Después de rematar la increíble descripción narrativa de la sonata, el narrador nos cuenta que los sentimientos de Swann hacia Odette tuvieron un giro después de la velada en casa de la marquesa:
...Swann comprendió que nunca renacería el sentimiento que Odette había experimentado por él, que sus esperanzas de dicha ya no se materializarían. Y los días en que por casualidad ella estaba aún amable y cariñosa, en que tenía alguna atención con él, notaba esos signos aparentes y engañosos de un ligero regreso hacia é, con esa solicitud enternecida y escéptica, esa alegría desesperada, de quienes, al atender a un amigo que ha llegado a los últimos días de una enfermedad incurable, relatan como preciosos hechos así: "Ayer, hizo sus cuentas él mismo y fue él quien encontró en una suma un error que habíamos cometido nosotros; comió un huevo con gusto; si lo digiere bien mañana probaremos con una chuleta", aunque sepan que carecen de significado en la víspera de una muerte inevitable. (p.371)
A la vez,
A veces abrigaba [Swann] la esperanza de que ella muriese en un accidente sin sufrir: ella, que pasaba el día fuera, en las calles, en las carreteras. Y, como volvía sana y salva, él admiraba que el cuerpo humano fuese tan ágil y fuerte, que pudiese mantener continuamente a raya, desbaratar, todos los peligors que lo rodean... (p.373).
Pero los celos y las sospechas paranoicas no mueren. Un día le llega a Swann una carta anónima, en la que cree distinguir tres posibilidades: la autoría de Charlus, del príncipe Des Laumes (futuro duque de Guermantes) y de su amigo d'Orsan. No le resulta posible concluir al respecto, pero las acusaciones a Odette planteadas en la carta lo llenan de dudas: entre otras cosas, se sugiere que Odette tuvo varias amantes mujeres, entre ellas la Sra. Verdurin. Swann en un principio no lo cree (la idea lo repele), pero no puede dejar de especular.
Si se la hubiesen descrito tal como era -o, mejor dicho, tal como había sido durante tanto tiempo con él-, pero junto a otro hombre, habría sufrido, pues aquella imagen le habría parecido verosímil. Pero que fuera a las casas de citas, que se entregara a orgías con mujeres, ¡qué divagación insensata! (...)
Un día, en el período de calma más largo por el que aún había podido atravesar sin ser presa de ataques de celos, había aceptado ir al teatro con la princesa Des Laumes. Tras abrir el periódico para ver qué obra estaban representando, la vista del título -Las muchachas de mármol de Théodore Barrière- le asestó un golpe tan cruel, que hizo un movimiento de retroceso y desvió la cara. Iluminado como por la luz de las candilejas, en el nuevo sitio en que figuraba, aquella palabra -"marmol" (...)- había vuelto a resultarle visible y le había hecho recordar al instante aquella historia que Odette le había contado en otro tiempo de una visita al Salón del Palacio de la Industria con la Sra. Verdurin y en la que ésta le había dicho: "Ten cuidado, que no eres de mármol y yo sabré deshelarte". Odette le había asegurado que había sido una simple broma y él no le había atribuido la menor importancia, pero entonces tenía más confianza en ella. Y precisamente la carta hablaba de amores de esa clase. (pp.377-378).
Los "argumentos" de Swann son, por supuesto, extremadamente paranoicos. Pero aquí también Swann se convierte en el "precursor" del narrador, a ambos en variaciones sobre un mismo tema. Más adelante, entonces, el narrador tendrá las mismas dudas sobre los gustos lésbicos de Albertina (un tema que, además, había sido esbozado en la sección "Combray" -
páginas 170-179-, en relación a Vinteuil, cuya conexión a Swann ya quedó establecida).
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