Cuando el narrador le reprocha -a su manera- a Elstir no haberle presentado a las chicas, la respuesta es muy sencilla:
"Me habría gustado tanto conocerlas", dije a Elstir, al llegar junto a él.
"Entonces, ¿por qué se ha quedado a tanta distancia?" (p.448)
Para compensar, Elstir ofrece al narrador un esbozo de
Puerto de Carquethuit; el narrador aprovecha y pide más:
"Me habría gustado mucho disponer de una fotografía, si tiene usted alguna, del retrato de Miss Sacripant. Pero ¿qué significa ese nombre?" "Es el de un personaje que desempeó la modelo en una estúpida opereta." "Usted sabe que yo no la conozco de nada, señor Elstir, pero parece creer lo contrario."
Elstir guardó silencio. "¿No será la Sra. Swann antes de su matrimonio?", dije con uno de esos bruscos encuentros fortuitos de la verdad, que son, a fin de cuentes, bastante poco frecuentes, pero que después bastan para dar cierto fundamento a la teoría de los presentimientos, si procuramos olvidar todos los errores que la invalidarían. Elstir no me respondió. Era sin duda un retrato de Odette de Crécy. Ésta no había querido conservarlo por muchas razones, algunas de las cuales son demasiado evidentes. Había otras. El retrato era anterior al momento en que Odette, tras disciplinar sus facciones, había hecho con su rostro y su talle aquella creación cuyas grandes líneas iban a respetar, a lo lago de los años, sus peluqueros, sus modistas y ella misma, en su forma de estar, hablar, sonreír, posar las manos, las miradas, pensar. (pp.448-449)
El narrador sigue atando cabos. Si Elstir conoció a Odette en su juventud, seguramente también conoció a los Verdurin. Por lo tanto, quizá no sea otro que Elstir el pintor llamado "Biche", del que tanto ha hablado la Sra. Verdurin. Esto quiere decir, por otra parte, que en este momento de su vida -digamos 18-29 años-, el narrador
ya tiene acceso a la información que luego será volcada en "Un amor de Swann".
A aquellos pensamientos silenciosamente rumiados junto a Elstir, mientras lo acompañaba a su casa, me llevaba el descubrimiento que acababa de hacer respecto de la identidad de su modelo, cuando aquel primer descubrimiento me procuró otro, más turbador aún para mí, sobre la identidad del artista. Había hecho el retrato de Odette de Crécy. ¿Sería posible que aquel hombre genial, aquel solitario, aquel filósofo de conversación magnífica y que lo dominaba todo, fuera el ridículo y perverso pintor adoptado en otro tiempo por los Verdurin? Le pregunté si los había conocido, si por casualidad lo apodaban Sr. Biche entonces. Me respondió que sí, sin turbación, como si se tratara de una parte ya un poco antigua de su existencia... (p.451)
Ante el asombro del narrador, Elstir arma un discurso impresionante:
"No hay hombre, por sabio que sea", me dijo, "que en determinada época de su juventud no haya pronunciado palabras -o incluso llevado una vida- cuyo recuerdo no le resulte desagradable y que desearía ver abolido, pero en modo alguno debe lamentarlo, porque sólo puede estar seguro de haber llegado a ser un sabio, en la medida en que ello sea posible, si ha pasado por todas las encarnaciones ridículas u odiosas que deben preceder a esta última. Sé que hay jóvenes, hijos y nietos de hombres distinguidos, a quienes sus preceptores han enseñado la nobleza del espíritu y la elegancia moral desde el colegio. Tal vez no tengan nada que suprimir de su vida, podrían publicar y firmar todo lo que han dicho, pero son espíritus pobres, descendientes sin fuerza de doctrinarios y cuya sabiduría es negativa y estéril. No recibimos la sabiduría, debemos descubrirla por noostors mismos después de un trayecto que nadie puede hacer por nosotros..." (p.452)
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