martes, 20 de noviembre de 2012

Páginas 405-414

En estas páginas el narrador nos cuenta del levante de Saint-Loup en Rivebelle y de la resaca de la mañana siguiente:
De repente me despertaba, advertía que, gracias a un largo sueño, no había oído el concierto sinfónico. Ya era la tarde; me cercioraba de ello con el reloj, tras hacer algunos esfuerzos para levantarme, infructuosos al principio e interrumpidos por caídas sobre la almohada, pero de esas caídas cortas que siguen al sueño como a las demás ebriedades, ya las procure el sueño o una convalecencia; por lo demás, antes incluso de haber mirado la hora, estaba seguro de que ya había pasado al mediodía. La noche anterior, yo no era sino un ser vaciado, sin peso y (...) no podía cesar de dar vueltas y hablar, carecía ya de consistencia y de centro de gravedad, estaba lanzado, me parecía que podría continuar mi taciturna carrera hasta la Luna. Ahora bien, aunque durmiendo mis ojos no habían visto la hora, mi cuerpo había sabido calcularla, había medido el tiempo -no en una esfera superficicialmente imaginada, sino- por el epso progresivo de todas mis fuerzas recuperadas, que, como un reloj potente, había dejado descender punto por punto de mi cerebro al resto de mi cuerpo (...) la abundancia intacta de sus provisiones. Si es cierto que el mar fue en tiempos nuestro medio vital en el que debemos sumergir de nuevo nuestra sangre para recuperar las fuerzas, lo mismo ocurre con el olvido, la nada mental; parecemos entonces ausentes del tiempo durante unas horas, pero las fuerzas que se han acumulado entretanto y no se han gastado lo miden por su cantidad tan exactamente como las pesas del reloj o los montículos que se van despoblando del reloj de arena. Por lo demás, no se sale más fácilmente de semejante sueño que de la vigilia prolongada... (pp.408-409)
Más adelante hace su aparición el Elstir, amigo de Swann y el pintor de la trilogía de artistas ficticios central a la novela (Bergotte, Vinteuil y Elstir; a los que cabría añadir a la Berma):
Ya en el restaurante de Rivebelle habíamos visto dos o tres veces (...) a un hombre muy alto, muy musculoso, de facciones regulares y barba entrecana, pero cuya soñadora mirada permanecía clavada con aplicación en el vacío. Una noche en que preguntamos al dueño quién era aquel comensal obscuro, aislado y tardío, nos dijo: "¡Cómo! ¿No conocían ustedes al célebre pintor Elstir?" Swann había pronunciado en cierta ocasión su nbombre delante de mí y yo había olvidado enteramente a propósito de qué (...) "Es un amigo de Swann y un artista muy conocido, de gran valor", dije a Saint-Loup. (p.413)

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