jueves, 20 de septiembre de 2012

Páginas 240-249

La obsesión comienza. Un día Swann se demora más de lo usual con su "obrerilla" y, cuando llega a lo de los Verdurin, descubre que Odette se ha ido.
Y en determinado momento (...), Swann advirtió de repente en sí mismo las extrañas cavilaciones experimentadas desde el momento en que le habían dicho en la casa de los Verdurin que Odette se había ido ya y la novedad de la punzada en el corazón que padecía, pero que advirtió tan sólo como si acabara de despertarse. ¡Pero bueno! toda aquella agitación porque no iba a ver a Odette hasta el día siguiente, precisamente lo que había deseado, una hora antes, cuando se dirigía hacia la casa de los Verdurin. Hubo de reconocer que en aquel mismo coche (...) ya no era el mismo y ya no iba solo, que una persona nueva iba allí con él, adherente, amalgamada, de la que no podría deshacerse, con quien iba a verse obligado a tener miramientos, como con un amo o una enfermedad (p.243).
Finalmente encuentra a Odette, cuyo vestido incluye en el escote unas flores (una variedad de orquídea) llamadas "catleyas".
...la abertura del escotado corpiño, en el que llevaba encajadas otras flores de catleyas. Apenas se había repuesto del sobresalto que Swann le había causado, cuando un obstáculo provocó un extraño en el caballo. Se vieron desplazados con fuerza, ella lanzó un grito y se quedó toda palpitante, sin aliento.
"No es nada, no tenga miedo", dijo él.
Y la tenía cogida del hombro, apoyándola vcontra sí para sujetarla; después le dijo:
"Sobre todo no me hable, respóndame sólo con señas para no sofocarse aún más. ¿Le importaría que le enderezara las flores del corpiño, desplazadas por la sacudida? Temo que vaya a perderlas y me gustaría encajárselas un poco mejor".
Ella, no acostumbrada a que los hombres se anduvieran con tantos remilgos con ella, dijo sonriendo:
"No, desde luego, no me importaría" (...)
Pero era tan tímido con ella, que, tras haber acabado poseyéndola aquella noche y haber comenzado por colocarle en su sitio las catleyas, los días siguientes -ya fuera por miedo a ofenderla, por temor a que pareciese retrospectivamente que había mentido, o por falta de audacia para formular una exigencia mayor que aquella (...)- recurrió al mismo pretexto (...) De modo que, durante algún tiempo (...) la metáfora "hacer catleyas", simple expresión que empleaban ya sin pensar cuando querían referirse al acto de la posesión física -en el que, por lo demás, nada se posee-, sobrevivió en su lenguaje... (pp.247-249).

Es interesante que en su reconstrucción de estos acontecimientos el narrador se permita todo tipo de recursos novelísticos (díalogos, pensamientos, detalles) que, evidentemente, son de su invención, que superan la crónica del amor de un amigo según este -y otros testigos- pudieron habérsela contado.
Unas páginas más atrás del episodio de las catleyas, el narrador había reflexionado sobre el amor a partir de la experiencia de Swann:
De todos los modos como sobreviene el amor, de todos los agentes de diseminación del mal sagrado, uno de los más eficaces es sin duda ese gran arranque de inquietud de que a veces somos presa. Entonces la suerte está echada: la persona con la que estamos a gusto en ese momento es aquella a quien amaremos. Ni siquiera es necesario que nos gustara hasta entonces más que otras o incluso tanto, sino sólo que nuestro gusto por ella se vuelva exclusivo. Y esa condición se cumple cuando a la búsqueda de placeres que su encanto nos brindaba substituye bruscamente en nosotros -en el momento en que nos falta- una necesidad ávida cuyo objeto es esa persona misma, una necesidad absurda, que resulta imposible de satisfacer y difícil de curar en razón de las leyes de este mundo: la insensata y dolorosa necesidad de poseerla. (p.245)


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