jueves, 8 de noviembre de 2012

Páginas 285-294

La amistad con la Señora de Villeparisis da resultados; el narrador y su abuela empiezan a frecuentar a las celebridades de Balbec y, además, a hacerse merecedores de otros "beneficios":
Como el médico de Balbec, a quien habían llamado por un acceso de fiebre que me había sobrevenido, consideró que no debía permanecer todo el día a la orilla del mar, a pleno sol, que el intenso calor no me sentaría bien, y expidió a mi nombre algunas recetas farmacéuticas, mi abuelo las cogió con aparente respeto, en el que yo reconocí en seguida la firme decisión de no ejecutar ninguna, pero tuvo en cuenta el consejo en materie de higiene y aceptó el ofrecimiento de la Sra. de Villeparisis de darnos algunos paseos en coche (...) La Sra. de Villeparisis mandaba enganchar los caballos temprano para que tuviéramos tiempo de ir hasta Saint-Mars-le-Vêtu o hasta las rocas de Quetteholme o cualquier otro destino de excursion, que, para un coche bastante lento, quedara lejano y requiriera todo el día. Alegre con el largo paseo que íbamos a emprender, yo tarareaba una tonada recientemente oída y me paseaba por la calle en espera de que la Sra. de Villeparisis estuviese lista. (pp.289-290)
Estos paseos pronto permitirán al narrador conocer las iglesias de los alrededores de Balbec.
La Sra. de Villeparisis, al ver que me gustaban las iglesias, me prometía que iríamos a ver -una vez- una y -otra vez- otra y sobre todo la de Carqueville, "totalmente oculta bajo su vieja hiedra", dijo con un movimiento de la mano que parecía envolver con gusto la fachada ausente en un follaje invisible y delicado (...) Parecía intentar excusarse aduciendo que, como uno de los castillos de su padre -aquel en que se había criado ella- estaba situado en una región en la que había iglesias del mismo estilo que la de los alrededores de Balbec, hab´ria sido vergonzoso no haber adquirido el gusto de la arquitectura, pues aquel castillo era, por lo demás, el más hermoso ejemplar de la del Renacimiento. Pero, como también era un verdadero museo, como, por otra parte, Chopin y Liszt habían tocado en él, Lamartine había recitado versos, todos los artistas conocidos de todo un siglo habían escrito pensamientos, melodías, habían trazado croquis en el álbum familiar, la Sra. de Villeparisis no mencionaba -por delicadeza, buena educación, modestia real o falta de mentalidad filosófica- sino aquel origen puramente material de su conocimiento de todas las artes y acababa pareciendo considerar la pintura, la música, la literatura y la filosofía como patrimonio de un amuchacha educada de la forma más aristocrática... (p.294)
Estos detalles contribuyen al retrato en proceso de la Sra. de Villeparisis, de quien también nos enteramos que
...era [más liberal] que la mayor parte de la burguesía. Le extrañaba que escandalizara la expulsión de los jesuitas, pues, según decía, siempre se había hecho, incluso durante la monarquía, incluso en España. defendía la República, a la que reprochaba su anticlericalismo tan sólo en esta medida: "Consideraría igualmente inaceptable que se me impidiera ir a misa, si lo deseo, que verme obligada a ir, si no quiero", y soltaba incluso palabras como éstas: "¡Oh! La nobleza hoy, ¿qué es?". "Para mí un hombre que no trabaja no es nada", tal vez sólo porque sentía el caracter mordaz, sabroso, memorable que cobraban en sus labios. (p.294)


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