martes, 2 de abril de 2013

Páginas 439-448

Poco antes de que se sirva la cena el duque de Guermantes presenta al narrador a sus otros invitados, entre ellos la princesa de Parma:
Su amabilidad [la de la princesa] se debía a dos causas. Una, general, era la educación que aquella hija de soberanos había recibido. Su madre - no sólo emparentada con todas las familias reales de Europa, sino también, en contraste con la casa ducal de Parma, más rica que ninguna princesa reinante- le había inculcado, desde su más tierna edad, los preceptos orgullosamente humildes de un esnobismo envangélico y ahora cada una de las facciones del rostro de la hija, la curva de sus hombros, los movimientos de sus brazos, parecían repetir: "Recuerda que, si Dios te hizo nacer en los peldaños de un trono, no debes aprovecharlo para despreciar a aquellos a quienes la divina Providencia quiso -¡alabado sea Dios!- que fueras superior en cuna y riquezas. Al contrario, se buena con los pequeños. Tus antepasados fueron príncipes de Clèves y de Juliers desde 647; Dios, con su bondad, quiso que poseyeras casi todas las acciones del canal de Suez y tres veces más Royal Dutch que Edmond de Rothschild; tu filiación en línea directa se remonta, según los genealogistas, al año 63 de la era cristiana; tienes por cuñadas a dos emperatrices, conque, al hablar, no aparentes nunca recordar tan grandes privilegios: que no es que sean pretarios -pues nada se puede cambiar en la antigüedad de la raza y siempre hará falta petróleo-, pero es inútil demostrar que eres de cuna más ilustre que cualquiera y que tus inversiones son de primer orden, pues todo el mundo lo sabe. (p.439)
Otro de los presentes que llama la atención del narrador es el duque de Châtellerault:
Era extraordinariamente Guermantes por el rubio del pelo, el perfil aguileño, los puntos en los que la piel de la mejilla se altera, todo lo que se ve ya en los retratos de esa familia que nos han dejado los siglos XVI y XVII, pero, como yo ya no amaba a la duquesa, su reencarnación en un joven carecía de atractivo para mí. Leía el gancho que formaba la nariz del duque de Châtellerault como la firma de un pintor al que hubiera estudiado por mucho tiempo, pero que ya no me interesaba nada. (p.443)

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