martes, 2 de octubre de 2012

Páginas 360-369

En la velada de la marquesa de Saint-Eveurte, Swann, a punto de retirarse, escucha la sonata de Vinteuil.
Pero de pronto fue como si ella [Odette] hubiera entrado y aquella aparición le provocó un sufrimiento tan desgarrador, que hbo de llevarse la mano al corazón (...) Y, antes de que Swann hubiera tenido tiemop de comprender y decirse "Es la frasecita de la sonata de Vinteuil, ¡no la escuchemos!", todos sus recuerdos de la época en que Odette estaba prendada de él y que hasta aquel día había logrado mantener invisibles en las profundidades de su ser, engañador por aquel repentino destello de la época del amor, se habían despertado -creyéndolos de regreso- y, a todo vuelo, habían vuelto a subir a cantarle con locura, sin piedad por su infortunio presente, los olvidados estribillos de la felicidad. (pp.362-363).
La frase de la sonata golpea a Swann; opera una suerte de escena de memoria involuntaria, un poco similar a la de la magdalena en la sección "Combray", pero Swann maneja la epifanía de manera diferente al narrador, y logra enfocar su atención en la música y su autor.
Y el pensamiento de Swann, con un arranque de piedad y ternura, se centró por primera vez en aquel Vinteuil, aquel hermano desconocido y sublime, que tanto debía de haber sufrido también: ¿cómo habría sido su vida? ¿Cuáles habrían sido los dolores en cuyo fondo había obtenido aquella fuerza de un dios, aquel poder ilimitado para crear? Cuando era la frasecita la que hablaba a Swann de la vanidad de sus sufrimientos, le resultaba dulce aquella misma cordura que, sin embargo, antes -cuando creía leerla en los rostros de los indiferentes que consideraban su amor como una divagación sin importancia- le había parecido intolerable. Es que (...) la frasecita veía, al contrario, algo en ellos, no -como toda aquella gente- menos serio que la vida positiva, sino tan superior, al contrario, que era lo único que valía la pena expresar. Lo que intentaba imitar, recrear, la frasecita era aquellos encantos de una tristeza íntima y hasta había captado, había vuelto visible, su esencia, que es, sin embargo, la de ser incomunicables y parecer frívolos a quienquiera que no los experimente. (p.366)
Las páginas siguientes desmenuzan la frase, la sonata y las sensaciones y emociones de Swann al experimentarlas:
...Con ello, la frase de Vinteuil -como cierto tema de Tristán, por ejemplo, que nos representa también cieta adquisición sentimental- se había encarnado en nuestra condición mortal, había adquirido cieta humanidad que resultaba bastante conmovedora. Su suerte estaba ligado al futuro, a la realidad de nuestra alma, uno de cuyos ornamentos más particulares y más diferenciados, era. Tal vez la nada sea lo verdadero y todo nuestro sueño sea inexistente, pero entonces sentimos que también esas frases musicales, esos conceptos existentes en relación con él, deberán ser nada. Pereceremos, pero tenemos como rehenes a esas cautivas divinas que conocerán también nuestra suerte y con ellas la muerte resulta algo menos amarga, menos carente de gloria, menos probable tal vez.
Así, pues, Swann no andaba errado al creer que la frase de la sonata existía realmente. Cierto es que, pese a ser humana desde ese punto de vista, pertenecía a un orden de criaturas sobrenaturales y que nunca hemos visto, pero que, aun así, reconocemos, arrobados, cuando algún explorador de lo invisible llega a captar una de ellas, a traerla desde el mundo divino al que tiene acceso, para que brille unos instantes por encima del nustro. Eso era lo que había hecho Vinteuil con la frasecita. Swann sentía que el compositor se había contentado con revelarla mediante sus instrumentos de música, volverla visible, seguir y respetar su dibujo con mano tan tierna, prudente, delicada y segura, que el sonido se alteraba en todo momento, difuminándose para indicar una sombra, revivificando cuando debía seguir la pista de un contorno más audaz. Y una prueba de que Swann no se equivocaba cuando creía en la existencia real de aquella frase es la de que, si Vinteuil, por haber tenido menos poder para ver y reproducir sus formas, hubiera intentado enmascarar -añadiendo aquí y allá trazos de su cosecha- las lagunas de su visión o las insuficiencias de su mano, cualquier entendido un poco sutil habría advertido enseguida la impostura. (p.369)
Es evidente aquí una concepción platónica del arte: Vinteuil percibe una entidad que trasciende nuestro mundo y la reproduce en su sonata, la vuelve visible para los seres humanos. Y la posible "impostura" -es decir la "invención" de elementos no presentes en la entidad original, una suerte de impureza o contaminación- sería detectable por cualquier "entendido" asi sea "un poco sutil", como si se plantease una estética en la que ese "arte impuro" es de alguna manera inferior al auténtico, al de Vinteuil en su sonata. Proust, de todas formas, no establece la relación platónica de imitación -de naturaleza inferior- de una idea: quizá la sonata sea esa entidad misteriosa vuelta visible, y no necesariamente una representación. O quizá la obra de arte -como las diferentes epifanías del narrador- sea una suerte de portal hacia esa realidad superior, de manera que si esa vía de acceso está contaminada la experiencia de fundirse con la entidad misteriosa no es del todo satisfactoria.
Otro punto de especial interés en estas páginas es la notoria construcción de la línea Vinteuil - Swann - Narrador, una suerte de comunidad de espíritus afines que queda especialmente clara desde que Swann -según nos cuenta el narrador, y no olvidemos la evidente elaboración novelística -es decir aritifical- de esta novela-dentro-de-la-novela que es "Un amor de Swann"- llama "hermano" al músico.

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