En el cuartel, Saint-Loup cede su habitación al narrador, para evitarle tener que pasar la noche solo en el hotel. El parecido de Robert con su tía irrumpe en el relato, y termina en el cenit de la ornitología de los Guermantes:
...al mirar a Robert, me di cuenta de que también él era como una fotografía de su tía y en virtud de un misterio casi tan emocionante para mí, ya que, si bien el rostro de él no era un producto directo del de ella, los dos tenían un origen común. Las facciones de la duquesa de Guermantes, que estaban prendidas en mi visión de Combray -la nariz como pico de halcón, los ojos penetrantes- parecían haber servido también para recortar -en otro ejemplar análogo y delgado y de piel demasiado fina- el rostro de Robert casi superponible al de su tía. Miraba yo en él con envidia aquellas facciones características de los Guermantes, de aquella raza que había seguido siendo tan particular en plena alta sociedad, donde no se perdía y permanecía aislada en su gloria dvinamente ornitológica, pues parecía resultante, en las eras de la mitología, de la unión de una diosa y un ave. (p.82)
Antes de dormir, el narrador camina por los pasillos del cuartel, explora un poco y, ya cansado, regresa a su habitación para acostarse. Sigue, entonces, una de las más maravillosas exploraciones del mundo de los sueños que podemos encontrar en
En busca del tiempo perdido:
...Me acosté, pero la presencia del edredón, las columnitas, la pequeña chimenea, al fijar mi atención en un punto distinto del que tenía en París, me impidió entregarme a la rutina habitual de mis ensueños, y, como ese estado particular de la atención es el que envuelve el sueño y actúa sobre él, lo modifica, lo pone al mismo nivel que tal o cual serie de recuerdos, las imágenes que llenaron mis sueños, aquella primera noche, procedían de una memoria enteramente distinta de aquella a la que recurría por lo general mi sueño. Si hubiera tenido la tentación de dejarme arrastrar de nuevo hacia mi memoria habitual, la cama a la que no estaba acostumbrado, la cumplida atención que me veía obligado a prestar a mis posiciones, cuando me daba la vuelta, bastaban para rectificar o mantener el hilo nuevo de mis sueños. Con el sueño ocurre como con la percepción del mundo exterior. basta una modificación en nuestras costumbres para volverlo poético, basta que, al desvestirnos, nos hayamos quedado dormidos sin querer sobre la cama para que cambien sus dimensiones y se sienta su belleza. Nos despertamos, vemos en el reloj que son las cuatro, sólo las cuatro de la mañana, pero creemos que ha transcurrido todo el día, pues hasta tal punto nos ha parecido -ese sueño de unos minutos y que no habíamos buscado- caído del cielo, en virtud de algún derecho divino, enorme y lleno como el globho de oro de un emperador. (p.87)
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