miércoles, 24 de octubre de 2012

Páginas 137-146

Sigue el retrato de Bergotte:
En cuanto a los otros vicios a los que había aludido el Sr. de Norpois [páginas 47-56], aquel amor a medias incestuoso, complicado incluso, según decían, con indelicadeza en materia de dinero, si bien contradecía de forma chocante la tendencia de sus últimas novelas, colmadas de un interés tan escrupuloso, tan doloroso, por el bien, que las menores alegrías de sus protagonistas resultaban emponzoñadas por él y para el propio lector se desprendía de ellas una sensación de angustia por la que la existencia más suave parecía difícil de soportar, no por ello probaban -suponiendo que se los imputara precisamente a Bergotte- que su literatura fuera mentirosa y tanta sensibilidad fuese comedia. Así como en patología ciertos estados de apariencia semejante son debidos unos a un exceso, otros a una insuficiencia de tensión, de secreción, etc, así también puede haber vicio por hipernensibiilidad, igual que hay vicio por falta de sensibilidad. Tal vez sólo en vidas realmente viciosas pueda plantearse el problema moral con toda su fuerza de ansiedad. Y a ese problema el artista no da una solución en el plano de su vida individual, sino en el de lo que es para él su vida de verdad, una solución general, literaria (...) Lo que unos u otros pudieron decirme no fue lo que me informó en gran medida de la bondad o la maldad de Bergotte. Uno de sus allegados ofrecía pruebas de su dureza, un desconocido citaba un rasgo (...) de su profunda sensibilidad. Había sido cruel con su mujer. Pero en un hostal de aldea al que había ido a pasar la noche se había quedado a velar a una mendiga que había intentado arrojarse al agua... (pp.138-139)
El narrador le pregunta por la Berma y su reciente versión de Fedra. Bergotte, de inmediato, compara algunas actitudes de la actriz con esculturas clásicas, entre ellas las cariátides del Erecteión.
Como Bergotte había dirigido en uno de sus libros una invocación célebre a esas estatuas arcaicas, las palabras que pronunciaba en aquel momento eran muy claras para mí y me brindaban una nueva razón para interesarme en la interpretaci´no de la Berma. Intentaba volver a verla en mi recuerdo, tal como había estado en aquella escena en la que había elevado -recordaba yo- el brazo a la altura del hombro. Y yo me decía "Es la Hespérides de Olimpia, la hermana de una de aquellas admirables orantes de la Acrópolis: eso es un arte noble". Pero para que aquellas palabras pudieran embellecerme el gesto de la Berma, habría sido necesario que Bergotte me las hbiera brindado antes de la representación. (p.141)
Más adelante los Swann, Bergotte y el narrador hablan del Señor de Norpois, que había manifestado sus objeciones al arte de Bergotte.
Como Bergotte no desechaba mis opiniones, le confesé que habían sido despreciadas por el Sr. de Norpois. "Pero si es que es un viejo tonto", respondió; "le dio picotazos a usted, porque siempre cree tener ante sí una torta o una jibia". "¡Cómo! ¿Conoces a Norpois?", me dijo Swann. "¡Oh! Es tan aburrido como la lluvia", interrumpió su mujer, quien tenía gran confianza en el juicio de Bergotte y seguramente temía que el Sr. de Norpois nos hubiera hablado mal de ella (p.143)..
La atención del narrador, sin embargo, se fija en Gilberte, que está presente en la conversación pero que no participa. El parecido de la chica con sus padres es motivo de una reflexión cuasigenética:
...Aquella tez pelirroja era la de su padre, hasta el punto de que la naturaleza parecía haber tenido que resolver -cuando Gilberte había sido creada- el problema de rehacer poco a poco a la Sra. Swann disponiendo sólo -como materia- de la piel del Sr. Swann. Y la naturaleza la había utilizado perfectamente, como un ebanista que hubiese querido dejar a la vista el grano y los nudos de la madera. En el rostro de Gilberte, en la comisura de la nariz de Odette perfectamente reproducida, la piel se elevaba para conservar intactos los dos lunares del Sr. Swann. Era una nueva variedad de Sra. Swann obtenida ahí, a su lado, como una lila blanca junto a otra violeta (...) Desde luego, sabemos que un hijo tiene rasgos de su padre y de su madre. Ahora bien, la distribución de las cualidades y los defectos que hereda resulta tan extraña, que de dos cualidades que parecían inseparables en uno de los padres ya sólo se encuentra una en el hijo y aliada con el defecto del otro padre que parecía inconciliable con ella. Incluso la encarnación de una calidad moral en un defecto físico incompatible es con frecuencia una de las leyes del parecido filial. De dos hermanas, una tendrá, junto con la altiva estatura de su padre, el espíritu mezquino de su madre; la otra, totalmetne colmada de la inteligencia paterna, la presentará al mundo con el aspecto de su madre. (pp.145-146)
Las imágenes de tono botánico, por decirlo de alguna manera, vuelven especialmente interesante este pasaje. Se habla de "una nueva variedad de Sra. Swann", se compara el proceso con el que deriva colores diferentes en las flores. La mirada del narrador, quizá, busca clasificar el mundo, ordenarlo de acuerdo a pautas de descendencia, cientifizarlo (en una ciencia laxa, por supuesto, casi toda ella excepciones), acercar la variedad del mundo a las pautas más o menos regulares de lo que el narrador entiende como más simple, como domesticado por la razón.



No hay comentarios:

Publicar un comentario