"¡Oh! Señor embajador", dije al Sr. de Norpois, cuando me anunció que comunicaría a Gilberte y a su madre la admiración que sentía yo por ellas, "si hiciera eso, si hablara de mi a la Sra. Swann, no me bastaría toda mi vida para atestiguarle mi gratitud, ¡y esa vida le pertenecería! Pero debo informarlo de que no conozco a la Sra. Swann y nunca nos han presentado" (p.56)Norpois, evidentemente, decide que jamás transmitirá mensaje alguno, y el narrador lo sabe. A la vez, especula con la idea de que conocer a Norpois le granjearía "mucho más prestigio ante la señora de la casa" (p.57).
Después que Norpois se marcha el padre del narrador le pasa una página del diario vespertino en la que se reseña la actuación de la Berma en términos especialmente elogiosos.Es interesante comprar esto con el pasaje de "y así como mi inteligencia (...) se había dilatado antes para abarcar las inmensas capacidades del genio, así también había quedado ahora (...) enteramente reducida a la estrecha mediocridad en que el Sr. de Norpois la había recluido y confinado de pronto" (p.53), en el que esa idea de "hincharse" es asimilada al narrador.
En cuanto mi entendimiento concibió aquella idea nueva de "la más alta y pura manifestación artística", ésta se unió al imperfecto placer por mí experimentado en el teatro, le insufló un poco de lo que le faltaba y su reunión formó algo tan exaltante que exclamé: "¡Qué gran artista!". Seguramente se puede considerar que yo no era absolutamente sincero. Pero piénsese más bien en tantos escritores descontentos del pasaje que acaban de escribir, que, si leen un elogio del genio de Chateaubriand o evocan a determinado gran artista hasta cuya altura han deseado elevarse, tarareando, por ejemplo, para sus adentros determinada frase de Beethoven cuya tristeza comparan con la que deseaban infundir a su prosa, se hinchen hasta tal punto de esa idea de genio, que la añaden a sus propias producciones al volver a pensar en ellas, dejan de verlas como se les habían presentado en un principio y, aventurándose a un acto de fe en el valor de su obra, se dicen: "¡Al fin y al cabo!", sin darse cuenta de que en el total que determina su satisfacción final introducen el recuerdo de páginas maravillosas de Chateaubriand que asimilan a las suyas, pero que, a fin de cuentas, no han escrito. (p.59)
Después de varias páginas sobre el arte culinario de Françoise encontramos un par de líneas en blanco y pasamos a la narración de un día de Año Nuevo. Una vez más no sabemos la fecha exacta, pero si pensamos que el affaire Dreyfus (1894-1906, por usar sus fechas límite) marca de algun modo un centro posible para la cronología (como la 1a Guerra Mundial se acerca más bien al final del libro), y que recién será objeto de alguna forma de comentario en el tercer y cuarto tomo, podríamos pensar que este año nuevo sería datable entre 1893 y 1898 (cuando el affaire se complicó especialmente y la novela se encarga de referirlo).
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