domingo, 9 de septiembre de 2012

páginas 130-139

Después de más escenas con la tía Léonie volvemos a Legrandin, quien invita al narrador a cenar en su casa. En algún momento de la charla el tema de conversación recae en los Guermantes; Legrandin, que ha hablado largo y tendido sobre su rechazo de las convenciones mundanas y la vida en sociedad, se siente un poco ofuscado cuando el narrador le pregunta si conoce a "las señoras del castillo de Guermantes":
Pero, ante aquel nombre de Guermantes, vi aparecer en el centro de los ojos de nuestro amigo un puntito carmelita, como si acabara de atravesarlos una púa invisible, mientras que el resto de la pupila reaccionaba segregando olas de azul. El contorno de su párpado se obscureció y bajó y su boca, marcada por un pliegue amargo que se recuperó más deprisa, sonrió, mientras que la mirada seguía -como la de un mártir hermoso con el cuerpo erizado de flechas- dolorida: "no, no las conozco, dijo" (pp.137-138).
 El narrador, después, reflexiona sobre la reacción de Legrandin:
Y, desde luego, eso no quiere decir que, cuando el Sr.Legranin echaba pestes contra los esnobs, no fuese sincero. No podía saber, al menos por sí mismo, que él sí lo era, pues nunca conocemos sino las pasiones de los demás y lo que llegamos a saber de las nuestras sólo a ellos se lo debemos. En nosotros actúan de forma puramente secundaria, mediante la imaginación, que substituye los primeros móviles por otros de relevo, más decentes. (p.139)


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