miércoles, 5 de septiembre de 2012

Páginas 90-99

En la cocina de la casa de Combray Françoise tiene una ayudante, a la que la familia del narrador -por sugerencia de Swann- terminó apodando "la caridad de Giotto", en virtud a su aparente parecido con la imagen pintada por el célebre florentino:

...cuya reproducción tenía yo colgada en la pared de mi sala de estudio, en Combray, sin que su enérgico y vulgar rostro parezca haber podido expresar jamás pensamiento caritativo alguno. Gracias a una hermosa invención del pintor, holla con los pies los tesoros de la tierra, pero como si pisoteara uvas (...) y ofrece a Dios su ardiente corazón o, mejor dicho, s elo "pasa", como una cocinera pasa un sacarcorchos por el tragaluz de su sótano (p.90)

En las páginas siguientes encontramos una interesante serie de reflexiones sobre la lectura de narrativa, que parece otorgar a estos fragmentos iniciales de la segunda parte del capítulo "Combray" una suerte de perfil de "variaciones sobre la lectura":

...pues aquellas tardes estaban más llenas de acontecimientos dramáticos que toda la vida de algunas personas. Lo que yo leía eran los sucesos que sobrevenían en el libro; cierto es que los personajes a los que afectaban no eran "reales", como decía Françoise, pero todos los sentimientos que nos hacen experimentar el gozo o el infortunio de un personaje real se producen en nosotros tan sólo por mediación de una imagen de ellos; la ingeniosida del primer novelista consistió en comprender que, al ser la imagen el único elemento esencial en el aparato de nuestras emociones, la simplificación consistente en suprimir pura y simplemente los personajes reales sería un perfeccionamiento decisivo. Una persona real, por mucho que simpaticemos con ella, es en gran medida percibida por nustros sentidos, es decir, que nos resulta opaca, ofrece un peso muerto que nuestra sensibilidad no puede levantar (...) El hallazgo del novelista consistió en concebir la idea de substituir esa partes impenetrables al alma por una cantidad igual de partes inmateriales, es decir, que nuestra alma puede asimilar (p.94).

Queda claro que para Porust el proceso que construye esta reflexión sobre la construcción de ficciones (o de mundos ficticios) es más o menos así: dada una historia "real" que nos emociona (la que dio origen a Maus, por ejemplo), no es tanto la "realidad" la que nos produce esa emoción -porque la realidad de esa historia la reduce a seres materiales, a acciones percibidas por los sentidos y arrojadas al empobrecimiento o simplificación de la memoria- sino la "imagen" construida por quien narra esa historia, que, por tanto, puede prescindir del dato de "realidad" -que en última instancia es ajeno a esa imagen- y convertirse en independiente de cualquier referencia a seres u situaciones "reales". Añade el narrador:
Intentamos volver a encontrar en las cosas (...) el reflejo que nuestra alma ha proyectado en ellas y nos decepciona comprobar que en la naturaleza parecen desprovistas del encanto que debían en nuestro pensamiento a la vecindad con ciertas ideas (p.95)
Sólo podemos encontrar en una narrativa, entonces, algo que ya sabemos, consciente o inconscientemente, algo que ya está en nosotros. Esto admite una lectura desde Jung y sus arquetipos, por supuesto, y nos sugiere que sólo vemos en el mundo exterior (o en una narrativa de un mundo posible) aquello que forma parte de nosotros. Lo "ajeno" (lo alien, vale decir) es, por tanto, invisible, inaccesible. Es interesante comparar esto con la ciencia ficción de H.P.Lovecraft y su construcción estilística de lo "indescriptible" y lo "innombrable", o, también, con el homenaje al maestro de Providence escrito por Borges: el cuento "There are more things", de El libro de arena.

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