Bloch había hecho su aparición en la sección "
Combray II", presentado como compañero de estudios y dueño de unos hábitos bastante particulares y teatrales que resultan un poco molestos a la familia del narrador. Ahora lo encontramos en Balbec, obsesionado con el esnobismo y pronunciando mal palabras en inglés, entre otros asuntos que le sirven al narrador de punto de partida para una larga reflexión sobre la amistad:
...Mientras que otros nos irritan con su exagerada curiosidad o su absoluta falta de curiosidad y podemos hablarles de los acontecimientos más sensacionales sin que sepan de qué se trata, otros tardan meses en contestarnos a una carta relativa a un asunto que nos afecta a nosotros y no a él o, si nos dicen que van a venir a pedirnos algo y no nos atrevemos a salir por miedo a que no nos encuentren, no vienen y nos hacen esperar semanas, porque, al no haber recibido de nosotros la respuesta que su carta en modo alguno requería, creían habernos enojado. Y algunos, consultando su deseo y no el nuestro, nos hablan sin dejarnos decir palabra, si están contentos y tienen ganas de vernos, aun cuando tengamos que hacer un trabajo urgente, pero, si se sienten cansados por el tiempo el de mal humor, no podemos arrancarles una palabra, oponen a nustros esfuerzos un decaimiento inerte y se toman tan poca molestia en respondernos, ni siquiera con monosílabos, a lo que decimos como si no nos hubiesen oído. Cada uno de nuestros amigos tiene hasta tal punto sus defectos, que para seguir queriéndoles nos vemos obligados a intentar consolarnos de ellos -pensando en su talento, en su bondad, en su ternura- o más bien a no tenerlos en cuenta desplegando para ello toda nuestra buena voluntad. Por desgracia, nuestra complaciente obstinación en no ver el defecto de nuestro amigo es superada por la que muestra en entregarse a él por su ceguera o la que atribuye a los demás. Pues no lo ve o no cree que no lo vemos. (p.328)
En cuanto a los defectos de Bloch, hay mucho para decir:
Cuando Bloch me habló de la crisis de esnobismo por la que debía atravesar yo y me pidió que le confesara que era un esnob, habría podido responderle: "Si lo fuese, no te frecuentaría". Me limité a decirle que era poco amable. Entonces quiso excusarse, pero al modo precisamente del hombre maleducado, que tiene mucho gusto -al retirar sus palabras- en encontrar una ocasión para agravarlas. "Perdóname", me decía ahora, siempre que nos encontrábamos, "te he apenado, te he torturado, he sido perverso sin motivo Y, sin embargo -el hombre en general y tu amigo en particular es un animal tan singular-, no puedes imaginarte el cariño que siento por ti, yo, que te hago rabiar tan cruelmente. Con frecuencia me hace derramar lágrimas, cuando pienso en ti." Y soltó un sollozo.
Lo que en Bloch me asombraba más que sus malos modales era la irregularidad de su conversación. Aquel muchacho tan exigente que decía de los escritores más en boga: "Es un idiota, lo que se dice un imbécil de remate", a veces contaba, muy alegre, anécdotas que no tenían la menor gracia y citaba como "alguien muy curioso" a un hombre enteramente mediocre. Aquel doble rasero para juzgar el ingenio, el valor, el interés de las personas, no dejó de asombrarme... (pp.330-331)
A la vez,
...en modo alguno era Bloch un mal muchacho, podía tener grandes amabilidades (...) "No puedes imaginarte mi dolor cuando pienso en ti", prosiguió Bloch. "En el fondo", añadió, irónico y empequeñeciendo su pupila, como si se tratara de dosificar en el microscopio una cantidad infinitesimal de "sangre judía", "es una faceta bastante judía que reaparece en mí" y como habría podido decir -pero no lo habría dicho- un gran señor francés que, entre sus antepasados totalmente cristianos hubiera contado, sin embargo, con Samuel Bernard o, más antiguamente aún, con la Santa Virgen, de la que afirman descender, según dicen, los Lévy, "Me gusta bastante", añadió, "tener en cuenta, así, en mis sentimientos la parte -bastante escasa, por lo demás- que puede deberse a mis orígenes judíos". (pp.332-333)
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