Saint-Loup y la aristocracia. El narrador vuelve contínuamente a ese tema, visto desde sus propios ojos, desde los de Bloch, desde los de él mismo y desde los de Françoise:
Ahora bien, la sinceridad y el desinterés de Saint-Loup eran, en cambio, absolutos y esa gran pureza moral que -al no poder satisfacerse enteramente con un sentimiento egoísta como el amor, al no encontrar, por otra parte, en sí mismo la imposibilidad que existía, por ejemplo, en mí para encontrar mi alimento espiritual fuera de mí mismo- lo volvía en verdad apto -en la misma medida en que yo no lo era- para la amistad.
Françoise no se equivocaba menos sobre Saint-Loup, cuando decía que parecía no desdeñar al pueblo, pero que no era verdad y que bastaba verlo cuando estaba encolerizado con su cochero. En efecto, Robert lo había regañado alguna vez con cierta rudeza, prueba en él menos del sentimiento de diferencia que del de igualdad entre las clases. "Pero", me dijo en respuesta a mis reproches por haber tratado con cierta dureza a aquel cochero, "¿por qué habría de fingir y tratarlo con consideración? ¿Acaso no es igual a mí? ¿Es que no está tan cercano a mí como mis tíos o mis primos? Pareces dar a entender que habría que tratarlo con consideración, ¡como a un inferior! Hablas como un aristócrata", añadió con desdén.
En efecto, si había una clase contra la cual abrigara prevención y parcialidad, era la aristocracia y hasta el punto de resultarle tan difícil creer en la superioridad de un hombre de la alta sociedad como fácil hacerlo en la de uno del pueblo... (p.367)
En adelante el narrador nos cuenta sobre la relación de Saint-Loup con su amante.
Aquel período dramático de su relación -y que había llegado entonces a su punto más agudo, más cruel para Saint-Loup, pues ella le había prohibido quedarse en París, donde su presencia la exasperaba y lo había obligado a pasar las vacaciones en Balbec, junto a su guarnición- había comenzado una noche en casa de una tía de Saint-Loup, quien había conseguido que mi amiga acudiera a la casa de éste a recitar ante numerosos invitados fragmentos de una obra simbolista ya representada por ella en un escenario de vanguardia y por la que le ha´bia hecho compartir su propia admiración.
Pero, cuando había aparecido, con un gran lis en la mano y vestida con un traje copiado de la "Ancilla Domini" y que era -había convencido a Saint-Loup al respecto- una auténtica "visión de arte", su entrada había sido acogida -en aquella asamblea de hombres de círculo y duquesas- con sonrisas que el monótono tono de la salmodia, la extravagancia de algunas palabras, su frecuente repetición habían convertido en ataques de risa, al principio sofocados y después tan irresistibles, que la pobre recitadora no había podido continuar (...) En cuanto a la artista, salió diciendo a Saint-Loup:
"Pero, ¿a qué reunión de pavas, de mujerzuelas sin instruccion, de patanes has ido a traerme? Más vale que te lo diga: no ha habido ni uno de los hombres presentes que no me haya guiñado el ojo o me haya metido el piey y, como he rechazado sus insinuaciones, han intentado vengarse".
Palabras que habían convertido la antipatía de Robert a la alta sociedad en un horror mucho más profundo y doloroso y que le inspiraban en particular quienes menos lo merecían: parientes serviciales, delegados por la familia, quienes habían intentado persuadir a la amiga de Saint-Loup para que rompiera con él... (pp.371-372)
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