Estas páginas incluyen el famoso episodio del narrador espiando a la hija de Vinteuil y a su amante:
Tal
vez de una impresión experimentada también cerca de Montjouvain, unos
años después, y que entonces había permanecido en penumbra, procediera
la idea que, mucho después, concebí del sadismo (p.170).
Tras
un largo paseo, el narrador (es usual llamarlo "Marcel", pero ese
nombre aparece muy tardíamente en la obra, y con al advertencia de que
se usa para "dar al narrador el mismo nombre que el autor") duerme una
siesta entre los árboles cercanos a la casa de Vinteuil. Al despertar
descubre que puede ver a la hija del músico sin que ella se percate de
su presencia; pronto aparece la amante y comienza un juego (que el
narrador califica de "sádico") de insultos a la memoria del viejo:
"¡Oh!
No sé quién ha podido poner ahí ese retrato de mi padre que nos está
mirando y eso que he dicho veinte veces que no es su sitio"
Recordé
que habían sido esas las palabras que el Sr. Vinteuil había dicho a mi
padre a propósito del fragmento de música. Seguramente acostumbraban a
utilizar aquel retrato para sus profanaciones rituales, pues su amiga le
respondió con estas palabras, que debían de formar parte de sus
respuestas litúrgicas:
"Anda, déjalo donde está, que ya no puede
venir a molestarte. ¡Pues no iba a lloriquear y a querer ponerte un
mantón, si te viera ahí, con la ventana abierta, el mamarracho ese!"
La
Srta. Vinteuil respondió con tono de ligero reproche. "Vamos, vamos",
que demostraban la bondad de su naturaleza, no porque la moviera a ello
la indignación que esa forma de referirse a su padre podía inspirarle
(evidentemente, se trataba de un sentimiento que se había habituado
-¿con ayuda de qué sofismas?- a acallar en su interior durante aquellos
minutos), sino porque eran como un freno que -para no mostrarse egoísta-
ponía ella misma al placer qeu su amiga procuraba brindarle (...)
"¿Sabes lo que me apatece hacerle a ese viejo horrible?" dijo [la amiga], al tiempo que cogía el retrato.
Y murmuró al oído de la Srta. Vinteuil algo que no pude oír.
"¡Oh! No te atreverías."
"¿Que no me atrevería a escupirle? ¿A ese?", dijo la amiga con deliberada brutalidad.
No
pude oír más, pues la Stra Vinteuil, con expresión hastiada, torpe,
diligente, discreta y triste, fue a ccerrar los postigos y la ventana...
(pp.173-174).
Las historias invocadas en las últimas
30 páginas eran una descripción del paseo por el lado de la casa de
Swann (los espinos, Gilberte, la casa de Vinteuil, también la muerte de
la tía Léonie); a partir de la página 176, el narrador (tras una línea
en blanco) inaugura su relato del lado de Guermantes, que comienza con
una descripción del Vivonne, el río que ya había sido mencionado en la
página 55.
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