miércoles, 17 de octubre de 2012

Páginas 67-76

Pronto Gilberte regresa a los Campos Elíseos a "jugar" con el narrador. La idea de estos juegos -que por momentos parecen la Escondida o la Mancha- parecía incompatible con la edad que, sabemos, tiene la hija de Swann (14 o 15 años); sin embargo, en este retorno de Gilberte esos juegos se revelan como una fuente de experiencias eróticas:
...Pues, al acercarme a Gilberte, quien, echada hacia atrás en la sila, me decía que cogiera la carta, pero no me la alargaba, me sentí tan atraído por su cuerpo, que le dije:
"Venga, impídeme cogerla, vamos a ver quién puede más".
Se la colocó a la espalda, yo pasé las manos tras su cuello, al tiempo que levantaba las trenzas que llevaba -ya fuera porque fuesen propias de su edad o porque su madre quisiera hacerla parecer niña más tiempo para rejuvenecerse, a su vez- y luchamos arqueándonos. Yo intentaba atraerla hacia mí y ella se resistía (...); yo la tenía apretada entre mis piernas como un arbusto al que hubiese querido trepar y, en plena gimnasia, sin que aumentara apenas el jadeo que me provocaba el ejercicio muscular y la pasión del juego, derramé -como unas gotas de sudor arrancadas por el esfuerzo- mi goce, en el que no pude entretenerme ni siquiera el tiemop de experimentar el gusto; al instante cogí la carta. Entonces Gilberte me dijo, bondadosa:
"Mira, si quieres, podemos seguir luchando un poco más".
Tal vez hubiera sentido obscuramente que mi juego tenía un objeto distinto del confesado, pero no había podido comprobar si yo lo había alcanzado. Y yo, temiendo que lo hubiese notado -y cierto movimiento retráctil y contenido de pudor ofendido que hizo un instante después me movió a pensar que no me había equivocado al temerlo-, acepté seguir luchando, por miedo a que creyera que no me había propuesto otro objetivo que aquel tras el cual ya no deseaba sino permanecer tranquilo junto a ella. (p.72)
Podriamos pensarlo como la primera experiencia literalmente erótica -por decirlo de alguna manera- de la novela; el narrador, en las páginas de Por el camino de Swann, no había hecho referencias directas a la masturbación, ni tampoco en las 71 primeras páginas de A la sombra de las muchachas en flor; en ese sentido, esta experiencia es lo más parecido a un momento fundacional del relato de la vida sexual del narrador. A la vez, es interesante la referencia a los arbustos, que nos hacen pensar en los espinos que "amaba" el narrador en tanto -en Combray, páginas 150-159- lo vinculaban a, precisamente, Gilberte.
También aparece en estas páginas un acercamiento a la enfermedad del narrador:
...en el momento de tragar el primer bocado de una apetitosa chuleta, una náusea, un mareo, me detuvieron, respuesta febril del comienzo de una enfermedad cuyos síntomas había ocultado, retrasado, el hielo de mi indeferencia, pero que rechazaba con obstinación el alimento que yo no estaba en condiciones de absorber. Entonces, en el mismo segundo, la idea de que, si advertían que estaba enfermo, me impedirían salir, me infundió (...) la fuerza para arrastrarme hasta mi cuarto, donde vi que tenía 40º de fiebre y a continuación prepararme para ir a los Campos Elíseos (...)
Al regreso, Françoise declaró que me había sentido "indispuesto", que debía de haberme "enfriado" y que el doctor, a quien llamaron al instante, declaró "preferir" la "severidad", la "virulencia" del acceso febril que acompañaba mi congestión pulmonar e iba a ser "siempre fuego de paja", a formas más "insidiosas" y "larvadas". Llevaba ya un tiempo padeciendo ahogos y nuestro mécido -pese a la desaprobación de mi abuela, que ya me veía muriendo de alcoholismo- me había aconsejado -además de la cafeína que me prescribían para que me ayudara a respirar- tomar cerveza, champán o coñac, cuando notara la llegada de un ataque. Estos abortarían -decía- con la "euforia" causada por el alcohol.
Al no registrarse ninguna mejoría, los padres del narrador llaman al doctor Cottard, a quien ya conocemos por su participación en "Un amor de Swann":
Ahora bien, los espasmos nerviosos requerían un trato desdeñoso: la tuberculosis, grandes atenciones y un tipo de sobrealimentación que habría sido contraproducente para una afección artrítica como el asma y habría podido resultar peligroso en caso de disnea toxialimentaria, que exige un régimen nefasto, en cambio, para un tuberculoso. Pero las vacilaciones de Cottard fueron breves y sus prescripciones imperiosas: "Purgantes fuertes y drásticos, leche durante varios días y sólo leche. Nada de carne ni de alcohol". (p.76)
El narrador, aquí, se complace en emplear términos técnicos o cuasitécnicos ("afección atrtítica", "disnea toxialimentaria") y nos hace imaginarlo documentándose, leyendo tratados de medicina, como buen hipocondríaco.

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