jueves, 29 de noviembre de 2012

Páginas 495-504

Tras la metáfora vegetal, por llamarla de alguna manera, las muchachas son invocadas por el narrador en otros términos:
...Las palabras intercambiadas entre las muchachas de la pandilla y yo eran poco interesantes, escasas, por lo demás, interrumpidas por mi parte con largos silencios, lo que no me impedía sentir, al escucharlas, cuando me hablaban, tanto placer como al contemplarlas, al descubrir en la voz de cada una de ellas un cuadro profusamente coloreado. Era una delicia para mí escuchar su pío-pío. Amar ayuda a discernir, a diferenciar. En un bosque el aficionado a los pájaros distingue al instante el gorjeo particular de cada uno de ellos, que el vulgo confunde. El aficionado a las muchachas sabe que las voces huamnas son aún más variadas. Cada una de ellas presenta más notas que el instrumento más rico. (p.496)
Esas voces son diseccionadas por el narrador:
Aun así, toda la voz de aquellas muchachas revelaba ya claramente la idea preconcebida que cada una de aquellas personitas tenía de la vida, tan individual, que decir de una que "se tomaba todo a broma", de otra que "se detenía en una vacilación expectante" es emplear términos demasiado generales. Las facciones de nuestro rostro son simples gestos que han llegado a ser -en virtud de la costumbre- definitivos. La naturaleza, como la catástrofe de Pompeya, como una metamorfosis de ninfa, nos ha inmovilizado en el movimiento acostumbrado. Asimismo, nuestras entonaciones encierran nuestra filosofía de la vida... (p.497)
Más adelante una de las chicas trae a colación un trabajo de pasaje de curso escrito por Gisèle, que es elogiado por Albertine y corregido extensivamente por Andrée. Curiosamente, mientras hablan de literatura -tema en el que podría lucirse, especialmente dado que Albertine queda impresionada por lo dicho por Andrée-, el narrador está pensando en otra cosa:
Durante aquel tiempo, yo pensaba en la hojita de libreta que me había pasado Albertine: "Te quiero mucho", y, una hora después, mientras bajábamos por los caminos que conducían -demasiado cortados a pico, para mi gusto- a Balbec, yo me decía que con ella era con quien iba a vivir mi novela. (p.503)
Es inevitable ceder a la tentación de leer lo último como un comentario metanarrativo. Evidentemente, la "novela" -la totalidad de En busca del tiempo perdido- es vivida por el narrador con Albertine.


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