lunes, 1 de octubre de 2012

Páginas 330-339

Siguen la obsesión de Swann, que ya compromete claramente su salud mental.
...llegaba incluso -mientras se desvestía- a acariciar pensamientos bastante alegres; con el corazón henchido de la esperanza de ir el día siguiente a ver alguna obra maestra, se metía en la cama y apagaba la luz, pero, en cuanto dejaba -a fin de prepararse para dormir- de ejrecer sobre sí mismo una violencia de la que -de lo habitual que había llegado a ser- ni siquiera tenía consciencia, en aquel instante mismo, refluía sobre él un escalofrío helado y se echaba a llorar. Ni siquiera quería saber por qué, se enjugaba los ojos y se decía riendo "¡Qué delicia! Me estoy volviendo un neurópata!. Después no podía pensar sin sentir un gran hastío en que el día siguiente había de volver a intentar averiguar lo que había hecho Odette, a movilizar influencias para intentar verla. Aquella necesidad de una actividad sin tregua, sin variedad, sin resultados, le resultaba tan cruel, que un día, al notarse un bulto en el vientre, sintió autétnica alegría pensando que tal vez tuviera un tumor mortal, que ya no iba a haber de ocuparse de nada, que la enfermedad lo regiría, haría de él su juguete, hasta el próximo fin. Y, en efecto, si en aquella época sentía con frecuencia -sin confesárselo- deseos de morir, era para escapar no tanto a la agudeza de sus sufrimientos como a la monotonía de su esfuerzo.
Y, sin embargo, le habría gustado vivir hasta la época en que hubiera dejado de amarla, en que ya no tendría ella motivo alguno para mentirle y podría al fin enterarse por ella de si, el día en que había ido a verla por la tarde, se había acostado o no con Forcheville (p.224).

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