El narrador ha reevaluado por completo el carácter de Albertine, y nos cuenta algunos detalles:
...había llegado a practicar una mentira propia de ciertas personas utilitarias, de ciertos hombres triunfadores. Esa clase de insinceridad (...) consiste en no saber contentarse con dar placer, con un solo acto, a una sola persona. Por ejemplo, si su tía deseaba que la acmopañara a una reunión poco divertida, Albertine, al hacerlo, habría podido considerar suficiente el provecho moral obtenido dando gusto a su tía. Pero, al ser recibida amablemente por los señores de la casa, prefería decirles que hacía tanto que deseaba conocerlos, que había elegido aquella ocasión y había pedido permiso a su tía para acompañarla. No le bastaba con eso: en aquella reunión se encontraba una de las amigas de Albertine, que estaba muy triste: "No he querido dejarte sola, he pensado que te vendría bien tenerme junto a ti. Si quieres que abandonemos esta reunión, que vayamos a otro sitio, haré lo que gustes: ante todo deseo no verte tan triste" (cosa que era verdad, por lo demás). Sin embargo, a veces el objetivo ficticio destruía el real. Así, al tener que pedir un favor a cierta señor apara una de sus amigas, Albertine iba a verla. Pero, a llegar a la casa de aquella señora amable y simpática, la muchacha (...) consideraba más afectuoso aparentar haber ido sólo por el placer que experimentaría (...) al volver a ver a aquella señora. Ésta se sentía infinitamente conmovida de que Albertine hubiera hecho un largo recorrido por pura amistad para con ella. Al ver a la señora casi emocionada, Albertine sentía aún más afecto por ella. Ahora bien, ocurría lo siguiente: experimentaba hasta tal punto el placer de la amistad, el que la había movido -fingía- a acudir, que temía hacer dudar a la señora de sus sentimientos, en realidad sinceros, si le pedía el favor para su amiga. La señora creería que Albertine había ido para eso, cosa que era cierta, pero sacaría la conclusión -falsa- de que ésta no sentía un placer desinteresado al verla. De modo que Albertine volvía a marcharse sin haber pedido el favor... (pp.526-527)
Pronto vuelven a encontrarse y discuten el reciente episodio nocturno:
Albertine, por gustar más de lo que deseaba y no necesitar pregonar sus éxitos, guardó silencio sobre la escena que había vivido conmigo junto a su cama y que una fea habría querido dar a conocer al universo. Por lo demás, yo no lograba explicarme su actitud en aquella escena (...) ¿Por qué me había pedido que fuera a pasar la velada junto a su cama? ¿Por qué se epxresaba todo el tiempo con el lenguaje de la ternura? (..) Desde luego, sintió mucho no haber podido darme placer y me regaló un lapicerito de oro, con esa virtuosa perversidad de las personas que -por no estar dispuestas a concedernos lo que reclama nuestra amabilidad, pese a sentirse enternecidas por ella- quieren hacer otra cosa por nosotros: el crítico cuyo artículo halagaría al novelista lo invita, en cambio, a cenar; la duquesa no lleva al esnob al teatro, pero le cede su palco para una noche en que no lo ocupará (...) Dije a Albertine que, al darme aquel lápiz, me daba un gran placer, menor, sin embargo, que el que habría sentido, si l anoche en que fue a dormir al hotel, me hubiera permitido besarla. "¡Me habría hecho tan feliz! ¿Qué más te daba? Me asombra que me lo negaras." "Lo que a mí me asombra", me respondió, "es que te asombre. Me pregunto qué muchachas has podido conocer para que te sorprendiera mi conducta (...) Anda, si aprecias mi amistad, puedes estar contento, pues tengo que quererte mucho, la verdad, para perdonarte. Pero estoy segura de que te burlas de mí. Reconoce que quien te gusta es Andrée. En el fondo, tienes razón, es mucho más simpática que yo, ¡y es hechizadora! ¡Ah! ¡Los hombres!" (p.532)
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