a reaparición de Albertina no deja de asombrar al narrador, quien ha encontrado un continente nuevo para explorar:
Por lo demás, las ideas sociales de Albertine eran auténticos disparates. Consideraba a los Simonnet con dos n inferiores no sólo a los Simonet con una sola n, sino
también a todas las personas posibles. Que alguien tenga el mismo
nombre que nosotros, sin ser de nuestra familia, es una razón poderosa
para desdeñarlo. Cierto es que hay excepciones. Puede ocurrir que dos
Simonnet (...) intenten, al ver que se llaman igual, averiguar con
amabilidad recíproca -y sin resultado- si tienen algún lazo de
parentesco, pero se trata de una simple excepción. Muchos hombres son
poco honorables, pero lo ignoramos o lo pasamos por alto. Ahora bien, si
la homonimia hace que nos entreguen cartas a ellos destinadas, o
viceversa, comenzamos sintiendo desconfianza, con frecuencia
justificada, respecto de lo que valen. Si nos hablan de ellos, tememos
confunsiones, las prevenimos con una mueca de desagrado. Al leer nuestro
nombre -que llevan ellos- en el periódico, nos parece que lo han
usurpado. Los pecados de los demás miembros del cuerpo social nos
resultan indiferentes. Los atribuimos aún más a nuestros homónimos. El
odio que sentimos para con los otros Simonnet es tanto mayor cuanto que
no es individual, sino que se transmite hereditariamente. (pp.379-380)
Poco
después encontramos una interesante alusión a una antigua conversación
con la madre del narrador, en la que nos enteramos de que...
...Su
vista [la de Oriane de Guermantes] ya no me causaba la menor turbación.
Cierto día, mi madre, al decirme -al tiempo que me imponía las manos en
la frente (...)-: "No sigas con tus salidas para ver a la Sra. de
Guermantes, que eres el hazmerreír de la casa. Por lo demás, ya ves lo
malita que está tu abuela, por lo que tienes cosas más serias por hacer
que apostarte en el camino de una mujer que se burla de tí", me había
despertado de repente (...) de un sueño demasiado largo. El día
siguiente había estado dedicado a dar una última despedida a aquella
enfermedad, a la que renunciaba... (p.382)
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