su prosa sumisa succiona cien mil escudos por año al pulpo obsceno del burgués despreciador del arte", aproximadamente -el francés no es mi fuerte -por eso leo a Proust en traducción!).
Sería interesante poner a Ohnet en contraposición a Bergotte, un escritor (ficticio) celebrado en la novela y apreciado también por Swann. Cuando muere Bergotte, mucho más adelante en el libro, se describen las vidrieras de las librerías promocionando sus libros, esperando que se vendan más tras la muerte. Quizá, entonces, Proust sentía algo parecido a lo que dijo Bloy con relación a Ohnet -o al "tipo de novelista" que representa; o, mejor, prefirió señalar como el mercado termina apoderándose, de alguna u otra manera, de todos los artistas.
Más adelante en estas páginas aparece una pequeña "conspiración" de los Verdurin para separar a Swann de Odette:
"¡Qué hombre más encantador es su marido! Tiene ingenio para dar y tomar", declaró Forcheville a la Sra.Cottard (...)
"El Sr. de Forcheville considera encantadora a Odette", dijo el Sr.Verdurin a su mujer.
"Pues precisamente a ella le gustaría almorzar alguna vez con usted. Vamos a organizarlo, pero no debe enterarse Swann. Es que es, en verdad, un poco aguafiestas. Eso no le impedirá a usted venir a cenar, naturalmente, esperamos verlo muy a menudo" (p.279).

Páginas 260-269

El amor de Swann y Odette está íntimamente ligado a las cenas en la casa de los Verdurin. En estas páginas se sigue explorando la rutina de las veladas y más detalles de la percepción de Odette que tiene Swann.
Le gustaba -como todo lo que rodeaba a Odette y era en cierto modo la única forma como él podía verla, hablar con ella- la sociedad de los Verdurin. Allí (...) estaba la presencia de Odette, la visión de Odette, la plática con Odette, cuyo inestimable don hacían los Verdurin a Swann, al invitarlo, y él se encontraba en el "pequeño núcleo" más a gusto que en sitio alguno y procuraba atribuirle méritos reales, pues se imaginaba, así, que, por su gusto, lo frecuentaría toda la vida. (p.62)
Los Verdurin, en cambio, están empezando a cansarse de Swann:
Así, seguramente no había en todo el círculo Verdurin un solo fiel que los estimara -o creyera estimarlos- tanto como Swann. Y, sin embargo, cuando el Sr. Verdurin había dicho que Swann no acababa de hacerle gracia, no se había limitado a expresar su propio pensamiento: había adivinado también el de su mujer. (p.265).
Pronto entra en escena Brichot, un nuevo invitado a las veladas de los Verdurin, que no tiene los reparos de Swann a la hora de hablar de temas "profundos". Dado que esa tendencia de Swann a no sacar a la luz sus conocimientos ni darle a otros la oportunidad de alardear de los suyos (o de generar la apariencia de esa erudición) es una de las razones por la que no cae bien a los Verdurin, pronto Brichot, en contraste con Swann, se convertirá en una especie de nuevo "favorito" de los dueños de casa.


viernes, 21 de septiembre de 2012

Páginas 250-259

Sigue la descripción de la rutina en los primeros días de la relación entre Swann y Odette; la narración aquí se asemeja bastante a la de "Combray", en tanto el uso del pretérito imperfecto y las imprecisiones cronológicas dan esa sensación de "nebulosa" relativa al momento, que, sabemos, es anterior al nacimiento del narrador.A medida que se conocen un poco más, Swann detecta elementos de la personalidad de Odette que le desagradan, desde su mal gusto musical hasta sus ideas sobre la elegancia y la aristocracia. El narrador aprovecha para reflexionar sobre la recepción de las obras de arte y de la institución arte.
Y en aquellos momentos el placer que le daba la música y que no iba a tardar en crear en él una autentica necesidad, se parecía, en efecto, al que habría sentido al percibir perfumes, al entrar en contacto con un mundo para el que no estamos hechos, que nos parece sin forma, porque nuestros ojos no lo perciben, y sin significado, porque escapa a nuestra inteligencia y lo alcanzamos con un sólo sentido. Para Swann -cuyos ojos, aunque delicados gustadores de pintura, y cuyo entendimiento, aunque fino observador de las costumbres, llevaban para siempre la marca indeleble de la aridez de su vida-, era gran reposo, misteriosa renovación, sentirse transformado en un ser ajeno a la humanidad, ciego, desprovisto de facultades lógicas, casi un fantástico unicornio, un ser quimérico que sólo percibía el mundo por el oído. Y, como en la frasecita [de la sonata de Vinteuil] buscaba, sin embargo, un sentido hasta el que su inteligencia no podía descender, experimentaba una extraña embriaguez al despojar su alma más recóndita de todos los auxilios del razonamiento y hacerla pasar sola por el pasadizo, por el filtro obscuro, del sonido. Empezaba a darse cuenta de todo el dolor -y tal vez la insatisfacción secreta incluso- que encerraba la dulzura de aquella frase, pero no por ello sufría. (p.252)
Y en cuanto a Odette:
Se daba perfecta cuenta [Swann] de que ella no era inteligente. Al decirle que le gustaría tanto que le hablara de los grandes poetas, se había imaginado que iba a conocer en seguida composiciones heroicas y novelescas del tipo de las del vizconde de Borelli, pero aún más conmovedoras. En cuanto  a Vermeer de Delft, le preguntó si había sufrido por una mujer, si era una mujer la que le había inspirado y, después de que Swann le confesara que nada se sabía al respecto, se había desinteresado de ese pintor. (p.254).
Parte del "reflejo" de Swann y su amor por Odette en los posteriores capítulos de la novela aparece en las escenas en que asistimos a la "instrucción" de Albertina, la educación artística que le imparte el narrador.



jueves, 20 de septiembre de 2012

Páginas 240-249

La obsesión comienza. Un día Swann se demora más de lo usual con su "obrerilla" y, cuando llega a lo de los Verdurin, descubre que Odette se ha ido.
Y en determinado momento (...), Swann advirtió de repente en sí mismo las extrañas cavilaciones experimentadas desde el momento en que le habían dicho en la casa de los Verdurin que Odette se había ido ya y la novedad de la punzada en el corazón que padecía, pero que advirtió tan sólo como si acabara de despertarse. ¡Pero bueno! toda aquella agitación porque no iba a ver a Odette hasta el día siguiente, precisamente lo que había deseado, una hora antes, cuando se dirigía hacia la casa de los Verdurin. Hubo de reconocer que en aquel mismo coche (...) ya no era el mismo y ya no iba solo, que una persona nueva iba allí con él, adherente, amalgamada, de la que no podría deshacerse, con quien iba a verse obligado a tener miramientos, como con un amo o una enfermedad (p.243).
Finalmente encuentra a Odette, cuyo vestido incluye en el escote unas flores (una variedad de orquídea) llamadas "catleyas".
...la abertura del escotado corpiño, en el que llevaba encajadas otras flores de catleyas. Apenas se había repuesto del sobresalto que Swann le había causado, cuando un obstáculo provocó un extraño en el caballo. Se vieron desplazados con fuerza, ella lanzó un grito y se quedó toda palpitante, sin aliento.
"No es nada, no tenga miedo", dijo él.
Y la tenía cogida del hombro, apoyándola vcontra sí para sujetarla; después le dijo:
"Sobre todo no me hable, respóndame sólo con señas para no sofocarse aún más. ¿Le importaría que le enderezara las flores del corpiño, desplazadas por la sacudida? Temo que vaya a perderlas y me gustaría encajárselas un poco mejor".
Ella, no acostumbrada a que los hombres se anduvieran con tantos remilgos con ella, dijo sonriendo:
"No, desde luego, no me importaría" (...)
Pero era tan tímido con ella, que, tras haber acabado poseyéndola aquella noche y haber comenzado por colocarle en su sitio las catleyas, los días siguientes -ya fuera por miedo a ofenderla, por temor a que pareciese retrospectivamente que había mentido, o por falta de audacia para formular una exigencia mayor que aquella (...)- recurrió al mismo pretexto (...) De modo que, durante algún tiempo (...) la metáfora "hacer catleyas", simple expresión que empleaban ya sin pensar cuando querían referirse al acto de la posesión física -en el que, por lo demás, nada se posee-, sobrevivió en su lenguaje... (pp.247-249).

Es interesante que en su reconstrucción de estos acontecimientos el narrador se permita todo tipo de recursos novelísticos (díalogos, pensamientos, detalles) que, evidentemente, son de su invención, que superan la crónica del amor de un amigo según este -y otros testigos- pudieron habérsela contado.
Unas páginas más atrás del episodio de las catleyas, el narrador había reflexionado sobre el amor a partir de la experiencia de Swann:
De todos los modos como sobreviene el amor, de todos los agentes de diseminación del mal sagrado, uno de los más eficaces es sin duda ese gran arranque de inquietud de que a veces somos presa. Entonces la suerte está echada: la persona con la que estamos a gusto en ese momento es aquella a quien amaremos. Ni siquiera es necesario que nos gustara hasta entonces más que otras o incluso tanto, sino sólo que nuestro gusto por ella se vuelva exclusivo. Y esa condición se cumple cuando a la búsqueda de placeres que su encanto nos brindaba substituye bruscamente en nosotros -en el momento en que nos falta- una necesidad ávida cuyo objeto es esa persona misma, una necesidad absurda, que resulta imposible de satisfacer y difícil de curar en razón de las leyes de este mundo: la insensata y dolorosa necesidad de poseerla. (p.245)


Páginas 230-239

Nos enteramos aquí de que Swann tiene una amante, una "obrerilla":
Y, por otra parte, como apreciaba infinitamente más que la de Odette la belleza de una obrerilla, lozana y llenita como una rosa y de la que estaba prendado, prefería pasar el comienzo de la velada con ella, pues estaba seguro de ver después a Odette. Por las mismas razones no aceptaba nunca que Odette fuera a buscarlo para ir a casa de los Verdurin. La obrerilla lo esperaba cerca de su casa en una esquina que su cochero Rémi conocía, montaba junto a Swann y permanecía en sus brazos hasta el momento en que el coche se detenía ante la casa de los Verdurin. (p.232)
Sigue una descripción de la casa de Odette y de la rutina de las visitas que le hace Swann (en las que, entendemos, no llegan a una intimidad física). Una de las imágenes de Odette que encontramos aquí, como cabe esperar desde Swann, es una referencia a la historia del arte, a la "figura de Séfora, la hija de Jetro, y en un fresco de la Capilla Sixtina", pintada por Botticelli (p.237).
La contemplaba: un fragmento del fresco aparecía en su rostro y en su cuerpo, que en adelante -ya estuviera con Odette o simplemente pensara en ella- intentó siempre recobrar en aquél, y, aunque sólo apreciara la obra maestra florentina porque volvía a verla en ella, ese parecido le confería, sin embargo, cierta belleza también, la volvía más preciosa (...) Colocó sobre su mesa de trabajo, cual fotografía de Odette, una reproducción de la hija de Jetro. Admiraba sus grandes ojos, su delicado rostro, que dejaba adivinar una piel imperfecta, los maravillosos rizos que le caían por sus fatigadas mejillas, y, adaptando lo que hasta entonces le parecía hermoso de forma estética a la idea de una mujer viva, lo transformaba en méritos físicos por fortuna reunidos en una persona a quien podría poseer. (pp.238-239).

páginas 220-229

En estas páginas aparece otro de los grandes momentos de la novela: la sonata para piano y violín de Vinteuil. Swann la escucha en la casa de los Verdurin y queda completamente fascinado. Madame Verdurin aprovecha para hacer una de sus rutinas sobre el tremendo impacto que tiene la música sobre su sensibilidad:
"¡Ah! No, no, ¡mi sonata, no!", gritó la Señora Verdurin., "No me apetece nada pescar, como la última vez, un constipado de cabeza con neuralgias faciales a fuerza de llorar; les agradezco el regalo, pero no quiero volver a empezar, son ustedes pero que muy buenos: ¡cómo se ve que no van a tener que guardar cama ocho días!"
Esta escena, que se renovaba todas las veces que el pianista iba a tocar, encantaba a los amigos tanto como si hubiese sido la primera, como prueba de la seductora originalidad de la "Señora" y de su sensibilidad musical (p.220).
Swann, en realidad, había escuchado la sonata hacía ya un tiempo, sin saber el nombre de la pieza o su compositor. Cuando vuelve a escucharla en la casa de los Verdurin, el momento de alegría y maravilla es análogo al del narrador con la magdalena.
Pero, en determinado momento, hechizado de pronto y sin poder distinguir claramente un contorno, atribuir un nombre a lo que lo deleitaba, había intentado captar la frase o la armonía -que no sabía bien- que pasaba y que -así como ciertos olores de rosas que impregnan el húmedo aire del anochecer tienen la propiedad de dilatarnos las ventanas de la nariz- le había esponjado el alma. Tal vez por no conocer aquella música fuera por lo que pudo experimentar una impresión tan confusa, una de esas impresiones que tal vez sean, sin embargo, las únicas puramente musicales, concentradas, enteramente originales, irreductibles a cualquier otra orden de impresiones (p.223).
Swann pasa a asociar de alguna manera la sonata con su afecto -y posterior obsesión- por Odette; a la vez, cuando se entera de que el copositor de la sonata se llama Vinteuil, de inmediato asume que debe ser un pariente del profesor de piano de las abuelas del narrador.
"Yo conozco a un Vinteuil", dijo Swann (...)
"Tal vez sea él", exclamó la señora Verdurin.
"¡Oh, no!", respondió Swann riendo. "Si lo hubiera visto usted unos minutos, no se le ocurriría semejante conjetura (...) Pero podría ser un pariente (...) Sería bastante triste, pero, en fin, un genio puede ser prio de un viejo bobo. Si así fuera, confieso que aceptaría cualquier suplicio para que el viejo bobo me presentara al autor de la sonata: el primero de todos el de frecuentar al viejo bobo, que debe ser horroroso". (p.228)


Páginas 210-219

Aquí nos enteramos de los comentarios sobre Swann hechos por la gente del "grupito". También nos cuenta el narrador que su abuelo conoce a los Verdurin, y que de alguna manera suponía que era evidente que Swann iba a terminar frecuentando sus veladas. Hay, por supuesto, cierto desprecio hacia esta gente tan devota de su "vida social", y también una suerte de menosprecio -reiterado- hacia Swann, especialmente por aquello de que la familia del narrador tiende a criticar a las personas que hacen amigos fuera de su clase social -especialmente si se trata de amigos de una clase más alta. Se ha escrito mucho sobre la sensibilidad social de Proust; de hecho, se ha leído En busca del tiempo perdido también como un gran testimonio de la sociedad parisina de fines de siglo XIX y principios de siglo XX. En "Un amor de Swann" ese tema aparece con bastante claridad.
Al decir a los Verdurin que Swann era muy "smart" Odette les había hecho temer que se tratara de un "aburrudo". Les causó, al contrario, una impresión excelente, una de cuyas causas indirectas -y para ellos desconocida- era su frecuentación de la sociedad elegante. En efecto, tenía -respecto de los hoombres, incluso inteligentes, que nunca han conocido la vida mundana- una de las superioridades de los que la han vivido un poco: la de no transfigurarla ya por el deseo o por el horror que inspira a su imaginación, la de considerarla sin la menor importancia (...) La simple gimnasia elemental del hombre de mundo al tender, amable, la mano a un joven desconocido y al inclinarse, comedido, ante el embajador que le presenta, había acabado transmitiéndose, sin que fuera consciente de ello, a toda la actitud social de Swann, quien, ante personas de un medio inferior al suyo, como eran los Verdurin y sus amigos, dio instintivamente muestras de una solicitud y adoptó unas iniciativas de las que, según ellos, un aburrido se habría abstenido. (p.216)

domingo, 16 de septiembre de 2012

Páginas 200-209

Comienza aquí la novela-dentro-de-la-novela dedicada a Swann y su amor por Odette. Comienza con una descripción del grupito de los Verdurin, sus cenas, sus costumbres, sus invitados.
Los Verdurin no invitaban a cenar: en su casa se tenía siempre "el cubierto puesto". No había programa para la velada. El joven pianista tocaba, pero sólo "si le apetecía", pues no se forzaba a nadie y como decía el Sr. Verdurin "todo por los amigos, ¡vivan los compañeros!" (...) El traje negro estaba prohibido, porque estaban entre "amigos" y para no parecerse a los "aburridos", de quienes se apartaban como la peste y a quienes sólo invitaban a las grandes reuniones, celebradas lo menos frecuentemente posible y sólo si podían divertir al pintor o dar a conocer al músico.  El resto del tiempo se contentaban con jugar a las charadas y cenar con traje de etiqueta, pero entre ellos, sin mezclar el pequeño "núcleo" con extraño alguno (pp.202-203).
Una de los asiduos es Odette, que ha conocido a un hombre llamado Swann, acostumbrado al trato con la alta aristocracia.
No era (Swann) como tantas personas que -por pereza o resignación ante el deber que impone el prestigio social de no alejarse de determinada orilla- se abstienen de los placeres brindados por la realidad fuera de la posición mundana en la que viven acantonados hasta su muerte y se contentan -a falta de algo mejor- con acabar llamando placeres -una vez habituados a ellos- las diversiones mediocres o los aburrimientos soportables que encierra. Por su parte, Swann no procuraba considerar bonitas a las mujeres con las que pasaba el tiempo, sino pasar el tiempo con las mujeres a las que hubiese considerado bonitas en primer lugar. Y con frecuencia se trataba de mujeres de belleza bastante vulgar... (p.205)
Odette, sin embargo, no es "su tipo":
...le presentó a Odette de Crécy uno de sus amigos de otro tiempo, quien le había hablado de ella como de una mujer encantadora, con la que tal vez pudiera llegar a algo, pero describiéndola como más difícil de lo que en realidad era para que pareciese aún mayor el detalle de dársela a conocer, Swann la había considerado, en cambio, no carente de belleza, desde luego, pero de un estilo que le resultaba indiferente, que no le inspiraba deseo alguno, le causaba incluso cierta repulsión física, una de esas mujeres -todo el mundo tiene las suyas, diferentes para cada cual- que son el tipo opuesto del que nuestros sentidos reclaman. (p.209)
Sin embargo, sabemos que Odette y Swann se casan (según se nos contó en la sección "Combray"), que tienen una hija -Gilberte- y que el matrimonio fue "desafortunado", en parte -por lo que sabemos- porque Odette engaña a Swann con el Barón de Charlus. La tensión entre el amor obsesivo, los celos y esa falta de interés inicial, será uno de los ejes de la sección "Un amor de Swann", que, como sabemos, resonará con la narración de la vida del narrador.

Páginas 190-199

Las últimas páginas de "Combray", además de recapitular algunos temas de la sección, reafirma la idea de la vocación artística del narrador; ya habíamos leído anteriormente del deseo de convertirse en escritor; aquí, por primera -y única- vez leemos algo escrito por él, una descripción de los campanarios de Martinville. De todas formas, la cita del fragmento se nos orfrece con una advertencia:
...el pequeño fragmento siguiente que más adelante volví a encontrar y en el que pocos han sido los cambios que he debido hacer (p.193).
Los "pocos cambios" señalan una instancia cercana al presente (pero no coincidente con él) en el que el narrador volvió al texto escrito en su niñez y lo reescribió.
La recapitulación del tema de los dos caminos aparece en este final de sección:
Por eso, la parte de Méséglise y la parte de Guermantes siguen unidas para mí a muchos menudos acontecimientos de aquella que de todas las diversas vidas paralelas que llevamos es la más rica en episodios: me refiero a la vida intelectual (...) Pero sobre todo debo pensar en la parte de Méséglise y la de Guermantes como en yacimientos profundos de mi teerritorio mental, como en los resistentes terrenos en los que aún me apoyo (...) La parte de Méséglise -con sus lilas, sus majuelos, sus azueljos, sus amapolas, sus manzanos- y la parte de Guermantes -con su río, sus renacuajos, sus nenúfares y sus botones de oro- constituyeron por siempre jamás para mí la imagen de los países en que me gustaría vivir, en los que ante todo exijo poder ir de pesca, pasearme en canoa, ver ruinas de fortificaciones góticas y encontrar en medio de los trigos (...) una iglesia monumental, rústica y dorada como un almiar, y los azulejos, los majuelos, los manzanos que, cuando viajo, puedo encontrar aún en los campos -por estar sitos en la misma profundidad, en el nivel de mi pasado- entran al instante en contacto con mi corazón (pp.196-197).
La última sección de "Combray" retoma la apelación a ese tiempo indeterminado en que el narrador, posiblemente enfermo, recordaba el pasado, su infancia y Combray:
Así, con frecuencia me quedaba hasta el amanecer pensando en el tiempo de Combray, en mis tristes veladas sin sueño, en tantos días también cuya imagen me había devuelto más recientemente el sabor (...) de una taza de té y, por asociación de recuerdos, en lo que, muchos años después de haber abandonado aquel pueblo, había sabido sobre un amor de Swann antes de que yo naciera (p.198).
El tono similar al del principio del capítulo ("Durante mucho tiempo, me acosté temprano") y la referencia al episodio de la magdalena enlazan, en el mismo párrafo, con un avance de lo que vendrá: el relato de ese "amor de Swann" que es pertinente en tanto opera una "asociación de recuerdos". Es cierto que el narrador jamás nos explica deliberadamente por qué trae a colación -casi como si escribiera una novela corta dentro del relato de su vida- ese tiempo en la vida de Swann; pero la "asociación" a la que se alude puede hacer pensar que algo de lo sucedido a Swann de alguna manera también le sucedió -sucederá- al narrador. Por supuesto, más adelante en la novela, entenderemos bien de qué se trata.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Páginas 180-189

La sección "Combray" se acerca a su final y sigue la exploración del "lado de Guermantes" siguiendo el curso del Vivonne. Un momento especialmente interesante aparece en la página 183:
En el paseo por la parte de Guermantes nunca pudimos llegar hasta las fuentes del Vivonne, en las que yo pensaba a menudo y que tenían para mí una existencia tan abstracta, tan ideal, que, al enterarme de que se encontraban en aquel departamento, a unos kilómetros de Combray, me había soprendido tanto como cuando me habían dicho que había otro punto preciso de la Tierra en el que en la Antiguedad se abría la entrada a los infiernos.
Esa suerte de desilusión es muy frecuente en la novela, y pocas páginas más adelante encontramos otro ejemplo. El narrador se entera de que la señora de Guermantes (después sabremos que su nombre es Orianne) asistirá a una boda en Combray, y, obsesionado como está con su linaje y su "pasado merovingio", la busca entre los presentes en la ceremonia.
Durante la misa nupcial, un movimiento que hizo el pertiguero, al desplazarse, me permitió de repente ver sentada en una capilla a una señora rubia, de nariz grande y ojos azules y penetrantes (...) y un granito en el ángulo de la naiz. Y -como en la superficie de su rostro encarnado, cual si tuiera mucha calor, distinguía yo, diluidos y apenas perceptibles, fragmentos de analogía con el retrato que me habían enseñado (...) Sólo podía haber una mujer que se pareceiera al retrato de la Sra. de Guermantes y estuviese allí aquel día (...) ¡Era ella! Tuve una gran decepción. Se debía a que nunca había reparado yo en que, cuando pensaba en la Sra. de Guermantes, me la imaginaba con los colores de un tapiz o una vidriera, en otro siglo, de una materia distinta de la del resto de las personas vivas. Nunca se me había ocurrido que pudiese tener la cara encarnada y una chalina malva, como la señora Sazerat, y el óvalo de sus mejillas me recordó tanto a personas vistas por mí en la casa, que me pasó por la cabeza -y se disipó de inmediato- la sospecha de que tal vez no fuera aquella señora substancialmente -en su principio generador, en todas sus moléculas- la duquesa de Guermantes, sino que su cuerpo, ajeno al nombre que se le aplicaba, pertenecía a cierto tipo femenino que comprendía también a mujeres de médicos y comerciantes. "¡Eso, y nada más que eso, es la Sra de Guermantes!" (pp.186-187)
La realidad concebida por el narrador choca con una amenaza de falsedad, de simulacro. Es sólo un cuerpo, con un grano en la nariz: no puede ser la descendiente de Genoveva de Bravante. A la vez, es como si cierta magia o cualidad preciadísima del mundo empezara a retirarse: las fuentes del Vivonne están ahí nomás -no son una región legendaria-, y Orianne de Guermantes es una mujer como cualquier otra. Se trata de un momento particular de la novela, una de las pocas cosas que verdaderamente pasan (como las formas básicas de la experiencia que construye el I-ching), repetida a lo largo de todos los libros y los capítulos, en innumerables variaciones.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Páginas 170-179

Estas páginas incluyen el famoso episodio del narrador espiando a la hija de Vinteuil y a su amante:
Tal vez de una impresión experimentada también cerca de Montjouvain, unos años después, y que entonces había permanecido en penumbra, procediera la idea que, mucho después, concebí del sadismo (p.170).
 Tras un largo paseo, el narrador (es usual llamarlo "Marcel", pero ese nombre aparece muy tardíamente en la obra, y con al advertencia de que se usa para "dar al narrador el mismo nombre que el autor") duerme una siesta entre los árboles cercanos a la casa de Vinteuil. Al despertar descubre que puede ver a la hija del músico sin que ella se percate de su presencia; pronto aparece la amante y comienza un juego (que el narrador califica de "sádico") de insultos a la memoria del viejo:

"¡Oh! No sé quién ha podido poner ahí ese retrato de mi padre que nos está mirando y eso que he dicho veinte veces que no es su sitio"
Recordé que habían sido esas las palabras que el Sr. Vinteuil había dicho a mi padre a propósito del fragmento de música. Seguramente acostumbraban a utilizar aquel retrato para sus profanaciones rituales, pues su amiga le respondió con estas palabras, que debían de formar parte de sus respuestas litúrgicas:
"Anda, déjalo donde está, que ya no puede venir a molestarte. ¡Pues no iba a lloriquear y a querer ponerte un mantón, si te viera ahí, con la ventana abierta, el mamarracho ese!"
La Srta. Vinteuil respondió con tono de ligero reproche. "Vamos, vamos", que demostraban la bondad de su naturaleza, no porque la moviera a ello la indignación que esa forma de referirse a su padre podía inspirarle (evidentemente, se trataba de un sentimiento que se había habituado -¿con ayuda de qué sofismas?- a acallar en su interior durante aquellos minutos), sino porque eran como un freno que -para no mostrarse egoísta- ponía ella misma al placer qeu su amiga procuraba brindarle (...)
"¿Sabes lo que me apatece hacerle a ese viejo horrible?" dijo [la amiga], al tiempo que cogía el retrato.
Y murmuró al oído de la Srta. Vinteuil algo que no pude oír.
"¡Oh! No te atreverías."
"¿Que no me atrevería a escupirle? ¿A ese?", dijo la amiga con deliberada brutalidad.
No pude oír más, pues la Stra Vinteuil, con expresión hastiada, torpe, diligente, discreta y triste, fue a ccerrar los postigos y la ventana... (pp.173-174).
Las historias invocadas en las últimas 30 páginas eran una descripción del paseo por el lado de la casa de Swann (los espinos, Gilberte, la casa de Vinteuil, también la muerte de la tía Léonie); a partir de la página 176, el narrador (tras una línea en blanco) inaugura su relato del lado de Guermantes, que comienza con una descripción del Vivonne, el río que ya había sido mencionado en la página 55.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Páginas 160-169

En estas páginas nos enteramos de la muerte de la tía Léonie. Dado que toda la sección "Combray", en sus dos partes, está estructurada en la forma de unidades contorneadas por el uso del pretérito imperfecto que incluyen en su centro "anécdotas" en las que aparece el pretérito perfecto como tiempo verbal predominante, es extremandamente dificil sentir una continuidad cronológica en la narración; a la sección donde se menciona la muerte de la tía sigue una nueva descripción de la rutina en Combray:
A veces el tiempo empeoraba sin remedio y debíamos volver y quedarnos encerrados en casa. A lo lejos en el campo, que la obscuridad y la humedad asemejaban al mar, casas aisladas, colgadas en la falda de una colina sumida en la noche y en el agua, brillaban aquí y allá como barquitos qu ehubieran replegados sus velas y estuviesen inmóviles en alta mar durante la noche. Pero, ¡qué importaba la lluvia! ¡Qué importaba la tormenta! En verano, el mal tiempo es un simple humor pasajero, superficial, del buen tiempo subyacente y sereno... (p.163).

Algo similar podría decirse del uso del tiempo narrativo en "Combray"; lo específico (las anécdotas definidas, digamos, que tampoco dan pautas directas de una cronología, dejando al lector la tarea de, más o menos, ir adivinando) parece un "simple humor pasajero, superficial", de la corriente verbal subyacente, esa suerte de construcción de un "lugar" más allá del tiempo.
Tras la aparición de Gilberte en la narrativa el narrador deja paso a sus primeras fantasías eróticas:

A veces, a la exaltación que me infundía la soleda se sumaba otra -que yo no sabía distinguir claramente- causada por el deseo de ver surgir ante mí una campesina a la que pudiera estrechar en mis brazos. El placer que lo acompañaba, nacido de pronto y sin que hubiese yo tenido tiempo de atribuirlo exactamente a su causa, en medio de pensamientos muy distintos, me parecía un grado superior al que estos me inspiraban (...) Pero, si bien aquel deseo de que apareciera una mujer añadía para mí algo más exaltante a los encantos de la naturaleza, éstos, a su vez, eliminaban la demasiada limitación que habría tenido el de la mujer. Me parecía que la belleza de los árboles era también la suya y que su beso me confiaría el alma de aquellos horizontes, de la aldea de Roussainville, de los libros que leía aquel año y -al recobrar fuerzas mi imaginación al contacto con mi sensualidad, al propagarse ésta por todos los estratos de aquella- mi deseo carecía ya de límites. (p.167).

martes, 11 de septiembre de 2012

Páginas 150-159

La secuencia del primer encuentro del narrador con Gilberte comienza con la descripción de los dos caminos entre los que la familia elegía en Combray a la hora de salir de paseo; el lado de Swann, o de Méséglise-la-Vineuse, y el lado de Guermantes, que el narrador percibe como opuestos esenciales, como si la cosa más imposible del universo fuese salir por el lado de Swann y regresar por el de Guermantes. En uno de los paseos "por el camino de Swann" (el título del libro, literalmente, sería algo así como "por el lado de la casa de Swann") el narrador encuentra una serie de espinos ("majuelos", en la traducción de Carlos Manzano) y, entre ellos, uno especialmente notorio por su color rosado. De inmediato esto llama la atención del narrador, y sigue una larga descripción de los espinos; pero pronto sucede algo más, algo inesperado: aparece una niña pelirroja con una flor, que mira al narrador y le hace un gesto obsceno con sus dedos. Una voz de mujer la llama:
"Vamos, Gilberte, ven. ¿Qué haces?", gritó con voz aguda y autoritaria una señora vestida de blanco a la que yo no había visto y a cierta distancia de la cual un señor con traje de dril a quien yo no conocía clavaba en mí unos ojos que se le salían de las órbitas (...). Así pasó cerca de mí aquel nombre de Gilberte, ofrecido como un talismán que tal vez me permitiera volver a encontrar un día a aquella a la que acababa de convertir en una perona y que, un instante antes, no era sino una imagen incierta (p.152).

Después descubrimos que la mujer de blanco es Odette, esposa de Swann, y que el hombre con el que paseaba es el Barón de Charlus; ambos personajes tendrán un papel importantísimo a lo largo de la novela, al igual que Gilberte.
Más adelante vuelve a aparecer el señor Vinteuil, ahora tema recurrente en el chusmerío de Combray debido a la relación aparentemente lésbica de su hija con una muchacha:

Para quienes como nosotros vieron en aquella época al Sr.Vinteuil evitar a las personas que conocía, desviarse cuando las divisaba, envejecer en unos meses, consumirse en su pena, quedar incapacitado para cualquier esfuerzo que no tuviera como objetivo directo la felicidad de su hija, pasar días enteros ante la tumba de su mujer, habría resultado difícil no comprender que estaba muriéndose de pena y suponer que no se daba cuenta de las cosas que se decían . Las conocía, quizá les diera crédito incluso. Tal vez no haya persona, por grande que sea su virtud, a la que la complejidad de las circunstancias no pueda hacer vivir un día familiarizada con el vicio que condena categóricamente, sin que, por lo demás, lo reconozca del todo bajo el disfraz de hechos particulares que aquél revista para entrar en contacto con ella y hacerla sufrir: palabras extrañas, una actitud inexplicable, cierta noche, de determinada persona  a la que, por lo demás, tantos motivos tiene para querer (p.159).

lunes, 10 de septiembre de 2012

Páginas 140-149

El narrador vuelve a mencionar a Legrandin cuando su padre y su abuela especulan con mandarlo de vacaciones a Balbec, en la costa de Normandia. Legrandin, aparentemente, tiene una hermana a dos quilómetros del balneario, y podría ser útil contar con una carta de presentación en caso de alguna necesidad. La ocasión para el pedido es perfecta cuando Legrandin suelta espontáneamente un discursillo sobre...
"...¡Balbec! La más antigua osamente geológica de nustro suelo, en verdad Ar-Mor, el Mar, el fin de la tierra, la región maldita que Anatole France -un encantador al que debería leer nuestro amiguito- tan bien describió, bajo sus eternas brumas, como el verdadero país de los Cimerios en la Odisea..."
"¡Ah! ¿Cónoce usted a alguien en Balbec?", dijo mi padre. "Precisamente este muchacho va a ir a pasar dos meses allí con su abuela y tal vez con mi esposa."
Legrandin, sorprendido de improviso por aquella pregunta en un momento en que tenía fijos los ojos en mi padre, no pudo apartarlos (...) Pero mi padre, curioso, irritado y cruel, repitió:
"¿Tiene usted amigos por allí, ya que conoce tan bien Balbec?".
Con un último esfuerzo desesperado, la risueña mirada de Legrandin adquirió su máxima ternura, vaguedad, fanqueza y distracción, pero, pensando seguramente que no podía por menos de responder, nos dijo:
"Tengo amigos dondequiera que haya legiones de árboles heridos, pero no vencidos, que se han agrupado para implorar juntos con patética obstinación a un cielo con ellos inclemente".
"No me refería a eso", interrumpió mi padre, tan terco como los árboles y tan despiadado como el cielo. "Le preguntaba -para el caso de que ocurriera cualquier cosa a mi suegra (...)- si conocía usted a alguien.
"Allí, como en todas partes, conozco a todo el mundo y a nadie", respondió Legrandin, que no se rendía tan fácilmente (...) "Los climas de confianza amorosa y de pesar inútil pueden convenir a un viejo desengañado como yo, pero son siempre malsanos para un temperamento aún no formado. Créanme", repitió con insistencia, (...) "antes de los cincuenta años, ni hablar de Balbec" (...) Mi padre volvió a la carga en nuestros encuentros poteriores, lo torturó con preguntas, pero fue en vano: como aquel estafador erudito que para fabricar palimpsestos falsos empleaba un trabajo y una ciencia cuya centésima parte habría bastado para garantizarle una situación más lucrativa, pero honorable, el Sr.Legrandin, si hubiéramos vuelto a insistir, habría acabado edificando toda una ética del paisaje y una geografía celeste de la Baja Normandia antes que confesarnos que su propia hermana vivía a dos quilómetros de Balbec y verse obligado a ofrecernos una carta de presentación... (pp.141-143).

Tras este pasaje -de los más divertidos del libro- comienza la historia del narrador con Gilberte, la hija de Swann.

domingo, 9 de septiembre de 2012

páginas 130-139

Después de más escenas con la tía Léonie volvemos a Legrandin, quien invita al narrador a cenar en su casa. En algún momento de la charla el tema de conversación recae en los Guermantes; Legrandin, que ha hablado largo y tendido sobre su rechazo de las convenciones mundanas y la vida en sociedad, se siente un poco ofuscado cuando el narrador le pregunta si conoce a "las señoras del castillo de Guermantes":
Pero, ante aquel nombre de Guermantes, vi aparecer en el centro de los ojos de nuestro amigo un puntito carmelita, como si acabara de atravesarlos una púa invisible, mientras que el resto de la pupila reaccionaba segregando olas de azul. El contorno de su párpado se obscureció y bajó y su boca, marcada por un pliegue amargo que se recuperó más deprisa, sonrió, mientras que la mirada seguía -como la de un mártir hermoso con el cuerpo erizado de flechas- dolorida: "no, no las conozco, dijo" (pp.137-138).
 El narrador, después, reflexiona sobre la reacción de Legrandin:
Y, desde luego, eso no quiere decir que, cuando el Sr.Legranin echaba pestes contra los esnobs, no fuese sincero. No podía saber, al menos por sí mismo, que él sí lo era, pues nunca conocemos sino las pasiones de los demás y lo que llegamos a saber de las nuestras sólo a ellos se lo debemos. En nosotros actúan de forma puramente secundaria, mediante la imaginación, que substituye los primeros móviles por otros de relevo, más decentes. (p.139)


sábado, 8 de septiembre de 2012

Páginas 120-129

La "rutina", la "costumbre": No es la primera vez en estas 120 y pico de páginas que el narrador desarrolla este concepto. En la casa de Combray las costumbres parecen pautar una especie de molde repetido con rigor, casi como si se tratara de la relación entre lo arquetípico, la eternidad, y el tiempo (recordemos aquello de que para algunos gnósticos el demiurgo, en ignorante imitación de la eternidad, reunió un numero inmenso de momentos); la sección "Combray" construye un tiempo indeterminado: nunca sabemos la edad del narrador, no podemos estar seguros de qué eventos sucedieron primero y, en general, el pretérito indefinido nos habla de costumbres, de rutinas, de sucesos que se repetían. Entre ellos estaba la costumbre de almorzar una hora más temprano los sábados, por ejemplo, y la diversión de la familia cuando alguien venía a visitarlos y los encontraba sentados a la mesa a las once de la mañana. Otra imagen en esta línea es la de los paseos que daban el narrador, su madre y su padre a la salida de la iglesia; ni la madre ni el narrador tenían un buen sentido de la ubicación, así que el padre se divertía haciéndolos recorrer caminos tortuosos para confundirlos, hasta que...
...de repente (...) nos hacía detenernos y preguntaba a mi madre "¿Dónde estamos?". Agotada por la caminata, pero orgullosa de él, le confesaba con ternura que no tenía ni idea. Él se encogía de hombros y se reía. Entonces, como si se la hubiera sacado del bolsillo de la chaqueta junto con la llave, nos mostraba, en pie delante de nosotros, la puertecita trasera de nuestro jardín (...) Y, a partir de ese instante, yo no tenía que dar ni un solo paso, el suelo caminaba por mí en aquel jardín en el que desde hacía tanto tiempo mis actos habían dejado de ir acompañados de atención voluntaria: la Costumbre acababa de tomarme en mis brazos y me llevaba hasta mi cama como aun niño pequeño (p.125).

Después de un par de líneas en blanco el narrador retoma el retrato de su tía Léonie, y nos muestra lo que podríamos pensar como una fase más avanzada de su "enfermedad mental"; la anciana pasa ahora los días especulando que Françoise le roba dinero y joyas, e imagina -pensando en voz alta- las múltiples escenas en que la humilla, tras haberla atrapado in fraganti. La comparación entre los últimos años del narrador (como se ve muy bien en El tiempo recobrado, la película de Raoul Ruiz) y la vejez de la tía Léonie, con sus manías, sus paranoias, su realidad inventada y superpuesta a la de la cotidianidad, aparece en estas escenas con cierta claridad: la tía como creadora de ficciones, de escenas novelísticas. Al igual que el narrador, además, la tía vive pendiente de detalles, de signos de la personalidad de las personas: va escribiendo, de alguna manera, el libro de la vida de Combray.

viernes, 7 de septiembre de 2012

Páginas 110-119

Buena parte de estas páginas están dedicadas al cura de Combray, que conversa con la tía Léonie y deja pasar algunas etimologías, en particular las relacionadas con los nombres de ciertas villas y pueblos cercanos. La tía queda agotada por la conversación, despide a sus visitas y se duerme. Al despertarse
...volvió a medias la cara, momento en que pude verla: expresaba como un terror; evidentemente, acababa de tener un sueño horrible; tal como estaba colocada, no podía verme y me quedé allí, sin saber si debía avanzar o retirarme, pero ella ya parecía haber vuelto a sentir la realidad y había reconocido la mentira de las visiones que la habían espentado; una sonrisa de alegía, de piadoso agradecimiento para con Dios, quien permite que la vida sea menos cruel que los sueños, iluminó, afable, su rostro y, con la costumbre que había adquirido de hablarse a media voz a sí misma cuando se creía a solas, murmuró "¡Alabado sea Dios El único motivo de preocupación que tenemos es el parto de la chica de la cocina. ¡Pues no he soñado que mi pobre Octave había resucitado y quería hacerme dar un paseo todos los días!" Tendió la mano hacia su rosario, que estaba sobre la mesilla, pero el sueño, que volvió a vencerla, no le dejó fuerzas para alcanzarlo... (p.119)

jueves, 6 de septiembre de 2012

Páginas 100-109

En estas páginas se alude a Bergotte, uno de los tres artistas ficticios de En Busca del Tiempo Perdido (junto al pintor Elstir y el músico Vinteuil); el narrador describe su pasión por la literatura de este escritor y propone algunos rasgos distintivos de su escritura:

Los primeros días, como una tonada musical que nos chiflará, pero que aún no distinguimos, no se me manifestó lo que me iba a gustar tanto de su estilo. No podía dejar la novela que estaba leyendo de él, pero me creía interesado sólo en el asunto, como en esos primeros momentos del amor en que, creyéndonos atraídos por una reunión, un entretenimiento, vamos todos los días a ver una mujer [nota: esto claramente anticipa pasajes de "Un amor de Swann"]. Después reparé en las expresiones poco comunes, casi arcaicas, que gustaba de emplear en ciertos momentos en que una ola oculta de armonía, un preludio interior, elevaba su estilo (...). Uno de aquellos pasajes de Bergotte (...) me dio un gozo incomparable con el que me había inspirado el primero, un gozo que me pareció experimentar en una región más profunda de mí mismo, más unida, más vasta, de la que parecían haber sido suprimidos los obstáculos y las separaciones. (p.103).

Llama la atención, en la última parte de la cita, el parecido del fragmento con el relato de la magdalena (ver páginas 50-59), en tanto ambos aluden a una sensación de bienestar y expansión. Lo mismo sucederá con cierta frase musical en la sonata (y el septeto) de Vinteuil, pero habrá que esperar hasta el último volumen de la novela, que abunda en epifanías de memoria involuntaria.
Más adelante nos enteramos de que Swann conoce personalmente al escritor y, es más, estaría dispuesto a pedirle al autor "una dedicatoria en su ejemplar"; la primer apregunta que el narrador hace a Swann en relación a Bergotte es cuál es el actor favorito de este último, lo que conduce a un extenso diálogo sobre teatro.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Páginas 90-99

En la cocina de la casa de Combray Françoise tiene una ayudante, a la que la familia del narrador -por sugerencia de Swann- terminó apodando "la caridad de Giotto", en virtud a su aparente parecido con la imagen pintada por el célebre florentino:

...cuya reproducción tenía yo colgada en la pared de mi sala de estudio, en Combray, sin que su enérgico y vulgar rostro parezca haber podido expresar jamás pensamiento caritativo alguno. Gracias a una hermosa invención del pintor, holla con los pies los tesoros de la tierra, pero como si pisoteara uvas (...) y ofrece a Dios su ardiente corazón o, mejor dicho, s elo "pasa", como una cocinera pasa un sacarcorchos por el tragaluz de su sótano (p.90)

En las páginas siguientes encontramos una interesante serie de reflexiones sobre la lectura de narrativa, que parece otorgar a estos fragmentos iniciales de la segunda parte del capítulo "Combray" una suerte de perfil de "variaciones sobre la lectura":

...pues aquellas tardes estaban más llenas de acontecimientos dramáticos que toda la vida de algunas personas. Lo que yo leía eran los sucesos que sobrevenían en el libro; cierto es que los personajes a los que afectaban no eran "reales", como decía Françoise, pero todos los sentimientos que nos hacen experimentar el gozo o el infortunio de un personaje real se producen en nosotros tan sólo por mediación de una imagen de ellos; la ingeniosida del primer novelista consistió en comprender que, al ser la imagen el único elemento esencial en el aparato de nuestras emociones, la simplificación consistente en suprimir pura y simplemente los personajes reales sería un perfeccionamiento decisivo. Una persona real, por mucho que simpaticemos con ella, es en gran medida percibida por nustros sentidos, es decir, que nos resulta opaca, ofrece un peso muerto que nuestra sensibilidad no puede levantar (...) El hallazgo del novelista consistió en concebir la idea de substituir esa partes impenetrables al alma por una cantidad igual de partes inmateriales, es decir, que nuestra alma puede asimilar (p.94).

Queda claro que para Porust el proceso que construye esta reflexión sobre la construcción de ficciones (o de mundos ficticios) es más o menos así: dada una historia "real" que nos emociona (la que dio origen a Maus, por ejemplo), no es tanto la "realidad" la que nos produce esa emoción -porque la realidad de esa historia la reduce a seres materiales, a acciones percibidas por los sentidos y arrojadas al empobrecimiento o simplificación de la memoria- sino la "imagen" construida por quien narra esa historia, que, por tanto, puede prescindir del dato de "realidad" -que en última instancia es ajeno a esa imagen- y convertirse en independiente de cualquier referencia a seres u situaciones "reales". Añade el narrador:
Intentamos volver a encontrar en las cosas (...) el reflejo que nuestra alma ha proyectado en ellas y nos decepciona comprobar que en la naturaleza parecen desprovistas del encanto que debían en nuestro pensamiento a la vecindad con ciertas ideas (p.95)
Sólo podemos encontrar en una narrativa, entonces, algo que ya sabemos, consciente o inconscientemente, algo que ya está en nosotros. Esto admite una lectura desde Jung y sus arquetipos, por supuesto, y nos sugiere que sólo vemos en el mundo exterior (o en una narrativa de un mundo posible) aquello que forma parte de nosotros. Lo "ajeno" (lo alien, vale decir) es, por tanto, invisible, inaccesible. Es interesante comparar esto con la ciencia ficción de H.P.Lovecraft y su construcción estilística de lo "indescriptible" y lo "innombrable", o, también, con el homenaje al maestro de Providence escrito por Borges: el cuento "There are more things", de El libro de arena.

martes, 4 de septiembre de 2012

Páginas 80-89

En estas páginas se menciona por primera vez la pasión del narrador por el teatro -aunque también se nos cuenta que jamás presenció representación alguna. Los nombres de actores y actrices (entre ellas la ficticia Berma) pasan en una suerte de reseña de sus perfiles y gestos característicos; pronto entendemos que el narrador siente una fascinación especial por las actrices, y se nos cuenta que su tío (el hermano de su abuelo, para ser más exactos) frecuenta la compañía de muchas de ellas. Un día el narrador visita sorpresivamente a su tío y lo encuentra con una mujer; no una actriz, más bien una cocotte, una de las mujeres "con las que la familia no podía coincidir". Y la familia, precisamente, no permitirá que su niño coincida con estas señoras, de modo que, cuando se enteran de que el narrador conversó con una de estas "amigas" del tío...

...se atuvieron a principios totalmente distintos de los que yo les sugería. Mi padre y mi abuelo tuvieron con él una explicación violenta, según me informaron indirectamente. Unos días después, al cruzarme en la calle con mi tío, quien pasaba en coche descubierto, sentí el dolor, la gratitud y el remordimiento que me habría gustado expresarle. Me pareció que, comparado con su inmensidad, un saludo con el sombrero habría sido algo mezquino y habría podido hacerle suponer que me consideraba obligado a mantener tan sólo una cortesía trivial con él. Decidí abstenerme de ese gesto insuficiente y volví la cara. Mi tío, pensando quie con ello seguía yo la orden de mis padres, no se lo perdonó y murió muchos años después sin que ninguno de nosotros volviera a verlo jamás. (pp.88-89)

Mucho más adelante entendemos que la amiga del tio no es otra que Odette, mujer de Swann y madre de Gilberte, el primer amor del narrador.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Páginas 70-79

Sigue la extensa descripción de la iglesia. El narrador describe de cerca el ábside ("tan carente de belleza estética e incluso de espíritu religioso") y el campanario, un rasgo distintivo, para sus ojos, del pueblo de Combray. El trabajo sobre la iglesia se funde en un relato de la rutina de la familia del narrador, en particular de ciertos personajes que encuentran en su camino por las calles del pueblo, entre ellos el señor Legrandin, con el que el que Proust emplea un recurso similar al de Swann: Legrandin tiene "cierta reputación como escritor", pero la familia del narrador no lo sabe y lo encuentra sorprendente al enterarse. "Tiene usted un alma hermosa", le dice al narrador, "de una calidad poco común, y temperamento de artista". Es la primera vez que se hace alusión a una posible vocación del protagonista y narrador, que, como sabemos, encontrará su impulso de escritor al final de la novela.
Otro de los personajes introducidos en estas páginas es Eulalie, una "muchacha coja, activa y sorda que, tras la muerte de la Sra. de la Bretonnerie, a cuyo servicio había estado desde su infancia, se había "retirado" y vivía de alquiler en una habitación junto a la iglesia". Eulalie visita ancianos a lo largo del pueblo (a cambio de pequeñas propinas); acompaña a la tía Léonie los domingos y le brinda la oportunidad de, por supuesto, pasarse un buen rato chusmeando.
Hacia el final de esta decena de páginas reaprece Françoise; el narrador comienza a contar sus hábitos como cocinera y la abundancia de los platos que prepara.


domingo, 2 de septiembre de 2012

Páginas 60-69

En estas páginas encontramos un retrato de la tía Léonie y su rutina. La mujer, como ya había quedado claro en páginas anteriores, pasa el día en la cama; buena parte de sus intereses está en lo que ve por la ventana, una suerte de observatorio desde el que observa la vida en Combray. En sus conversaciones con la empleada Françoise, la tía demuestra su gran conocimiento de todo lo que sucede en el pueblo. Cada irrupción en lo "usual" es registrada, así sea la aparición de una niña desconocida o el tamaño inusual de los espárragos que lleva una vecina.
Más adelante comienza una extensa descripción de la iglesia de Combray, que -además de pautar la primera aparición del nombre mágico "Guermantes"- incluye este fragmento fascinante:
...un edificio que ocupaba, podríamos decir, un espacio de cuatro dimensiones -la cuarta sería el tiempo-, que desplegaba a través de los siglos su navío, que -de bovedilla en bovedilla, de capilla en capilla- parecía vencer y franquear no sólo unos metros, sino también épocas sucesivas de las que salía victorioso, ocultando el rudo y feroz siglo IX en el espesor de sus muros... (p.69)
 El espacio contenido por los muros de la iglesia sostiene una relación peculiar con el tiempo; una de sus dimensiones espaciales aparece sustituida por una suerte de espacialización del tiempo: avanzando por una de esas dimensiones nos movemos hacia el pasado. La historia de Francia, entonces, es un objeto espacial emplazado dentro de la iglesia de Combray; la historia de la misma iglesia aparece representada como una cosa tridimensional, coincidente con la iglesia "real". Es posible pensar en esta idea como otra representación de la novela completa, que abarca décadas: una vez más, En busca del tiempo perdido encuentra una metáfora arquitectónica, una iglesia o catedral que abarca momentos sucesivos: una cosa hecha de tiempo. Un observador sentado en algún punto de la nave, además, sería capaz de "ver" todos los tiempos: de ver la sucesión, el devenir, desde "afuera", como si el tiempo hubiese sido superado y cierta eternidad posible accedida. La imagen no es esencialmente diferente a los globos terráqueos con un eje de tiempo imaginario que convoca Stephen Hawking en su clásico Historia del tiempo: un tiempo "tridimensional" del universo, con el Big Bang como polo sur y el hipotético Big Crunch (es decir el concebible final del universo en el que todo vuelve a colapsar en un punto) como polo norte.


sábado, 1 de septiembre de 2012

Páginas 50-59

Una de las escenas más familiares de En busca del tiempo perdido es, por supuesto, la llamada "de la magdalena". El narrador recuerda (se trata de uno de esos tiempos indeterminados que jamás podremos ubicar con verdadera precisión en la cronología) una tarde en que llegó a su casa cansado y su madre lo convenció de tomar -contra su costumbre, y esta aclaración es interesante dado el valor del concepto de "costumbre" en la obra de Proust- una taza de tilo con magdalenas. A la primera probada del pastelcito remojado en té el narrador experimenta
...un placer delicioso, aislado, sin que tuviera yo idea de su causa. Al momento me había vuelto indiferentes -como hace el amor- las vicisitudes de la vida, sus inofensivos desastres, su ilusoria brevedad, colmándome de una esencia preciosa: o, mejor dicho, esa esencia no estaba en mí sino que era yo. Había cesado de sentirme mediocre, contingente, mortal (p.52).

Pronto el narrador entiende que la repetir la situación (es decir remojar un nuevo pedacito de magdalena en el té) no lo ayudará a entender qué está pasando. Las respuestas, decide, están en su interior, y se apresta a buscarlas. Pronto lo logra: el recuerdo "sube" (se habla del "rumor de las tierras atravesadas") y adquiere definición: en Combray, la tía Léonie ("Leoncia", en la traducción de Pedro Salinas) convidaba al narrador con tilo y magdalenas; pero la cosa no se detiene aquí. El narrador había discurrido (páginas 51-52) sobre la posibilidad de que el pasado fuera imposible de evocar con intensidad (diferenciando la evocación intelectual de la memoria voluntaria a la "verdadera" aparición del recuerdo completo, físico, sensorial, involuntario), y mencionó de pasada

...la creencia celta de que las almas de aquellos a los que hemos perdido están cautivas en un ser inferior -en un animal, un vegetal, una cosa inanimada-, perdidas, en efecto, para nosotros hasta el día -que para muchos nunca llega- en que pasamos por casualidad cerca del árbol y nos adueñamos del objeto que es su prisión... (p.52)

Está claro entonces que la magdalena ablandada en té de tilo implica una experiencia análoga a la de encontrar en ese árbol el alma de alguna persona perdida. Y, por supuesto, a volver a dotar de vida al pasado, al "tiempo perdido" si se quiere. El narrador, por tanto, recuerda a su tía y mucho más:

...como en ese juego en el que los japoneses se divierten mojando en un tazón de porcelana lleno de agua trocitos de papel, hasta entonces indistintos, que, en cuanto los sumergen en el agua, se estiran, se retuercen, se colorean, se diferencian, se vuelven flores, casas, personajes consistentes y reconocibles, también entonces todas las flores de nuestro jardín, las del parque del Sr.Swann, los nenúfares del Vivonne, la buena gente del peublo, sus casitas, la iglesia, todo Combray y sus alrededores -todo aquello, que iba cobrando forma y solidez- salió -ciudad y jardines- de mi taza de té (p.55).

Con "todo aquello", por supuesto, nos encontraremos en la extensa narración que sigue.
En la página 55 de esta edición aparece el primer final de capítulo hasta el momento: La segunda parte de la sección "Combray" se referirá a la vida del narrador en los largos veranos de su infancia, y comienza, precisamente, con la tía Léonie, encerrada en su habitación, permanentemente acostada y hablando sola.