Después, como mi estado se agravó, se decidieron a hacerme seguir al pie de la letra las prescripciones de Cottard; al cabo de tres días, me habían desaparecido los estertores y la tos y respiraba bien. Entonces comprendimos que Cottard, además de verte -como dijo más adelante- bastante asmático y sobre todo "chiflado", había discernido que lo que predominaba en mí en aquel momento era la intoxicación y que vaciándome el hígado y lavándome los riñones desongestionaría mis bronquios, me devolvería el aliento, el sueño, las fuerzas. Y comprendimos que aquel imbécil era un gran clínico. Por fin pude levantarme. (p.77)El detalle de "chiflado", dicho al pasar, viene a confirmar las sugerencias del posible origen nervioso de los padecimientos del narrador.
En esos días de convalescencia llega una carta de Gilberte:
"Querido amigo", decía la carta, "he sabido que estás muy enfermo y que ya no vas a los Campos Elíseos. Yo tampoco voy apenas, porque hay muchos enfermos. Pero mis amigas vienen a merendar todos los lunes y viernes a casa. Mamá me ha encargado decirte que nos encantaría que vinieras tú también, en cuanto te repongas, y podríamos reanudar en casa nuestras interesantes charlas de los Campos Elíseos. Adiós, querido amigo, espero que tus padres te permitan venir con frecuencia a merendar. Con toda mi amistad, Gilberte." (pp.78-79)Las visitas no se hacen esperar, y el narrador se vuelve un asiduo de las "meriendas" de Gilberte, que por momentos parecen reproducir, a escala, las veladas de la Sra.Verdurin.
Conque conocí aquel piso del que emanaba hasta la escalera el perfume utilizado por la Sra. Swann, pero que embalsamaba mucho más aún el aprticular y doloroso encanto que desprendía la vida de Gilberte (...) Cuando, en la temporada de buen tiempo, pasaba toda una tarde con Gilberte en su cuarto, tenía ocasión de abrir yo mismo las ventanas que desde fuera interponían entre mi persona y los tesoros que no me estaban destinados una mirada luminosa, distante y superficial, la mirada misma -me parecía- de los Swann, para dejar entrar un poco de aire e incluso asomarme junto a ella -si era el día en que su madre recibía- para ver las visitas que con frecuencia (...) me saludaban con la mano, al confundirme con algún sobrino de la señora de la casa. (pp.81-82)La enfermedad, sin embargo, no ha cedido del todo:
...como si la turbación que me dominaba hubiese dejado persistir la sensación de inapetencia o de hambre, el concepto de cena o la imagen de la familia en mi memoria vacía y mi estómago paralizado. Por desgracia, aquella parálisis era sólo momentánea. Llegaría un momento en que habría de digerir los pasteles que tomaba sin darme cuenta, pero aún quedaba lejos. Entretanto, Gilberte me hacía "mi té". Lo bebía indefinidamente, pese a que una sola taza me impedía dormir durante veinticuatro horas. Por eso, mi madre solía decir "Hay que ver: siempre que este chico va a la casa de los Swann vuelve enfermo". (p.85)Los padecimientos que parecen exagerados ("estomago paralizado", "me impedía dormir durante veinticuatro horas") recuerdan a la tía Léonie, que tampoco podía digerir fácilmente siquiera un vaso de agua mineral.
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