viernes, 4 de enero de 2013

Páginas 299-308

Al salir de la casa de la Sra. de Villeparisis, Charlus y el narrador se encuentran con el Sr. de Argencourt, que por un momento parece sentir la misma repulsión en el "pudor" que afectó a la marquesa (página 291):
Yo quería aprovechar aquella inesperada buena disposición del Sr. de Charlus para preguntarle si no podría facilitarme una visita a casa de su cuñada, pero en aquel momento sentí un fuerte tirón, como eléctrico, en el brazo. Era el Sr. de Charlus que acababa de retirar precipitadamente su brazo del mío. Aunque sin dejar de hablar, paseaba sus miradas en todas las direcciones y acababa de ver al Sr. de Argencourt, que desembocaba de una calle transversal y, al vernos, pareció contrariado, me lanzó una mirada de desconfianza, esa mirada casi destinada a un ser de otra raza que la Sra. de Guermantes había dedicado a Bloch, e intentó evitarnos, pero parecía que el Sr. de Charlus quería demostrarle que en modo alguno procuraba evitar que lo viera, pues lo llamó y para decirle algo muy insignificante, y, tal vez por temer que el Sr. de Argencourt no me reconociese, el Sr. de Charlus le dijo que yo era un gran amigo de la Sra. de Villeparisis, de la duquesa de Guermantes, de Robert de Saint-Loup, que él, Charlus, era un antiguo amigo de mi abuela, contento de trasladar a su nieto un poco de la simpatía que sentía por ella. No obstante, observé que el Sr. de Argencourt, a quien apenas habían citado mi nombre en casa de la Sra. de Villeparisis y a quien el Sr. de Charlus acababa de hablar por extenso de mi familia, estuvo más frío conmigo de lo que había estado una hora antes y así fue en adelante -y durante mucho tiempo- siempre que me veía. Aquella noche me observó con una curiosidad en la que no había la menor simpatía y pareció incluso tener que vencer una resistencia, cuando, al despedirse de nosotros, tras una vacilación, me ofreció una mano que retiró al instante.
"Lamento este encuentro", me dijo el Sr. de Charlus. "Ese Argencourt, bien nacido pero mal criado, diplomático más que mediocre, marido detestable y mujeriego, trapacero como en las obras teatrales, es uno de esos hombres incapaces de comprender -pero muy capaces de destruir- las cosas en verdad grandes. Espero que nuestra amistad lo sea, si llega a echar raíces un día, y que usted me haga el honor de mantenerla tanto como yo al abrigo de las patadas de uno de esos asnos que, por ociosidad, por torpeza, por maldad, aplastan lo que parecía destinado a durar. Por desgracia, así son la mayoría de las personas de la alta sociedad." (pp.299-300)
Tras el paseo con Charlus el narrador llega al hotel de los Guermantes y encuentra a su abuela indispuesta. Así comienza un nuevo episodio de la novela, terminado el del salón de la Sra. de Villeparisis, que nos llevará cara a cara con la muerte.
Subí y me encontré a mi abuela más indispuesta. Desde hacía un tiempo se quejaba -sin saber demasiado lo que tenía- de su salud. En la enfermedad nos damos cuenta de que no vivimos solos, sino encadenados a un ser de un reino diferente, del que nos separan abismos, que no nos conoce y por el que nos resulta imposible hacernos entender: nuestro cuerpo (...) Cottard, a quien habían llamado para examinar a mi abuela y que nos había irritado al preguntarnos con una sonrisa fina (...) "¿Enferma? ¿Al menos no será una enfermedad diplomática?", probó, para calmar la agitación de la enferma, con el régimen lácteo, pero las perpetuas sopas de leche no surtieron efecto, porque mi abuela les echaba mucha sal, cuya contraindicación se ignoraba en aquella época (...) Es que, al ser la Medicina un compendio de los errores sucesivos y contradictorios de los médicos, si recurrimos a los mejores de ellos, tenemos muchas posibilidades de implorar una verdad cuya falsedad se reconocerá unos años después. De modo que creer en la Medicina sería la locura suprema, si no creer en ella no fuera otra mayor, pues de esa acumulación de errores se han desprendido a la larga algunas verdades" (pp.305-306)

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