Terminada la obra, el narrador, Robert y Rachel se quedan en el teatro. Pronto las disputas entre la pareja de amantes reaparecen:
...en aquel momento Saint-Loup se imaginó que su amante prestaba atención a aquel bailarín que repasaba por última vez una figura del intermedio en el que iba a aparecer y su rostro se ensombreció.
"Podrias mirar para otro lado", le dijo con expresión sombría. "Ya sabes que esos bailarines no valen ni la cuerda a la que más valdría que subieran para romperse el lomo y luego van por ahí jactándose de que les has prestado atención. Por lo demás, ya lo has oído, te han dicho que vayas a tu camerino a vestirte. Vas a llegar tarde otra vez."
(...) "¡Oh! Pero si lo reconozco, es mi amigo", exclamó la amante de Saint-Loup, al contemplar al bailarín. "¡Hay que ver qué bien está! Mirad cómo danzan esas manitas, ¡como todo el resto de su persona!"
El bailarín volvió la cabeza hacia ella y su persona humana aparecía bajo el silfo que estaba representando, la jalea recta y gris de su sojos tembló y brilló entre sus tiesas y pintadas cejas y una sonrisa prolongó por los dos lados su boca en su rostro dibujado al pastel rojo; después -para divertir a la joven, como una cantante que nos canturrea, amable, la tonada que, como le hemos dicho, admiramos- se puso a repetir en movimiento de sus palmas, remedándose a sí mismo con finura de imitador y buen humor infantil.
"¡Oh! ¡Qué amable, imitarse a sí mismo!", exclamó y aplaudió.
"Te lo ruego, mi amor", le dijo Saint-Loup con voz afligida, "no des un espectáculo así que me matas, te juro que como digas una palabra más, no te acompaño a tu maercino y me voy; anda, no seas mala. No te quedes así entre el humo del puro, que te va a sentar mal", añadió al tiempo que se volvía hacia mí con aquella solicitud que me manifestaba desde la época de Balbec.
"¡Oh! ¡Qué felicidad si te vas!"
"Te advierto que no volveré más."
"No me atrevo a esperarlo."
"Mira, ya sabes que te he prometido el collar, si te portabas bien, pero como me tratas así..."
"¡Ah! Eso es algo que no me extraña en ti. Me habías hecho una promesa, debería haberme imaginado que no la mantendrías. Quieres recalcar que tienes dinero, pero yo no soy interesada como tú. Me trae sin cuidado tu collar. Tengo a alguien que me lo regalará."
"Nadie más podrá regalártelo, porque lo he reservado en Boucheron y me ha dado su palabra de que sólo me lo venderá a mí."
"Está muy bien eso, has querido hacerme cantar y has tomado todas las precauciones de antemano. Es bien cierto lo que dicen: Marsantes, Mater Semita, huele a su raza", respondió Rachel repitiendo una etimología basada en un grosero contrasentido, pues semita significa "senda" y no "semita", que los nacionalistas aplicaban a Saint-Loup por sus opiniones dreyfusistas... (pp.182-183)
Rachel, entonces, juega una carta más dura:
"Sí, sí, tú sigue", le dijo, irónica, ella, al mismo tiempo que esbozaba el gesto de quien perdona la vida y, volviéndose hacia el bailarín, añadió:
"¡Ah! La verdad es que es estupendo con las manos. Yo, que soy una mujer, no podría hacer lo que está haciendo". Y, dirigiéndose a él e indicándole las facciones convulsas de Robert, le dijo bajito: "Mira cómo sufre", en un arranque momentáneo de crueldad sádica (...) "¿Haces esas manitas también con las muejres? Pareces una mujer tú mismo, creo que podríamos entendernos muy bien contigo y una de mis amigas" (...) El bailarín sonrió misteriosamente a la artista.
Ella le gritó:
"¡Oh! Cállate, que me vuelves loca, ¡haremos unas fiestecitas!" (pp.184-185)
Al mismo tiemp, Saint-Loup está pidiéndole a un fumador que apague su puro, dado que a su amigo -el narrador, por supuesto- el humo le sienta mal. El hombre, un periodista, no hace caso.
"En todo caso, señor mío, no es usted muy amable", dijo Saint-Loup al periodista, sin abandonar el tono amable y suave, con la expresión concluyente de quien acaba de juzgar retrospectivamente un incidente concluido.
En aquel momento vi a Saint-Loup alzar el brazo verticalmente y por encima de su cabeza, como si hubiera hecho una seña a alguien a quien no veía o como un director de orquesta y, en efecto -con tan poca transición como ritmos violentos suceden a un gracioso andante en una sinfonía o un ballet-, tras las palabras corteses que acababa de pronunciar, descargó la mano con una bofetada resonante en la mejilla del periodista. (p.185)
Un rato después, Robert vuelve a pelear:
...iba a alcanzar a Saint-Loup a paso "gimnástico", cuando vi que un señor bastante mal vestido parecía hablarle muy cerca de él, por lo que concluí que era un amigo íntimo de Robert; sin embargo, parecían acercarse más uno al otro; de repente, así como aparece en el cielo un fenómeno astral, vi cuerpos ovoides adoptar con rapidez vertiginosa todas las posiciones que le permitían componer, delante de Saint-Loup, una constelación inestable. Me parecieron, lanzados como por una honda, al menos siete. Sin embargo, no eran [sino] sólo los dos puños de Saint-Loup, multiplicados por su velocidad para cambiar de lugar en aquel conjunto en apariencia ideal y decorativo, pero aquella obra de pirotecnia era una simple paliza que Saint-Loup administraba y cuyo carácter agresivo, en lugar de estético, me reveló en primer lugar el aspecto del señor mediocremente vestido, quien pareció perder a la vez toda la seriedad, una mandíbula y mucha sangre. Dio explicaciones mendaces a las personas que se acercaban a interrgarlo, volvió la cabeza al ver que Saint-Loup se alejaba definitivamente para reunirse conmigo, se quedó mirándolo con expresión de rencor y abatimiento, pero nada furioso. En cambio, Saint-Loup lo estaba, aunque no hubiera recibido nada, y cuando se reunió conmigo, sus ojos seguían brillando de cólera. El incidente nada tenía que ver, como yo había creído, con las bofetadas del teatro. Era un paseante apasionado que, al ver a un apuesto militar como Saint-Loup, se le había insinuado (...) Puñetazos como los que acababa de dar tienen la utilidad, para hombres del tipo del que se le había acercado antes, de hacerlos reflexionar en serio, pero durante demasiado poco tiempo, sin embargo, para que puedan corregirse y escapar, así, a castigos judiciales. (p.187)
Más allá del procedimiento de extrañamiento que emplea el narrador para describir los golpes que le propina Saint-Loup al paseante (similar al empleado para describir el rostro de Rachel en la
página 178), llama la atención en este pasaje un segundo momento en la novela de violencia homofóbica. El primero está en
A la sombra de las muchachas en flor y remite a las costumbres del Barón de Charlus (
página 336); no es de extrañar que, aquí Saint-Loup repita ciertas pautas del comportamiento de su tío: más adelante en el libro descubriremos que ambos son homosexuales.
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