miércoles, 10 de octubre de 2012

Páginas 440-446

Llegamos al fin de "Nombres de países: el nombre" y del primer tomo de En busca del tiempo perdido, Por la parte de Swann (confieso que me cuesta desprenderme de la traducción de Salinas y su Por el camino de Swann). Después de seguir un poco más con la anécdota de los paseantes que hablan de Odette -"sin haber oído esos comentarios", dice el narrador, jugando con las capas y capas de artificio que aplica a su novela- aparece un par de líneas en blanco y un retorno a la temporalidad más inmediata al narrador:
Este año -cuando una de las primeras mañanas de este mes de noviembre (...) infunden una nostalgia, una auténtica fiebre, de las hojas muertas hasta el punto de llegar a impedirnos dormir incluso- crucé el Bois de Boulogne para ir a Trianon, volví a apreciar esa complejidad que hace de él un lugar facticio y, en el sentido zoológico o mitológico de la palabra, un jardín. (p.441)
Por el camino de Swann termina, entonces, lo más cercano posible al presente de la narración: después incluso del "durante mucho tiempo me acosté temprano" que inaugura la novela: se trata del mismo mes en que se está escribiendo. Y también se habla del sueño, de la imposibilidad de dormir.
El narrador recorre el Bois de Boulogne y experimenta el peso de todos los cambios que han operado sobre él:
¡Ay! Ya sólo había automóviles conducidos por mecánicos bigotudos, acompañados de altos lacayos (...) En lugar de los bellos vestidos en los que la Sra. Swann parecía una reina, túnicas grecosajonas alzaban, con pliegues de Tanagra y a veces en el estilo del Directorio, telas liberty sembradas de flores como un papel pintado (...) ¡Qué horror!, me decía. ¿Se pueden considerar elegantes los automóviles, como eran los antiguos coches de caballos? Seguramente soy ya demasiado viejo... pero no estoy hecho para un mundo en el que las mujeres van enfundadas en vestidos que ni siquiera son de tela. (p.444)
A lo que añade:
La realidad que yo había conocido había dejado de existir. Bastaba con que no llegara, idéntica, la Sra- Swann en el mismo momento para que la Avenida fuera otra. Los lugares que hemos conocido no pertenecen sólo al mundo del espacio en el que los situamos para mayor comodidad. No eran sino una fina capa en medio de impresiones contiguas que formaban nuestra vida de entonces; el recuerdo de cierta imagen es una simple añoranza de cierto instante y las casas, las carreteras, las avenidas son, ¡ay!, fugitivas como los años. (p.446)
Hay algo de heracliteano a ultranza en esta idea. Las avenidas parecen ser las mismas, pero en rigor, en tanto existen como tales en la mente, las avenidas no son únicamente la materialidad, el lugar geográfico, sino que son esa "fina capa en medio de impresiones contiguas", unidas a los recuerdos, a las personas, a las modas, las circunstancias históricas, etc. Y, en ese sentido, irrepetibles, efímeras. Tanto como los años de nuestras vidas. A esa sensación de pérdida irreparable que da el final del libro, ¿cabe pensar que Proust opone los episodios epifánicos de memoria involuntaria? De ser así, cabría leer En busca del tiempo perdido (con sus revelaciones finales que catapultan al narrador a la escritura) como una suerte de fábula gnóstica de retorno al hogar, un poco como el célebre mito de la perla.

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