jueves, 22 de noviembre de 2012

Páginas 415-424

Elstir conversa un rato con el narrador y Saint-Loup en el restaurante de Rivebelle.
Con las pocas palabras que Elstir vino a decirnos, tras sentarse a nustra mesa, en ninguna de las diversas veces en que le hablé de Swann me respondió. Empecé a creer que no lo conocía. No por ello dejó de pedirme que fuera a verlo a su taller de Balbec, invitación que no hizo a Saint-Loup y que me granjearon (...) unas palabras que le hicieron pensar que yo amaba las artes. Me produgó una amabilidad que era tan superior a la de Saint-Loup como ésta a la afabilidad de un pequeñoburgués. (p.415)
La visita, sin embargo, se demora unos días más. El narrador está más interesado en las chicas (la "pandilla") de Balbec que en una conversación sobre pintura, pero su abuela insiste:
Mi abuela, a quien había yo contado mi entrevista con Elstir y que se alegraba del provecho intelectual que podía reportarme su amistad, consideraba absurdo y un poco descortés que no hubiera ido aún a visitarlo. Pero yo sólo pensaba en la pandilla y, como no estaba seguro de la hora en que pasarían por el malecón, no me atrevía a alejarme de él. Mi abuela se extrañaba también de mi elegancia, pues de repente me había acordado de trajes que hasta entonces había dejado en el fondo de la maleta. Cada día me ponía uno diferente y había escrito incluso a París para que me enviaran nuevos sombreros y nuevas corbatas. (p.418)
Finalmente la visita se produce; el narrador "cede" a la insistencia de su abuela y parte en dirección a la casa-estudio de Elstir.
Tuve que acabar obedeciendo a mi abuela con tanto más enojo cuanto que Elstir vivía bastante lejos del malecón, en una de las avenidas más nuevas de Balbec. El calor del día me obligó a tomar el tranvía que pasaba por la Rue de la Plage y me esforcé en pensar que estaba en el antiguo reino de los cimerios, en la patria tal vez del rey Marco o en el bosque de Brocelandia, y no mirar el lujo de pacotilla de las construcciones que se alzaban ante mí, la más suntuosamente fea de entre las cuales tal vez fuera la quinta de Elsitr, pese a lo cual l ahabía alquilado, porque -de todas las de Balbec- era la única que podía ofrecerle un gran taller (...) y el taller de Elstir me pareció como el laboratorio de una nueva creación del mundo, en el que -a partir del caos que son todas las cosas que vemos- había obtenido -pintándolos en diversos rectángulos de tela situados en todos los sentidos- una ola del mar -aquí- que estrellaba encolerizada su espuma lila sobre la arena y un joven -allá- con traje de dril blanco y acodado en el puente de un barco (...) En el momento en que entré, el creador estaba acabando, con el pincel que sostenía en la mano, la forma del sol en el ocaso (...) Mientras Elstir seguía -así se lo rogué- pintando, yo circulaba por aquel claroscuro y me detenía ante un cuadro y después ante otro. La mayoría de los que me rodeaban no eran lo que más me habría gustado ver de él, la spinturas pertenecientes a su estilo primero y segundo, como decía una revista de arte inglesa (...): el estilo mitológico y auqel en el que había recibido la influencia del japón, admirablemente representados los dos, según decían, en la colección de la Sra. de Guermantes. Naturalmente, lo que había en su taller eran sólo marinas realizadas allí, en Balbec. (pp.421-423)
Aquí comienza un pasaje maravilloso del libro, la larga descripción de Puerto de Carquethuit, una de las marinas de Elstir -aunque también se habla de otros cuadros, sin nombrarlos y fundiéndolos con Puerto...-; el narrador, para comenzar, nos prepara para uno de los artificios más importantes de la estética del pintor:
...podía discernir que el encanto de cada una de ellas [las marinas] consistía como en una metamorfosis de cosas representadas, análoga a la que en poesía se denomina metáfora y que, si bien Dios Padre había creado las cosas nombrándolas, Elstir las recreaba quitándoles el nombre o atribuyéndoles otro. Los nombres que designan las cosas responden siempre a una idea de la inteligencia, extraña a nuestras impresiones verdaderas y que nos obliga a eliminar de ellas todo lo que remite a dicha idea.
A veces en mi ventana del hotel de Balbec, por la mañana, cuando Françoise abría las cortinas que ocultaban la luz o, por la noche, cuando esperaba al momento de partir con Saint-Loup, había confundido yo -influido por un efecto del sol- una parte más obsruca del mar con una costa alejada o había contemplado, jubiloso, una zona azul y fluida sin saber si pertenecía al mar o al cielo. Muy pronto mi inteligencia restablecía la separaciónentre los elementos que mi impresión había abolido (...) Pero de los escasos momentos en que se ve la naturaleza tal como es, poéticamente, era de los que estaba hecha la obra de Elstir. Una de su smetáforas más frecuentes en las marinas que tenía junto a sí en aquel momento era precisamente la que, al comparar la tierra con el mar, suprimía todo deslinde entre ellos. Esa comparación, tácita e incansablemente repetida en una misma tela, era la que introducía en ella esa unidad multiforme y poderosa (...) Por ejemplo, para una metáfora de esa clase -en un cuadro que representaba el puerto de Carquethuit (...)- había preparado Elstir el espíritu del espectador al emplear términos exclusivamente marinos para el pueblecito y para el mar exclusivamente urbanos... (pp.423-424)
El artificio de Elstir consiste en proponer al espectador del cuadro elementos terrestres como si fueran marinos y viceversa. Así, las embarcaciones del puerto son confundidas con casas y edificios:
...por sobre los techos sobresalían -como si hubieran sido chimeneas o campanarios- mástiles, que parecían infundir a los barcos a los que pertenecían un caracter urbano, como construidos sobre la tierra (...) por lo que auqella flotilla de pesca parecía pertenecer menos al mar que, por ejemplo, las iglesias de Criquebec, que -rodeadas de agua por todos lados, porque se las veía sin la ciudad en una polvareda de sol y olas- parecían salir, a lo lejos, de las aguas... (p.424)


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