La señora de Villeparisis cuenta al narrador una serie de anécdotas de escritores célebres que visitaban a su padre:
Tímidamente, citaba yo a la Sra. de Villeparisis, al tiempo que le mostraba la luna en el cielo, alguna expresión hermosa de Chateaubriand o Vigny o Victor Hugo: "Esparcía ese antiguo secreto de melancolía" o "Llorando como Diana junto a sus fuentes" o "La sombra era nupacial, augusta y solemne".
"¿Y eso le parece hermoso?", me preguntaba ella. "¿Genial, como dice usted? He de decirle que siempre me asombra ver que ahora se toman muy en serio cosas de las que los amigos de esos señores, aún reconociendo plenamiente sus cualidades, eran los primeros en burlarse. No se prodigaba el calificativo de genio como ahora, cuando, si se dice a un escritor que sólo tiene talento, se lo toma como una injuria. Me cita usted una frase famosa del Sr. de Chateaubriand sobre la luz de la luna. Va usted a ver que tengo razones para mostrarle refractaria al respecto. El Sr. de Chateaubriand venía con mucha frecuencia a casa de mi padre. Por lo demás, era agradable, cuando estábamos a solas con él, porque entonces era sencillo y divertido, pero, en cuanto había otras personas, se ponía a hacer poses y resultaba ridículo; delante de mi padre, afirmaba haber arrojado su dimisión a la cara del Rey y haber dirigido el cónclave, pero olvidaba haber encargado a mi padre suplicar al Rey que volviera a admitirlo y que auqél le había oído hacer los pronósticos más insensatos sobre la elección del Papa" (...) Ante el nombre de Vigny se echó a reir: "El que decía: "Soy el conde Alfred de Vigny". Se es conde o no se es, eso carece de la menor importancia". (pp.306-307)
Un tiempo después la Sra. de Villeparisis anuncia al narrador y su abuela que no podrá verlos con la misma frecuencia, porque un sobrino suyo la visitará en el hotel de Balbec. Se trata de Robert de Saint-Loup, uno de los personajes centrales de la novela:
Una tarde en que hacía mucho calor, estaba yo en el comedor, medio a obscuras, porque lo habían dejado -para protegerlo del sol- con las cortinas echadas, que éste amarilleaba y por cuyos intersticios parpadeaba el azul del mar, cuando por la vía central que comunicaba la playa con la carretera vi pasar -alto, delgado, con el cuello despejado y la cabeza orgullosamente erguida- a un joven de ojos penetrantes, piel tan rubia y pelo tan dorado como si hubiese absorbido todos los rayos del sol. Iba vestido con un traje de tela tan ligera y blanquecina, que nunca -me habría parecido- se atrevería un hombre a ponérselo y que -no menos que el frescor del comedor- evocaba el calor y el buen tiempo de fuera, y caminaba aprisa. Sus ojos, de uno de los cuales se caía a cada momento un monóculo, eran del color del mar. Todo el mundo lo miró pasar con curiosidad, se sabía que aquel joven marqués de Saint-Loup-en-Bray era famoso por su elegancia... (p.314)
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