Los primeros días, como una tonada musical que nos chiflará, pero que aún no distinguimos, no se me manifestó lo que me iba a gustar tanto de su estilo. No podía dejar la novela que estaba leyendo de él, pero me creía interesado sólo en el asunto, como en esos primeros momentos del amor en que, creyéndonos atraídos por una reunión, un entretenimiento, vamos todos los días a ver una mujer [nota: esto claramente anticipa pasajes de "Un amor de Swann"]. Después reparé en las expresiones poco comunes, casi arcaicas, que gustaba de emplear en ciertos momentos en que una ola oculta de armonía, un preludio interior, elevaba su estilo (...). Uno de aquellos pasajes de Bergotte (...) me dio un gozo incomparable con el que me había inspirado el primero, un gozo que me pareció experimentar en una región más profunda de mí mismo, más unida, más vasta, de la que parecían haber sido suprimidos los obstáculos y las separaciones. (p.103).
Llama la atención, en la última parte de la cita, el parecido del fragmento con el relato de la magdalena (ver páginas 50-59), en tanto ambos aluden a una sensación de bienestar y expansión. Lo mismo sucederá con cierta frase musical en la sonata (y el septeto) de Vinteuil, pero habrá que esperar hasta el último volumen de la novela, que abunda en epifanías de memoria involuntaria.
Más adelante nos enteramos de que Swann conoce personalmente al escritor y, es más, estaría dispuesto a pedirle al autor "una dedicatoria en su ejemplar"; la primer apregunta que el narrador hace a Swann en relación a Bergotte es cuál es el actor favorito de este último, lo que conduce a un extenso diálogo sobre teatro.
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