viernes, 23 de noviembre de 2012

Páginas 435-444

El narrador empieza a preocuparse de que Elstir se demore tanto en su taller que les resulte imposible encontrarse, en la caminata que tienen proyectada, con Albertine y las otras chicas.
...Pensé que [Albertine] había ido a reunirse con sus amigas en el malecón. Si hubiera podido encontrarme en él con Elstir, las habría conocido. Inventé mil pretextos para que accediera a compañarme a dar una vuelta por la playa. Ya no tenía yo la calma de antes de la aparición de la muchacha en el marco de la ventanita, tan encantadora hasta entonces con su su madreselva y ahora tan vacía. Elstir me dio una alegría, mezclada de tortura, al decirme que daría una vuelta conmigo, pero que antes debía acabar el fragmento que estaba pintando. Eran flores, pero no aquellas cuyo retrato habría preferido yo encargarle en lugar de una persona, a fin de conocer mediante la revelación de su genio lo que con tanta frecuencia había buscado en vano entre ellas: majuelos, espinos rosados, acianos, flores de manzano. Mientras pintaba, Elstir me hablaba de botánica, pero yo apenas lo escuchaba; ya no se bastaba a sí mismo, ya sólo era el intermediario necesario entre aquellas muchachas y yo; el prestigio que tan sólo unos instantes antes le infundía para mí su talento ya sólo valía en la medida en que me confería un poco a mí mismo ante la pandilla a la que iba a presentarme. (p.435)
Impaciente, el narrador se pone a mirar cuadros viejos, hasta que encuentra uno que le llama la atención:
Era -aquella acuarela- el retrato de una joven no linda, pero de un tipo curioso, tocada con un gorro bastante semejante a un bombín bordeado de una cinta de seda color de cereza; una de sus manos, enfundadas en mitones, sostenía un cigarrillo encendido, mientras que la otra elevaba a la altura de la rodilla como un gran sombrero de jardín, simple pantalla de paja contra el sol (...) El carácter ambiguo de la persona cuyo retrato tenía ante mis ojos se debía -sin que yo lo comprendiese- a que era una joven actriz de otro tiempo medio disfrazada. Pero su bombín, bajo el cual el pelo estaba ahuecado, pero corto, y su chaqueta de terciopelo y sin solapas que se abría sobre un plastrón blanco me hicieron vacilar sobre la fecha de la moda y el sexo de la modelo, por lo que no sabía exactamente qué tenía ante los ojos, excepto que se trataba del más claro fragmento de pintura (...) Sobre todo se sentía que Elstir, sin preocuparse del cariz inmoral que podía presentar aquel disfraz de una joven actriz para quien el talento con el que desempeñara su papel tenía seguramente menos importancia que el irritante atractivo que iba a ofrecer a los sentidos hastiados o depravados de algunos espectadores, se había aplicado, en cambio, a esos rasgos de ambigüedad como a un elemento estético que valía la pena poner en relieve y que había procurado al máximo subrayar. A lo largo de las líneas del rostro, el sexo parecía estar a punto de confesar que era el de una muchacha un poco masculina, se esfumaba y más allá reaparecía para sugerir más bien la idea de un joven afeminado vicioso y soñador y después se desdibujaba otra vez, permanecía inaprensible (...) Al pie del retrato había este rótulo: Miss Sacripant, octubre de 1872. (pp.436-437)
Más adelante descubriremos que "Miss Sacripant" no es otra que Odette, la mujer de Swann.
Finalmente Elstir termina el cuadro, pero la salida se demora por la llegada de su mujer (a la que esconde el cuadro que había encontrado el narrador); después de un rato de recorrer el malecón, cuando el narrador ya se dio por vencido, las chicas aparecen. Pero...
Al sentir que era inevitable el encuentro entre ellas y nosotros y que Elstir iba a llamarme volví la espalda como un bañista que va a recibir la ola; me detuve en seco y, dejando que mi ilustre compañero prosiguera su camino, me quedé atrás, inclinado (...) hacia el escaparate de la tienda de antiguedades (...) Miraba el escaparate esperando el momento en que mi nombre, gritado por Elstir, llegara a acertarme como una bala esperada e inofensiva. La certeza de la presentación a aquellas muchachas había tenido la virtud no sólo de hacerme aparentar, sin otambién experimentar, indiferencia para con ellas. El placer de conocerlas, ya inevitable, quedó comprimido, reducido, me pareció menor que el de charlar con Saint-Loup, cenar con mi abuela (...) Elstir iba a llamarme. En modo alguno había sido así como con frecuencia me había imaginado -en la playa, en mi habitación- que conocería a aquellas muchachas. Lo que iba a suceder era otro acontecimiento para el que no me había preparado (...) Tras decidirme a volver la cabeza, vi a Elstir -parado unos pasos más allá con las muchachas- decirles adiós (...) Elstir ya se había separado de las muchachas sin haberme llamado. Se internaron por una calle transversal y él vino hacia mí. Todo había salido mal. (pp.443-445)

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