domingo, 7 de octubre de 2012

Páginas 410-419

Justo antes de partir hacia Venecia y Florencia el narrador cae enfermo. No queda muy claro de qué enfermedad sufre, pero sí que por al menos un año no debe exponerse a "cualquier causa de agitación" (p.412). Esto hace pensar, por supuesto, que su dolencia tiene un origen nervioso. Es curioso como se oculta este padecimiento del narrador; más adelante en la novela se internará, de hecho, en una casa de reposo para enfermos psiquiátricos, sin que se nos cuente gran cosa al respecto (y este es uno de los "vacíos" más grandes de En busca del tiempo perdido); hay, entonces, cierto rechazo a nombrar la enfermedad, a narrarla.
Las vacaciones siguen, entonces, y el narrador, aparentemente recuperado, da largos paseos por los Campos Eliseos, acompañado por Françoise.
Un día en que me aburría en nuestro lugar acostumbrado junto al tiovivo, Françoise me llevó de excursión (...) a aquellas zonas vecinas, pero ajenas, en las que los rostros eran desconocidos y por las que pasaba el carro tirado por cabras (...) mientras esperaba, pisaba yo el gran césped ralo y raso, amarillecido por el sol, en cuyo extremo el estanque estaba dominado por una estatua, cuando una muchacha que estaba poniéndose el abrigo y guardando su chaqueta gritó con voz imperiosa -dirigiéndose a otra, pelirroja, que jugaba al volante delante del pilón- desde la alameda: "Adiós, Gilberte, me marcho: no olvides que esta noche iremos a tu casa después de cenar". Aquel nombre de Gilberte pasó junto a mí, evocando tanto más la existencia de aquella a quien designaba cuanto que no sólo la nombraba como una ausente de la que se habla, por decirlo así, con una potencia que intensificaba la curva de su trayectoria y la proximidad de su objetivo, transportando consigo -lo sentí- el conocimiento, las nociones que la amiga que la llamaba -no yo- tenía de auqella a quien iba dirigido -todo lo que, mientras lo pronunciaba, volvía a ver, o al menos guardaba en su memoria, de su intimidad cotidiana: de las visitas que se hacían una en la casa de la otra, de todo aquel mundo desconocido, aún más inaccesible y doloroso para ´mi por ser, al contrario, tan familiar y cómodo para aquella muchacha feliz... (pp.412-413)
El narrador siente la familiaridad de la chica con Gilberte y sufre por no compartirla. A la hija de Swann y Odette ya la había conocido en sus paseos por el lado de Méséglise (páginas 150-159); las ensoñaciones marcadamente eróticas que aparecen en ese momento de la narración hacían pensar que el protagonista era un adolescente; sin embargo, en estas páginas la insistencia en el relato de los juegos con los que se entretienen Gilberte y sus amigas y amigos evoca más bien la infancia. A la vez, el enamoramiento que comienza a describirse (los celos del narrador a las amigas, los pensamientos recurrentes, la obsesión a la Swann) vuelve a evocar la adolescencia. Se trata de otro ejemplo evidente de la indeterminación que construye Proust en relación a la edad de su personaje.

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