viernes, 14 de septiembre de 2012

Páginas 180-189

La sección "Combray" se acerca a su final y sigue la exploración del "lado de Guermantes" siguiendo el curso del Vivonne. Un momento especialmente interesante aparece en la página 183:
En el paseo por la parte de Guermantes nunca pudimos llegar hasta las fuentes del Vivonne, en las que yo pensaba a menudo y que tenían para mí una existencia tan abstracta, tan ideal, que, al enterarme de que se encontraban en aquel departamento, a unos kilómetros de Combray, me había soprendido tanto como cuando me habían dicho que había otro punto preciso de la Tierra en el que en la Antiguedad se abría la entrada a los infiernos.
Esa suerte de desilusión es muy frecuente en la novela, y pocas páginas más adelante encontramos otro ejemplo. El narrador se entera de que la señora de Guermantes (después sabremos que su nombre es Orianne) asistirá a una boda en Combray, y, obsesionado como está con su linaje y su "pasado merovingio", la busca entre los presentes en la ceremonia.
Durante la misa nupcial, un movimiento que hizo el pertiguero, al desplazarse, me permitió de repente ver sentada en una capilla a una señora rubia, de nariz grande y ojos azules y penetrantes (...) y un granito en el ángulo de la naiz. Y -como en la superficie de su rostro encarnado, cual si tuiera mucha calor, distinguía yo, diluidos y apenas perceptibles, fragmentos de analogía con el retrato que me habían enseñado (...) Sólo podía haber una mujer que se pareceiera al retrato de la Sra. de Guermantes y estuviese allí aquel día (...) ¡Era ella! Tuve una gran decepción. Se debía a que nunca había reparado yo en que, cuando pensaba en la Sra. de Guermantes, me la imaginaba con los colores de un tapiz o una vidriera, en otro siglo, de una materia distinta de la del resto de las personas vivas. Nunca se me había ocurrido que pudiese tener la cara encarnada y una chalina malva, como la señora Sazerat, y el óvalo de sus mejillas me recordó tanto a personas vistas por mí en la casa, que me pasó por la cabeza -y se disipó de inmediato- la sospecha de que tal vez no fuera aquella señora substancialmente -en su principio generador, en todas sus moléculas- la duquesa de Guermantes, sino que su cuerpo, ajeno al nombre que se le aplicaba, pertenecía a cierto tipo femenino que comprendía también a mujeres de médicos y comerciantes. "¡Eso, y nada más que eso, es la Sra de Guermantes!" (pp.186-187)
La realidad concebida por el narrador choca con una amenaza de falsedad, de simulacro. Es sólo un cuerpo, con un grano en la nariz: no puede ser la descendiente de Genoveva de Bravante. A la vez, es como si cierta magia o cualidad preciadísima del mundo empezara a retirarse: las fuentes del Vivonne están ahí nomás -no son una región legendaria-, y Orianne de Guermantes es una mujer como cualquier otra. Se trata de un momento particular de la novela, una de las pocas cosas que verdaderamente pasan (como las formas básicas de la experiencia que construye el I-ching), repetida a lo largo de todos los libros y los capítulos, en innumerables variaciones.

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