lunes, 17 de diciembre de 2012

Páginas 119-128

Conversando con los amigos de Saint-Loup, el narrador descubre que algunos de ellos tienen ideas afines a las suyas, y esto altera un poco a Robert:
"Tengo celos, estoy furioso", me dijo Saint-Loup, medio en broma y medio en serio, aludiendo a las interminables conversaciones que sostenía con mi amigo. "¿Te parece más inteligente que yo? ¿Lo quieres más que a mí? Entonces, ¿qué? ¿Ya sólo hay para él?" (Los hombres que aman intensamente a una mujer y viven en una sociedad de mujeriegos se permiten bromas que otros que verían en ellas menos inocencia no harían.) (p.121)
Llama la atención el paréntesis del narrador: al menos en retrospectiva, al recrear su pasado, es evidente que se percata del histeriqueo de Saint-Loup y una posible interpretación; más adelante en el libro, cuando nos enteramos con certeza de que Robert es gay, el narrador tendrá la oportunidad de sugerir -o de no hacerlo- que había cierto "interés" y no tanta "inocencia" en Saint-Loup.
En este momento lo que más preocupa al narrador son los problemas de Robert con su amante, y la manera en que estos podrían repercutir en sus planes de que Saint-Loup le despeje el camino hacia la duquesa de Guermantes:
Me enteré de que entre su amante y él había estallado una disputa, ya fuera por correspondencia o porque ella hubiese acudido una mañana a verlo entre dos trenes, y las disputas que habían tenido hasta entonces -aun siendo menos graves-, parecían siempre ir a ser insolubles, pues ella se ponía de mal humor, pataleaba, lloraba, por razones tan incomprensibles como los niños que se encierran en su cuarto obscuro, no van a cenar, se niegn a dar explicación alguna y, cuando, ante la falta de razones, les dan bofetadas, no hacen otra cosa que intensificar el llanto. Saint-Loup sufrió horriblemente por aquella desavenencia, pero se trata de una forma de hablar demasiado simple y, por tanto, falsea la idea que debe inspirar dicho dolor. Cuando se encontró solo y ya sólo le quedaba pensar en su amante, quien se había marchado con respeto para con él, al verlo enérgico, las ansiedades que había tenido las primeras horas se esfumaron ante lo irreparable y, como el cese de una ansiedad es algo tan dulce, la desavenencia, una vez confirmada, adquirió para él en parte el mismo tipo de encanto que habría tenido una reconciliación. De lo que empezó a sufrir un poco después fue de un dolor y un accidente secundarios, cuyas corrientes procedían sin cesar de sí mismo, ante la idea de que tal vez ella hubiese querido aproximarse a él, de que no era imposible que esperase una palabra de él, de que entretanto, para vengarse, tal vez hiciera cierta noche, en cierto lugar, cierta cosa y bastaría con telegrafiarle que él lelgaba para que no fuera así, de que tal vez otros se aprovecharan del tiempo que él perdía y dentro de unos días sería demasiado tarde para recuperarla, pues ya estaría en manos de otro (...) Sufría de antemano -sin olvidar ninguno- todos los dolores de una ruptura que en otros momentos creía poder evitar, como las personas que arreglan todos sus asuntos con vistas a una expatriación que no ocurrirá y cuyo pensamiento, que ya no sabe dónde deberá situarse el día siguiente, se agita momentáneamente, separado de ellos, semejante al corazón que arrancan a un enfermo y que sigue latiendo, separado del resto del cuerpo (pp.124-125).

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