El empleado del hotel finalmente localiza a los Simonet en una lista de invitados:
Una vez más estaba yo forjando esa persona mediante el apellido Simonet y el recuerdo de la armonía reinante entre los jóvenes cuerpos que había visto desplegarse por la playa en una procesión deportiva digna de la Antigüedad y de Giotto. No sabía yo cuál de aquellas jóvenes era la Srta. Simonet, si se apellidaría así alguna de ellas, pero sabía que la Srta. Simonet me amaba y que gracias a Saint-Loup iba a intentar conocerla. Por desgracia, éste se veía obligado a regresar todos los días (...) a Doncières, pero me pareció que, para hacerlo incumplir sus obligaciones militares, podía contar -más aún que con su amistad conmigo- con esa propia curiosidad de naturalista humano por conocer una nueva variedad de belleza humana...(p.395)
Ya en Rivebelle, en el restaurante, el narrador comienza a beber. Se trata de otro pasaje en el que se construye la borrachera del personaje sin aludir directamente a los efectos del alcohol.
A partir de aquel momento, yo ya no era el nieto de mi abuela -y no iba a acordarme de ella hasta la salida-, sino un hombre nuevo: el hermano momentáneo de los camareros que iban a servirnos (...) Absorbía en una hora -añadiéndole unas gotas de oporto (...)- que en Balbec no habría querido alcanzar en una semana, pese a que (...) el sabor de auqellas bebidas representaba un placer claramente apreciable, pero fácil de sacrificar, y daba al violinista que acababa de tocar los dos "luises" ahorrados en un mes con vistas a comprarme algo que ya no recordaba (...) No tardó el espectáculo en ordenarse -al menos para mí- de la forma más noble y serena. Toda aquella actividad vertiginosa cristalizaba en una apacible armonía. Yo miraba las mesas redondas cuya inumerable asamblea llenaba el restaurante, como otros tantos planetas, tal como aparecen representados en los cuaros alegóricos de antaño. Por lo demás, entre aquellos diversos astros se ejercía una fuerza de atracción irresistible y en cada una de las mesas los comensales no quitaban la vista de otras mesas (...) Dos horribles cajeras (...) parecían dos magas ocupadas en prever mediante cálculos astrológicos las conmociones que podían producirse a veces en aquella bóveda celeste concebida conforme a la ciencia de la Edad Media. (pp.397-398)
Pronto el delirio astrológico o astronómico cede paso a una visión más "interior", y es interesante, por supuesto, el papel central que juega la música en la sensibilidad y la imaginación del narrador:
Yo oía los bramidos de mis nervios, embargados de bienestar, independiente de los objetos exteriores que pueden darlo y que el menor desplazamiento de mi cuerpo, de mi atención, bastaba para infundirme, como una ligera presión en un ojo cerrado la sensación del color. Ya había bebido mucho oporto y, si pedía más, no era tanto con vistas al bienestar que las nuevas copas me brindarían cuanto por efecto del bienestar de las anteriores. Dejaba que la propia música condujera mi placer sobre cada nota en la que acababa, dócil, de posarse. Si bien aquel restaurante de Rivebelle (...) reunía en un mismo momento más mujeres que me tentaban con perspectivas de felicidad que el azar de los paseos o los viajes me habría permitido encontrar en un año, auqella música que oímos (...) era, por otra parte, como un lugar de placer aéreo superpuesto, a su vez, al otro y más embriagador que él. Pues cada uno de los motivos, particular como una mujer, no reservaba -como lo habría hecho para algún privilegiado- el secreto de la voluptuosidad que encerraba: me lo proponía, me echaba el ojo, venía hasta mí con paso caprichoso o chabacano, se me acercaba, me acariciaba, como si me hubiera vuelto de pronto más seductor, más poderoso o más rico; veía yo claramente en aquellas tonadas cierta crueldad; es que cualquier sentimiento desinteresado de la belleza, cualquier reflejo de la inteligencia les resultaba desconocido; para ellas, sólo existe el placer físico. Y son el infierno más despiadado, el más desprovisto de salidas para el desdichado celoso al que presentan dicho placer... (p.399-400)
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