lunes, 19 de noviembre de 2012

Páginas 385-394

Después de su encuentro con las muchachas el narrador regresa al hotel y, tras una charla con uno de los empleados, se lanza a reflexionar sobre lo acontecido:
Yo me preguntaba si las muchachas a quienes acababa de ver vivirían en Balbec y quiénes podían ser. Cuando el deseo va, así, orientado hacia una pequeña tribu humana que selecciona, todo lo que puede estar relacionado con ella se vuelve motivo de emoción y después de ensueño. Yo había oido a una señora decir en el malecón: "Es un amiga de la pequeña Simonet", con el aire de precisión vanidosa de alguien que explica: "Es el amigo inseparable del pequeño de La Rochefoucauld". Y al instante se había visto en la cara de la persona a quien informaban de ello una mirada de curiosidad y mayor atención para con la persona favorecida, "amiga de la pequeña Simonet". (p.388)
Se trata, por supuesto, de Albertina, quien ya había sido "anunciada" de diversas maneras en las páginas anteriores. El narrador empieza a obsesionarse con el nombre:
No sé por qué me dije desde el primer día que el apellido de Simonet debía ser el de una de aquellas muchachas; ya no cesé de preguntarme cómo podría conocer a la familia Simonet y, además, por mediación de personas a las que ésta considerara superiores a sí misma, lo que no sería difícil, si se trataba de simples zorrillas de clase baja, para que no pudiera tener una idea desdeñosa de mí. Pues, mientras no hayamos vencido ese desdén, no podemos tener un conocimiento perfecto, no podemos practicar la absorción completa, de quien nos desdeña (...) La pequeña Simonet debía de ser la más linda de todas: la que habría podido llegar -me parecía- a ser mi amante, por lo demás, pues era la única que en dos o tres ocasiones había parecido -desviando a medias la cabeza- tomar conciencia de mi fija mirada. Pregunté al ascensorista si conocía a unos Simonet en Balbec. Como no le gustaba decir qu eignoraba algo, respondió que le parecía haber oído ese nombre. Al llegar al último piso, le rogué que me trajera las últimas listas de visitantes. (p.389)
Esa noche el narrador planea cenar con Robert de Saint-Loup en Rivebelle, donde además hay un casino. Esperando el momento para salir a cenar, todavía en su habitación de Balbec, el paisaje se vuelve el centro de la atención:
Y a veces en el cielo y el mar uniformemente grises un poco de rosa se sumaba con un refinamiento exquisito, mientras que una mariposita que se había quedado dormida en el alféizar de la ventana parecía poner con sus alas -al pie de aquella "armonía gris y rosa" del estilo de las de Whistler- la firma favorita del maestro de Chelsea. El propio rosa desaparecía y nada más había ya que contemplar (...) Sabía que de la crisálida de aquel crepúsculo se preparaba para salir, mediante una radiante metamorfosis, la resplandeciente luz del restaurante de Rivebelle. (p.393)

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