miércoles, 12 de septiembre de 2012

Páginas 160-169

En estas páginas nos enteramos de la muerte de la tía Léonie. Dado que toda la sección "Combray", en sus dos partes, está estructurada en la forma de unidades contorneadas por el uso del pretérito imperfecto que incluyen en su centro "anécdotas" en las que aparece el pretérito perfecto como tiempo verbal predominante, es extremandamente dificil sentir una continuidad cronológica en la narración; a la sección donde se menciona la muerte de la tía sigue una nueva descripción de la rutina en Combray:
A veces el tiempo empeoraba sin remedio y debíamos volver y quedarnos encerrados en casa. A lo lejos en el campo, que la obscuridad y la humedad asemejaban al mar, casas aisladas, colgadas en la falda de una colina sumida en la noche y en el agua, brillaban aquí y allá como barquitos qu ehubieran replegados sus velas y estuviesen inmóviles en alta mar durante la noche. Pero, ¡qué importaba la lluvia! ¡Qué importaba la tormenta! En verano, el mal tiempo es un simple humor pasajero, superficial, del buen tiempo subyacente y sereno... (p.163).

Algo similar podría decirse del uso del tiempo narrativo en "Combray"; lo específico (las anécdotas definidas, digamos, que tampoco dan pautas directas de una cronología, dejando al lector la tarea de, más o menos, ir adivinando) parece un "simple humor pasajero, superficial", de la corriente verbal subyacente, esa suerte de construcción de un "lugar" más allá del tiempo.
Tras la aparición de Gilberte en la narrativa el narrador deja paso a sus primeras fantasías eróticas:

A veces, a la exaltación que me infundía la soleda se sumaba otra -que yo no sabía distinguir claramente- causada por el deseo de ver surgir ante mí una campesina a la que pudiera estrechar en mis brazos. El placer que lo acompañaba, nacido de pronto y sin que hubiese yo tenido tiempo de atribuirlo exactamente a su causa, en medio de pensamientos muy distintos, me parecía un grado superior al que estos me inspiraban (...) Pero, si bien aquel deseo de que apareciera una mujer añadía para mí algo más exaltante a los encantos de la naturaleza, éstos, a su vez, eliminaban la demasiada limitación que habría tenido el de la mujer. Me parecía que la belleza de los árboles era también la suya y que su beso me confiaría el alma de aquellos horizontes, de la aldea de Roussainville, de los libros que leía aquel año y -al recobrar fuerzas mi imaginación al contacto con mi sensualidad, al propagarse ésta por todos los estratos de aquella- mi deseo carecía ya de límites. (p.167).

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