Swann decide que debe investigar; ¿quién está en la habitación de Odette? Para averiguarlo llama a la puerta y aguarda: nadie responde. Insiste. Un momento después aparecen dos ancianos; extrañado, cuenta las ventanas: se había equivocado. La luz encendida no era la de Odette.
Como -cuando acudía a casa de Odette muy tarde- estaba habituado a reconocer su ventana por ser la única iluminada entre todas las demás, iguales, se había confudido y había llamado a la siguiente, que pertenecía a la casa contigua. Se alejó entre excusas y volvió a su casa, contento de que la satisfacción de su curiosidad hubiera dejado su amor intacto y de que, tras haber simulado dede hacía tanto como una indiferencia para con Odette, no le hubiera ofrecido, mediante los celos, la prueba de que la amaba demasiado, que dispensa por siempre jamás de amar bastante a aquel -de dos amantes- que la recibe. (p.291).
El tema de los celos queda definitivamente instalado a partir de esta segunda vez en que encontramos a Swann recorriendo la noche parisina movido por su amor por Odette (la primera había sido cuando ella se había retirado temprano de la casa de los Verdurin y él había salido a buscarla). Pronto Swann empezará a sospechar de Forcheville; una tarde, sin anunciarse, llama a la puerta de Odette pero nadie atiende. Swann da una vuelta por el barrio y regresa para insistir. Odette, ahora sí, lo recibe, y le explica que había estado dormida y que apenas había oído el timbre. Pero Swann no deja desospechar; más tarde ese mismo día, de hecho, cuando Odette le pide que le lleve unas cartas al correo, descubre que una de ellas es para Forcheville.
Desde la estafeta volvió a su casa, pero se había quedado aquella última carta. Encendió una vela y le acercó el sobre, que no se había atrevido a abrir. Al principio, no pudo leer nada, pero el sobre era fino y, pegándolo a la tarjeta dura de dentro, pudo a través de su transparencia leer las últimas palabras. Era una fórmula final muy fría. Si, en lugar de haber sido él quien mirara una carta dirigida a Forcheville, hubiera sido éste último quien hubiese leído una carta dirigida a Swann, ¡habría podido ver palabras mucho más cariñosas! (...) Por lo demás, no importaba, pues había visto lo suficiente para darse cuenta de que se trataba de un pequeño acontecimiento sin importancia y que nada tenía que ver con relaciones amorosas; era algo relacionado con un tío de Odette. Swann había leído perfectamente al comienzo de la línea: "He acertado al abrir: era mi tío". ¡Al abrir! Entonces Forcheville estaba ahí antes, cuando Swann había llamado al timbre y ella lo había hecho marcharse (...). Entonces leyó toda la carta; al final, se excusaba por su desenfado para con él y le decía que había olvidado sus cigarrillos en su casa, la misma frase que había escrito a Swann una de las primeras veces que éste había estado en su casa. Pero, en el caso de Swann, había añadido: "Si hubiese usted olvidado su corazón, no le habría permitido recuperarlo". En el caso de Forcheville, nada semejante: ninguna alusión que pudiera hacer suponer una intriga entre ellos (...) además, sus celos -como si tuvieran una vida independiente, egoísta, voraz con todo lo que los limentaría, aunque fuese a espensas de él mismo- se alegraban con ello. Ahora tenían un alimento y Swann iba a poder empezar a inquietarse todos los días por las visitas que Odette habría recibido hacia las cinco de la tarde, a intentar averiguar dónde se encontraba Forcheville a esa hora. (pp.298-299).
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