miércoles, 16 de enero de 2013

Páginas 369-378

La reaparición de Albertine. El narrador fácilmente se la lleva a la cama, aprovechando la ausencia de sus padres en el hotel. A partir de allí reflexiona:
...Había yo entendido que noe ra posible tocarla, besarla, que sólo se podía hablar con ella, que para mí era tan poco una mujer como las de jade (...) son uvas y, mira por donde, en un tercer plano me parecía real, como en el segundo conocimiento que había tenido de ella, pero fácil como en la primera: fácil tanto y más deliciosamente cuanto que yo había creído durante mucho tiempo que no lo era. Mi exceso de conocimiento de la vida -de la vida menos unida, menos simple de lo que yo había creído en un principio- acababa provisionalmente en el agnosticismo. ¿Qué podemos afirmar, puesto que lo que habíamos creído probable al principio había resultado falso a continuación y resulta en tercer lugar verdadero? (Y no habían acabado -¡ay!- mis descubrimientos sobre Albertine) (p.372)
Este fragmento es especialmente interesante, en tanto parece ir a contrapelo de cierta vocación "científica" o "psicológica" de la novela, basada en la posibilidad de establecer un conocimiento -más o menos positivo- de las acciones humanas y sus motivaciones. La reaparición de Albertine, entonces, le permite al narrador volver a intentar conocer, aunque, a la vez, se nos hace una advertencia, se nos dice que todavía faltan ciertos descubrimientos. Terminada la novela, esos "descubrimientos" cierran la imagen de Albertine, nos hacen "conocerla"? ¿O devuelven al lector a la conciencia de ese "agnosticismo"? Creo que la pregunta queda abierta.

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