martes, 23 de octubre de 2012

Páginas 127-136

El narrador conoce a Bergotte en una cena ofrecida por los Swann. Como cabía esperar, el encuentro es decepcionante:
...había dieciseis personaes, entre las cuales se encontraba -cosa que yo ignoraba- Bergotte. La Sra. Swann, quien acababa de nombrarme, como ella decía, ante varias de ellas, pronunió de repente, tras mi nombre (...) el nombre del dulce cantor de pelo blanco. Aquel nombre de Bergotte me hizo estremecer como el sonido de un revólver disparado contra mí, pero instintivamente, para mostrar aplomo, saludé; ante mí, me devolvió el saludo (...) un hombre joven, rudo, bajo, robusto y miope, con nariz roja en forma de concha de caracol y perilla negra. Me sentí mortalmente triste, pues lo que acababa de quedar pulverizado no era sólo el lánguido anciano del que nada quedaba ya, sino también la belleza de una obra inmensa que yo había podido alojar en el organismo desfalleciente y sagrado que había construido, como un templo, a propósito para ella, pero que ningún lugar tenía reservado en el cuerpo rechoncho, lleno de vasos sanguíneos, huesos, ganglios, del hombrecillo de nariz chata y perilla negra que tenía ante mí. Todo el Bergotte que yo mismo había elaborado lenta y delicadamente, gota a gota, como una estalactita, con la transparente belleza de sus libros resultaba de pronto no poder ya ser útil, pues había que conservar la nariz de caracol y utilizar la barbilla negra (...) La nariz y la perilla eran elementos tan ineluctables y tanto más molestos cuanto que, al obligarme a reedificar enteramente el personaje de Bergotte, parecían aún entrañar, producir, segregar sin fin, cierta clase de mentalidad activa y satisfecha de sí misma, consa inaudita, pues nada tenía que ver con la clase de inteligencia vertida en sus libros (...) Partiendo de ellos, nunca habría llegado a aquella nariz de caracol... (pp.127-128)
Estas páginas conforman una suerte de ensayo sobre el estilo de Bergotte, ofrecido en contraposición a su manera de hablar:
Sin embargo, no se encontraba en el lenguaje de Bergotte cierta luminosidad que en sus libros, como en los de algunos otros autores, modifica a menudo en la frase escrita la apariencia de las palabras (...) A ese respecto, había más entonaciones, más acento, en sus libros que en sus palabras: acento indepentiente de la belleza del estilo, que el propio autor no ha percibido seguramente, pues resulta inseparable de su personalidad más íntima. Este acento era el que en los momentos en que Bergotte era en sus libros enteramente natural ritmaba las palabras, muchas veces muy insignificantes, que escribía. Ese acento no va notado en el texto, nada lo indica en él y, sin embargo, se añade por sí solo a las frases, no se puede pronunciarlas de otro modo, es lo más efímero y, sin embargo, lo más profundo que había en el escritor y es lo que dará testimonio de su naturaleza, lo que dirá si, pese a las durezas que expresó, era dulce y, pese a las sensualidades, sentimental. (pp.133-134)

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