miércoles, 3 de abril de 2013

Páginas 449-458

Seguimos en la cena de los Guermantes, y el narrador retoma sus reflexiones sobre la antigua estirpe:
Los Guermantes -al menos los que eran dignos de ese nombre- no eran sólo de una calidad de piel y pelo y transparente mirada exquisita, sino que, además, tenían una forma de comportarse, caminar, saludar, mirar antes de estrechar la mano, que los hacía tan diferentes en todo ello de un hombre de mundo cualquiera como este de un campesino con su blusa y, pese a su amabilidad, se decía: ¿acaso no tienen en verdad derecho, aunque lo disimulen -cuando nos ven caminar, saludar, salir, cosas todas ellas que, realizadas por ellos, resultaban tan elegantes como el vuelo de la golondrina o la inclinación de la rosa- a pensar: "Son de una raza distinta de la nuestra y nosotros somos, por nuestra parte, los príncipes de la Tierra"? Más adelante, comprendí que los Guermantes me consideraban, en efecto, de otra raza, pero que les inspiraba envidia, porque yo tenía méritos que ignoraba y que para ellos eran -y así lo profesaban- los únicos importantes. Más adelante aún, sentí que esa profesión de fe era sólo a medias sincera y que en ellos el desdén o el asombro coexistían con la admiración y la envidia. (p.450)
Y más adelante:
Por lo demás, el genio de la familia tenía otras ocupaciones: por ejemplo, hacer hablar de moral. Cierto es que había Guermantes más particularmente inteligentes y Guermantes más particularmente morales y no solían ser los mismos, pero los primeros -incluso un Guermantes que había cometido falsificaciones y hacía trampas en el juego: el más delicioso de todos, abierto a las ideas nuevas y justas- trataban aún mejor de la moral que los segundos -y del mismo modo que la Sra. de Villeparisis- en los momentos en que el genio de la familia se expresaba por la boca de la anciana. En momentos idétnicos se veía de repente a los Guermantes adoptar un tono casi tan anticuado, tan bonachón, y, gracias a su encanto mayor, más enternecedor que el de la marquesa, para decir de una sirviente: "Se nota que tiene un buen fondo, es una chica poco común, debe de ser hija de gente estupenda, siempre se mantenido, desde luego, en la buena senda". En esos momentos el genio de la familia se volvía entonación, pero a veces era también forma de ser, expresión facial, la misma en la duquesa que en su abuelo el mariscal, como una imperceptible convulsión -semejante a la de la Serpiente, genio cartaginés de la familia Barca- y que en varias ocasiones me había infundido palpitaciones en mis paseos matinales, cuando, antes de ser reconocido por la Sra. de Guermantes, me sentía mirado por ella desde el fondo de una pequeña lechería. (p.453)

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