martes, 27 de noviembre de 2012

Páginas 475-484

Poco a poco el narrador va conociendo a las otras chicas de la "pandilla": André y Gisèle, por ejemplo, lo que genera una escenita de celos por parte de Albertine:
Pero Gisèle no pudo decirme las palabras prometidas por su mirada para el momento en que Albertine nos hubiera dejado juntos, pues, como ésta, colocada con obstinación entre los dos, había seguido respondiendo cada vez más brevemente y después había cesado de responder del todo a las palabras de su amiga, acabó abandonando el puesto. Reproché a Albertine que se hbiera mostrado tan desagradable. "Así aprenderá a ser más discreta. No es mala persona, pero es una pesada. No tiene por qué venir a meter la nariz por todos lados. ¿Por qué se pega a nosotros, sin que se lo pidan? Poco ha faltado para que la mandara a hacer gárgaras. Por lo demás, detesto que lleve el pelo así, da mala impresión" (...) "No me había fijado en ella", respondí. "Pues la has mirado bastante, parecía que quisieras hacer su retrato", me dijo, sin que la ablandaran las miradas intensas que en auqel momento le dirigía. "Ahora, no creo que te gustara. No es nada coqueta. A ti deben de gustarte las chicas coquetas. En todo caso, ya no va a tener la ocasión de pegarse más y de que le den de lado, porque regresa esta tarde a París." (pp.476-477)
Más adelante encontramos lo más parecido a un desarrollo del título del libro:
Incluso mentalmente, dependemos de las leyes naturales mucho más de lo que creemos y nuestra mentalidad cuenta por adelantado -como cierta criptógama, como cierta gramínea- con las particularidades que creemos elegir. Pero sólo captamos las ideas secundarias sin advertir la causa primera -raza judía, familia francesa- que las producía necesariamente y que manifestamos en el momento oportuno. Y tal vez -mientras que unas nos parecen resultado de una deliberación, otras de una imprudencia en nuestra higiene- debamos a nuestra familia -como las papilonáceas la forma de su simiente- tanto las ideas por las que vivimos como la enfermedad por la que morimos.
Como en un plantón en el que las flores maduran en épocas diferentes, yo las había visto, en señoras ancianas, en aquella playa de Balbec, aquellas duras simientes, aquellos blandos tubérculos, que mis amigas serían un día. Pero, ¿qué importaba? En aquel momento, era la temporada de las flores. (p.480)
El proceso de modulación de las metáforas -que culmina en "la temporada de las flores", que remite a su vez al "a la sombra de las muchachas en flor" del título- parte de comparar la diversidad en el caracter y la apariencia de las chicas, entendida como rasgos de transmisión hereditaria (recordemos las reflexiones al respecto en relación a Gilberte, página 145), con las características de las flores, también relativas a su especie y variedad, presentadas con un vocabulario vagamente científico. La comparación con el mundo vegetal, entonces, queda en el aire, y es atrapada de nuevo por las muchachas: algún día serán flores marchitas, ahora están en la "flor de la edad".

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