El narrador sigue encontrándose con Gilberte en los Campos Elíseos. Un día, la chica le regala una bolita, que el narrador atesorará. Más adelante, tras una conversación sobre Bergotte, Gilberte le envía por correo un ejemplar de un libro de este autor. Tanto el libro como la bolita se convierten en tesoros. Sin embargo,
Si bien me daba a veces aquellas muestras de amsitad, tambíen me hacía sufrir, cuando parecía no sentir placer al verme, cosa que ocurría con frecuencia en los días mismos con los que más había contado yo para que mis esperanzas se realizaran. Estaba seguro de que Gilberte acudiría a los Campos Elíseos y sentía un alborozo que me parecía sólo la vaga anticipación de una gran felicidad... (p.423)
El mundo de Gilberte -sus amigos y amigas, su familia- obsesiona al narrador, que pasa a resignificar a la figura de Swann:
Pero de aquella vida nadie me daba tan cumplida impresión como el Sr. Swann, quien llegaba un poco después a recoger a su hija. Es que la Sr.a Swann y él (...) encerraban para mí (...) un mundo desconocido e inaccesible, un encanto doloroso. Todo lo que se refería a ellos era objeto por mi parte de una preocupación tan constante, que los días, como aquellos, en que el Sr. Swann -a quien en otro tiempo, cuando tenía amistad con mis padres, había yo visto tan a menudo sin que despertara mi curiosidad- venía a buscar a Gilberte a los Campos Elíseos (...) Desde que había vuelto a ver a Gilberte, Swann era, para mí, sobre todo su padre y ya no el Swann de Combray; como las ideas con las que relacionaba yo ahora su nombre eran diferentes de aquellas en cuya red estaba comprendido en otro tiempo y que yo ya no utilizaba cuando había de pensar en él, había pasado a ser un pesonaje nuevo; no obstante, yo lo unía con una línea espuria, secundaria y transversal a nuestro invitado de otro tiempo y (...) repasé -con sensación de verguenza y lamentando no poder borrarlos- los años en que -ante el mismo Swann que en aquel momento se encontraba delante de mí en los Campos Elíseos y a quien Gilberte tal vez no hubiera dicho, por fortuna, mi nombnre- había hecho yo tantas veces el ridículo al pedir, por mediación de terceros, a mamá que subiese a mi cuarto a darme las buenas noches, mientras tomaba el café con mi padre, mis abuelos y él en la mesa del jardín. (pp.425-426)
La secuencia es especialmente interesante en tanto parece convocar la evocación de una evocación; el narrador, en su edad madura, recuerda que en algún momento de su adolescencia o preadolescencia recordó un momento de su infancia, motivado por necesidades del momento. El efecto es delicado, casi tenue, pero de alguna manera toda la reconstrucción del personaje de Swann según lo ve el narrador gira en torno a esa evocación.
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