miércoles, 14 de noviembre de 2012

Páginas 335-344

Después de un breve pasaje con el padre de Bloch, el narrador nos cuenta de la admiración que tiene Saint-Loup por su tío, que no es otro que el baron Palamède de Charlus, que ya había aparecido en la novela en "Un amor de Swann".
Saint-Loup me habló de la juventud, ya muy lejana, de su tío. Todos los días llevaba a mujeres a un piso de soltero que compartí acon dos de sus amigos, apuestos como él, por lo que los llamaban "las tres Gracias".
"Un día, uno de los hombres que ocupa un primerísimo plano en el Faubourg Saint-Germain, como habría dicho Balzac, pero que en un primer período, bastante enojoso, mostraba gustos extraños, expresó el deseo de acompañar a mi tío a quel piso. Pero, nada más llegar, no fue a las mujeres, sino a mi tío Palamède, a quien se declaró. Mi tío hizo como que no entendía, se llevó con un pretexto a sus dos amigos, volvieron, cogieron al culpable, lo desnudaron, lo golpearon hasta hacerlo sangrar y lo arrojaron a patadas -con un frío de diez grados bajo cero- afuera, donde fue encontrado medio muerto, por lo que la Justicia hizo una investigación y al desdichado le costó Dios y ayuda hacerla renunciar. Hoy mi tío ya no se entregaría a una ejecución tan cruel y no puedes imaginarte el número de hombres del pueblo a los que tiene -él, tan altivo con la gente de la alta sociedad- afecto y protege, aun a riesgo de ser pagado con ingratitud. (p.336)
El tema de la homofobia de Charlus contrasta marcadamente con algunas actitudes que le vamos encontrando a medida que avanzamos en este episodio. Para empezar, lo de "las tres Gracias" es bastante evidente, aunque el narrador parece no perctarse de ello.
Nos enteramos, por supuesto, de muchos más detalles sobre la personalidad de Charlus:
Un verano muy lluvioso, en que tenía un poco de reumatismo, se había encargado un gabán de una vicuña ligera, pero cálida, que sólo sirve para hacer mantes de viaje y cuyas rayas azules y anaranjadas había respetado. En seguida los sastres importantes recibieron encargos de gabanes azules, con franjas y largos pelos (...) Si para comer un pastel se servía con un tenedor, en lugar de con la cuchara, o con un cubierto por él inventado y encargado a un orfebre o con los dedos, quedaba en adelante vedado hacerlo de otro modo. En cierta ocasión quiso volver a oír ciertos cuartetos de Beethoven (...) y mandó venir a unos artistas para que los interpretaran todas las semanas para él y unos amigos. Aquel año lo más elegante fue celebrar reuniones poco numerosas en las que se oía música de cámara. (p.337)
La admiración que le profesa Saint-Loup es evidente:
Por lo demás, creo que en su vida se ha aburrido. Con su apostura, ¡la de mujeres que ha debido tener! Por lo demás, no podría deciros cuáles exactamente, porque es muy discreto. Pero sé que ha engañado, pero bien, a mi pobre tía. Lo que no quita para que fuera delicioso con ella, quien lo adoraba, y la lloró durante años. Cuando está en París, vuelve a ir al cementerio casi todos los días. (pp.337-338)
Finalmente el narrador se encuentra con el célebre barón.
La mañana siguiente al día en que Robert me había hablado así de su tío, mientras lo esperaba (...) tuve (...) la sensación de ser observado (...) Volví la cabeza y vi a un hombre muy alto y bastante grueso, de unos cuarenta años y con bigote muy negro y que, al tiempo que se golpeaba, nervioso, el pantalón con un bastoncillo, me clavaba unos ojos dilatados por la atención (...) Me lanzó un vistazo supremo, a la vez audaz, prudente, rápido y profundo, como el último disparo en el momento de darse a la fuga, y, después de haber mirado en derredor y adoptado de pronto expresión distraída y altiva, se volvió (...) hacia un cartel en cuya lectura se enfrascó, al tiempo que canturreaba una tonada y se atusaba la rosa de espuma que colgaba de su ojal. Sacó del bolsillo una libreta en la que pareció anotar el título del espectáculo anunciado (...), hizo el gesto de descontento con el que se cree dar a entender que se está harto de esperar, pero que nunca se hace cuando se espera de verdad, y, después (...) exhaló el ruidoso resoplido de las personas que no es que tengan demasiado calor, sino que desean hacer ver que lo tienen. Pensé que se trataba de un timador de hotel, que, tras habernos observado tal vez los días anteriores, a mi abuela y a mí, estaba preparando una jugarreta... (pp.338-339)
El "hombre muy alto y bastante grueso" es, por supuesto, Charlus. Es la señora de Villeparisis la que lo presenta al narrador y a la abuela:
"¿Cómo está usted? Le presento a mi sobrino, el barón de Guermantes", me dijo la Sra. de Villeparisis, mientras el desconocido, sin mirarme, al tiempo que mascullaba un vago: "Encantado", seguido de "hum, hum, hum" para que su amabilidad pareciera algo forzada y plegando el meñique, el índice y el pulgar, me ofrecía el dedo medio y el anular, sin anillo alguno, que estreché bajo su guante de piel de Suecia; después, sin haber alzado la vista para mirarme, se volvió hacia la Sra. de Villeparisis.
"¡Huy, Dios mío! ¿Estaré perdiendo la cabeza?", dijo ésta. "¡Pues no te he llamado barón de Guermantes! Le presento al barón de Charlus. Al fin y al cabo, no es un error tan grande", añadió, "no dejas de ser un Guermantes, de todos modos." (p.340)
La invocación del nombre de Guermantes fascina al narrador, como era de esperar:
"Dime: ¿he oído bien? La Sra. de Villeparisis ha dicho a tu tío que era un Guermantes".
"Pues, claro, naturalmente: es Palamède de Guermantes."
"Pero, ¿de los mismos Guermantes que tienen un castillo cerca de Combray y afirman descender de Genoveva de Brabante?"
"Pues claro que sí; mi tío, muy aficionado a la heráldica, te respondería que nuestro grito, nuestro grito de guerra, que después pasó a ser Passavant, fue primero Combraysis", dijo riendo para no parecer envanecerse de aquella prerrogativa del grito, de la que sólo gozaban las casas soberanas, los grandes jefes de bandas. "Es el hermano del propietario actual del castillo".
La historia, contada por Robert, de las amantes de Charlus deja pensando al narrador.
"Pero entre las numerosas amantes que, según me has dicho, tuvo tu tío, el Sr. de Charlus, ¿no fue una de ellas la Sra. Swann?"
"¡Oh! ¡No, no! Eso sí: es un gran amigo de Swann y siempre lo ha apoyado mucho. Pero nunca se ha dicho que fuera amante de su esposa. Causarías mucho asombro en la alta sociedad, si afirmaras creer eso."
No me atreví a responderle que mayor habría sido el que habrían sentido en Combray, si hubiera afirmado no creerlo. (p.342)


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