lunes, 15 de octubre de 2012

Páginas 27-36

Terminada la actuación de la Berma el narrador concluye que:
...no dejé de sentirme, al caer el telón, decepcionado de que aquel placer tan deseado no hubiera sido mayor y al mismo tiempo la necesidad de prolongarlo, de no abandoanr nunca, al salir de la sala, aquella vida del teatro que durante unas horas había sido la mía y de la que me habría separado como en una partida para el exilio... (p.27)
Más tarde ese mismo día la familia cena con el señor de Norpois, y el narrador, animado por su padre, le pasa un poema en prosa para que examine, como se había planeado.
Mi padre sentía por una clase de inteligencia como la mía un desprecio suficientemente corregido por el cariño como para que, en resumidas cuentas, su sentimiento sobre todo lo que yo hacía fuera una indulgencia ciega. Por eso, no vaciló en enviarme a buscar un poemilla en prosa por mí compuesto en Combray al regreso de un paseo. Lo había escrito con una exaltación que comunicaba -me parecía- a quienes lo leyeran. Pero no debió de convencer al Sr. de Norpois, pues me lo devolvió sin decir palabra. (p.32)
La conversación con Norpois eventualmente toma como tema a la función teatral.
"Bueno, ¿qué? ¿Te ha gustado la sesión teatral?", me preguntó mi padre, mientras pasábamos a la mesa para que me luciera y pensando que mi entusiasmo me haría quedar bien ante el Sr. de Norpois (...)
"Debe de haberle encantado, sobre todo si era la primera vez que la veía. Su señor padre temía las consecuencias que esa escapadita podía tener en su salud, pues, según creo, está usted un poco delicado, un poco débil, pero yo lo tnraquilicé. Hoy los teatros no son lo que eran hace tan sólo veinte años. Hay butacas más o menos cómodas, una atmósfera renovada, aunque aún nos falte mucho para llegar al nivel de Alemania e Inglaterra (...) Yo no he visto a la Berma en Fedra, pero he oído decir que estaba admirable. Conque, ¿le habrá encantado, naturalmente?"
El Sr. de Norpois era mil veces más inteligente que yo, debía de conocer esa verdad que yo no había sabido extraer del arte de la Berma e iba a descubrírmela: al responder a su pregunta, iba a rogarle que me dijera en qué consistía esa verdad y así justificaría el deseo por mí sentido de ver a aquella actriz. Sólo disponía de un momento, debía aprovechar y orientar mi interrogatorio hacia los aspectos esenciales. Pero, ¿cuáles eran? (...) al final, para intentar incitarlo a declarar lo que de admirable tenía la Berma, le confesé que me había decepcionado.
"Pero, ¡cómo!", exclamó mi padre, contrariado por la lamentable impresión que el reconocimiento de mi incomprensión podía causar al Sr. de Norpois... (p.33)
Norpois le comenta a la madre del narrador sus impresiones: la Berma posee un gran talento para elegir papeles, una bellísima voz, y jamás se viste en escena con "colores demasiado chillones" ni profiere "gritos exagerados". El narrador asiente y se "alegra" de encontrar
 ...una causa razonable en esos elogios sobre la sencillez, el buen gusto, de la artista (...). "Es cierto", me decía yo: "¡Qué hermosa voz! ¡Qué ausencia de gritos! ¡Qué trajes tan sencillos! ¡Qué inteligencia al haber ido a elegir Fedra! No, no me ha defraudado. (p.34)

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