"...es espléndida, ¿verdad, señor de Norpois?", pregunté yo, mientras procuraba vencer la tristeza de haber sabido que uno de los atractivos de Balbec radicaba en sus lindos hotelitos.Poco a poco vamos encontrando más delineado el perfil de Norpois como intelectual, el mapa de su sensibilidad, digamos. Está claro el contraste con las opiniones de Legrandin (páginas 140-149) y su entusiasmo por el paisaje de Balbec y su iglesia.
"No, no está mal, pero, en fin, no se puede comparar con esas auténticas joyas cinceladas que son las catedrales de Reims, Chartres y, para mi gusto, la perla de todas: la Sainte Chapelle de París."
"Pero la iglesia de Balbec, ¿no es en parte románica?"
"En efecto, es de estilo románico, que es ya de suyo extraordinariamente frío y en nada presagia la elegancia, la fantasía, de los arquitectos góticos, quienes tallan la piedra como si fuera encaje. La iglesia de Balbec merece una visita de quien se encuentre en esa región, es bastante curiosa; si un día de lluvia no sabe usted qué hacer, puede entrar en ella..." (pp.41-42)
La conversación vuelve a virar, y ahora leemos qué opina Norpois de Swann. De paso, nos enteramos de que Gilberte nació antes que sus padres se casaran, que de hecho (cuenta Norpois)
hubo (...) maniobras bastante viles de chantaje por parte de su mujer; privaba a Swann de su hija, siempre que éste le denegaba algo. El pobre Swann, tan ingenuo como refinado, creía siempre que la privación de su hija era una coincidencia y se negaba a ver la realidad. Por lo demás, ella le hacía escenas tan constantes, que, el día en que lograra su propósito y se casase con él, ya nada la detendría (...) y la vida de esa pareja sería un infierno. (p.44)
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