La sra. de Stermaria le fue presentada al narrador por Robert:
...yo me había sentido tanto más perturbado por la carta que Saint-Loup me había escrito desde Marruecos cuanto que entre líneas leía que no se había atrevido a escribir más explícitamente. "Puedes invitarla perfectamente a un reservado [a la sra. de Stermaria]", me decía. "Es una joven encantadora, de un caracter delicioso, os entenderéis perfectamente y estoy seguro de antemano de que pasarás una velada excelente." Como mis padres volvían al final de la semana, el sábado o el domingo, y después me vería obligado a cenar todas las noches en casa, me apresuré a escribir a la Sra. de Stermaria para proponerle el día que ella deseara, hasta el viernes. (pp.359-360)
Finalmente resulta que antes del encuentro con la Sra de Stermaria el narrador recibe la visita de una vieja conocida nuestra:
De repente, sin que hubiera yo oído el timbre, Françoise fue a abrir la puerta e introdujo a Albertine, quien entró sonriente, silenciosa, llenita, con la plenitud de su cuerpo cargada de los días pasados en aquel Balbec al que no había yo vuelto más, preparados para que siguiera yo viviéndolos, dirigidos hacia mí. No cabe duda de que, siempre que volvemos a ver a una persona con la que nuestras relaciones -por insignificantes que sean- resultan haber cambiado, es como una confrontación de dos épocas. No es necesario para ello que una antigua amante venga a vernos como una amiga, basta con la visita a París de alguien a quien conocimos en la cotidianeidad de determinada clase de vida y que dicha vida haya cesado, aunque fuera tan sólo hace una semana. En cada rasgo risueño, inquisitivo y molesto del rostro de Albertine, podía yo deletrear estas preguntas: "¿Y la Sra. de Villeparisis? ¿Y el profesor de danza? ¿Y el pastelero?". Cuando se sentó su espalda pareció decir: "¡Caramba! Aquí no hay acantilado, ¿me permites que me siente, de todos modos, cerca de ti, como habría hecho en Balbec?" Parecía una maga que me presentaba un espejo del tiempo. (pp.360-361)
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